Juntos venceremos
jueves 21 de noviembre de 2024
Príncipe de Arabia Saudita

Irving Gatell/ Israel y Arabia Saudita

Mucho se ha dicho que, con esta nueva guerra y debido a la dureza de la respuesta israelí, el acercamiento con Arabia Saudita ha retrocedido y las posibilidades de que este país —el principal en el mundo de los emiratos sunitas— se integrase a los Acuerdos de Abraham, se habían aniquilado por el momento.

Te lo digo de una vez: esto no es correcto.

Muchas veces, en estas páginas, señalé que los Acuerdos de Abraham estaban más allá de cualquier conflicto con los palestinos. La razón a la que siempre apelé es sencilla: el dinero. Israel tiene mucho más que ofrecer que los palestinos, y lo que viene por delante en el siglo XXI —sobre todo, los retos por el cambio climático— no es poca cosa.

Por un momento, sobre todo al principio, esta nueva guerra pareció poner en entredicho mis afirmaciones. La diplomacia saudí tomó una postura muy dura contra Israel, y hubo quienes llegaron a afirmar que el futuro mismo de los Acuerdos de Abraham estaba en riesgo.

Desde entonces y todavía hasta el día de hoy, no falta quien insista en que uno de los tantos objetivos de Hamás al provocar esta confrontación, era sabotear el acercamiento entre Israel y el mundo árabe.

Esto último tal vez sea cierto, pero te voy a explicar porqué —en ese caso— fue una pésima idea, especialmente por su nula asertividad estratégica.

Vamos a recordar cómo está el tablero de juego del Medio Oriente, en el que hay tres participantes importantes: Israel, Arabia Saudita, e Irán.

Vamos a decir que, de entrada, Israel y Arabia Saudita no se aman, Israel e Irán se odian, y Arabia Saudita e Irán se odian, se aborrecen, se desprecian, se detestan y se abominan. Por si no lo sabes, la fricción que hay entre estos dos colosos del mundo islámico es muy superior a la que tengan o hayan tenido con Israel. En sus peores alucinaciones (Irán todavía las conserva, Arabia Saudita las tuvo durante mucho tiempo) Israel era o es un accidente odioso que tenía o tiene que ser destruido.

Pero el conflicto entre la gran nación sunita y la gran nación chiíta es de otra índole. Es la guerra por la supremacía del islam, por la custodia de los verdaderos lugares santos (Medina y La Meca), el conflicto de siglos y siglos por imponerse como los únicos y verdaderos herederos del profeta.

Se trata de una tensa relación que se remonta a prácticamente milenio y medio, y que ha tenido sus altas y sus bajas. Durante las últimas décadas de dominio imperial en Irán se llegó al mejor momento. El conflicto estaba prácticamente desactivado, debido a que los shas —como Reza Pahlevi— vivían su chiísmo de un modo “moderno”, es decir, lejos del fundamentalismo religioso y más próximos al estilo de vida laico de occidente.

La principal línea de conflicto que podían tener era que la dinastía imperial iraní era socia de Estados Unidos y sus aliados, y Arabia Saudita más bien giraba en la órbita de la influencia soviética. Pero en esos mismos tiempos, el liderazgo del mundo árabe estaba en Egipto, sobre todo durante la presidencia de Gamal Abdel Nasser.

La situación cambió radicalmente con la llegada de los ayatolas al poder en 1979. Irán se radicalizó desde la perspectiva religiosa, y eso reactivó el conflicto entre chiítas y sunitas. El primer resultado de ello fue la guerra IránIrak en los años 80. Fue esa misma época cuando se fundaron Hezbolá y Hamás.

Con estos dos frentes abiertos por Irán —el conflicto con Saddam Hussein y el terrorismo contra Israel—, muchos dejaron relegado el hecho de que, potencialmente hablando, el conflicto más grave que podía explotar en Medio Oriente era entre Irán y Arabia Saudita.

Las cosas evolucionaron hasta que Barack Obama llegó a rematarlo todo. Su torpe política exteriór empoderó a Irán, y eso provocó el acercamiento extraoficial (más bien, clandestino) entre Israel y Arabia Saudita, y allí se empezaron a cocinar los Acuerdos de Abraham, que comenzaron a firmarse ya con Trump en la presidencia de Estados Unidos.

En todo este tiempo, Hamás —aunque salafista, es decir, sunita radical— ha girado alrededor de Irán. ¿Por qué? Porque su máximo apoyo en su objetivo de destruir a Israel viene de Irán, no del mundo árabe sunita que se está moviendo en sentido contrario.

Entonces ¿qué expectativas de éxito podía tener Hamás si quería reventar los Acuerdos de Abraham? Velo de este modo: Irán es enemigo de Israel y de Arabia Saudita, y Hamás va a defender los interes de Irán atacando a Israel, para que Israel y Arabia Saudita ¿se peleen? No tiene sentido. Al contrario: eso refuerza la condición de que Irán es enemigo de Israel y Arabia Saudita, y estos dos últimos se tienen que ayudar mutuamente.

Es cierto que la reacción diplomática saudí, en principio, fue abiertamente anti-israelí. Pero eso tampoco era un misterio. La diplomacia de Riad sigue en manos de la vieja guardia, de los fieles al rey Salman. Y esa vieja guardia es la que quiso destruir a Israel todavía en 1973. Son políticos básicamente octogenarios que, en gran medida, siguen atorados en los paradigmas de la Guerra Fría. No es la primera vez que vapulean a Israel en la ONU. De hecho, durante todo ese tiempo en que Israel y Arabia Saudita empezaron a acercarse, e incluso cuando se cocinaban, se firmaban y se celebraban los Acuerdos de Abraham, la diplomacia saudita siempre mantuvo su actitud hostigadora contra Israel. Así que ese detalle prácticamente era irrelevante.

De cuando en cuando, los saudíes insisten en que quieren una solución justa para el pueblo palestino. Bien, con eso cumplen con su protocolo diplomático. Pero ¿han enviado algún tipo de ayuda? No. ¿Apoyo militar? Menos, y eso que estamos ante los ataques más agresivos que haya hecho Israel en toda su historia.

La verdadera dirección de la política árabe se puede evaluar en que hay mucho blablablá, pero ninguna acción concreta a favor de los palestinos. En el colmo, Egipto y Jordania han sido tajantes en decir que no van a aceptar refugiados, y la ayuda a Gaza por el paso de Rafah entra a cuentagotas.

Si esto no les parece convincente, tomen en cuenta que hace un par de días Irán cometió el peor error posible, si su objetivo era desencarrillar el acercamiento entre Israel y Arabia Saudita: metió a Yemen en la guerra. Bueno, no a Yemen como tal, sino a la guerrilla hutí.

A Irán le urgía hacer algo así. Una de las principales crisis existenciales que tiene Hamás en este momento es que ninguno de sus dos supuestos aliados ha metido las manos al fuego para ayudarlos. Me refiero a Irán y a Hezbolá. Este último ha mantenido una guerra de baja intensidad en el norte (que va perdiendo), cuyo impacto en el conflicto en Gaza ha sido nulo. Israel no ha tenido que variar su estrategia ni ajustar sus objetivos por culpa de Hezbolá.

Pareciera que la “poderosa” guerrilla chiíta nada más está cumpliendo con el requisito de decir “mira, sí estamos haciendo algo”, pero sin hacer nada. Y es que su situación tampoco es sencilla. Sabe que una guerra frontal contra Israel en este momento —uno en el que el estado judío no parece andar de buenas y está dispuesto a responder con toda la fuerza de su poderío militar—, sería suicida.

Israel los amenazó con destruir Damasco —y ya bombardeó fuerte y rudo por allá—, y eso provocaría la reactivación de la guerra civil en Siria. Hezbolá tendría que enviar tropas allí para tratar de mantener el control de ese país, y eso lo partiría en dos. En esa situación, sería todavía presa más fácil de Israel. Por eso prefiere fingir que hace algo, sobrellevar que a cada rato le eliminan alguna célula de terroristas, y ya.

Irán está más lejos, pero todo mundo sabe que es el que da las órdenes. Por eso, y aparentemente para jugar a lo mismo que Hezbolá —fingir que hace algo para ayudar a Hamás—, ordenó a la guerrilla hutí que declarase la guerra en contra de Israel, y que lanzara algunos cohetes que, en corto, son fáciles de interceptar.

Eso ya metió al Yemen pro-iraní en un problema, e Israel ya dijo que en su momento tomará las represalias correspondientes (noticia que no creo que le haya gustado a los hutíes).

Pero hay algo más: los hutíes son el peor enemigo que tiene Arabia Saudita en este momento. De hecho, antier hubo una escaramuza en la frontera y cuatro soldados saudíes murieron, por lo que tampoco sería de extrañar que Riad ordenara ataques como los que dejaron más de 250 mil muertos hace apenas unos pocos años.

Chistosa la estrategia de Irán: quiere que Israel y Arabia Saudita se peleen, pero para ello activa contra Israel al peor enemigo de Arabia Saudita.

El príncipe Mohamed bin Salman, inminente heredero al trono saudí y máximo responsable del acercamiento con Israel, tiene bien clara la situación. Ya lanzó durísimas críticas contra Hamás, y ya autorizó a Israel a usar su espacio aéreo (hace unas pocas horas, un caza F-35 israelí, en territorio saudí, acaba de derribar un misil crucero disparado por los hutíes). Eso significa que Israel puede bombardear Yemen cuando guste (algo que los saudíes van a celebrar con todo).

O puede bombardear a Irán, de ser necesario.

Hamás se estaba quedando sólo, e Irán mandó en su ayuda a la ficha más menesterosa en este bizarro ajedrez del Medio Oriente. Con ello, los ayatolas sepultaron cualquier posibilidad de enemistar a Israel con Arabia Saudita.

Así que no sufran por los Acuerdos de Abraham. Van a sobrevivir a esta guerra, y me atrevo a decir que intactos. De hecho, no me sorprendería que, acabado este conflicto, las negociaciones entre Israel y Arabia Saudita entren en su recta definitiva.


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