Juntos venceremos
martes 24 de diciembre de 2024
Artillería de Israel disparando hacia Gaza

Irving Gatell/ Aquellos días en los que Israel detuvo la Tercera Guerra Mundial

Sonará extraño, pero así es como se va a recordar a los meses de octubre y noviembre de 2023, o lo que probablemente sea rememorado como la Guerra de Simjat Torá (por ser durante esa festividad que Hamás perpetró el sanguinario ataque que provocó la actual confrontación en Gaza).

Hay una crítica generalizada contra Israel en redes sociales, opinión pública, escuelas de línea progresista y, por supuesto, los medios académicos y políticos de la izquierda global. De manera casi unánime, se han unido para acusar a Israel de cometer crímenes de guerra, de buscar la limpieza étnica en Gaza, de perpetrar un genocidio contra el pueblo palestino y de ser un régimen asesino de niños.

Lo de siempre. Los mismos bulos, el mismo discurso hueco y repetitivo, siempre cuidadoso de no meterse al análisis serio de los hechos.

La respuesta de los gobiernos de la principales naciones occidentales, e incluso del mundo árabe, ha sido distinta. Se quejan más bien por cuidar ciertas apariencias. Pero, en realidad, están bastante satisfechas con lo que está pasando, porque todas saben que Hamás es un peligro para la humanidad y que es un grupo terrorista en el que Irán ha invertido muchísimo dinero, pero también muchísimo de su proyecto expansionista.

Todos saben, por lo tanto, que lo mejor para el mundo es que Hamás sea destruido. El detalle es que esa era un toro que nadie quería agarrar por los cuernos.

Israel tuvo que intervenir de un modo tan contundente como duro. Después de las atrocidades cometidas justo hace un mes, el gobierno de Benjamín Netanyahu —apoyado por la oposición— declaró que la era de la negociación había terminado, y que la única posibilidad a partir de ese momento era la destrucción de Hamás. La Unión Europea de inmediato estuvo de acuerdo, y poco a poco Israel comenzó a desplegar su estrategia militar.

Entonces vino lo inevitable, aunque muchos analistas —no entiendo por qué— lo vieron como un problema: la opinión pública empezó a decantarse en contra de Israel, debido a la furia con la que la infraestructura terrorista de Hamás en Gaza empezó a ser destruida. Por aquí o por allá comenzaron a pulular comentarios estilo “es que si Israel continúa con una estrategia tan agresiva, va a poner al mundo en su contra”.

Muchachos, si hay algo a lo que Israel está sobradamente acostumbrado es a tener al mundo en su contra. Eso, más bien, resultaba irrelevante mientras al nivel de las máximas dirigencias políticas, se mantuviera el apoyo.

El único momento en el que hubo cierto riesgo de que esto cambiara fue cuando Antony Blinken, a nombre de la administración Biden, quiso presionar a Benjamín Netanyahu para que aceptara un alto al fuego, por lo menos momentáneo, “por cuestiones humanitarias”.

La respuesta del gobierno israelí fue muy hábil: por una parte dijo “no” de manera contundente, pero por la otra comenzó a divulgar restringidamente las grabaciones que los propios terroristas de Hamás habían hecho el día de la masacre. Todos los periodistas y/o políticos que pudieron ver las escenas quedaron entre consternados y perturbados. Ante el salvajismo inhumano de Hamás, entendieron que no podía haber marcha atrás.

Blinken, incapaz de echar hacia adelante la agenda de Biden, habló con los líderes de los países árabes y les dejó en claro que un alto al fuego sólo beneficiaría a Hamás. Así, pese a la consternación del mundo, a Israel se le ha dado vía libre para continuar implementando la estrategia que tiene a Hamás al borde del colapso.

En medio de todo eso, siempre hubo otro riesgo: la globalización del conflicto. La situación más evidente era Hezbolá en Líbano, pero todos saben que, al final de cuentas, la orden se daría desde Irán.

En repetidas ocasiones desde el inicio de las hostilidades, los ayatolas advirtieron a Israel que no hicieran nada, porque entonces todos irían a la guerra en su contra.

Israel siempre ha estado consciente de ese riesgo, y siempre se ha preparado para enfrentar el peor escenario posible, que sería ser atacado desde Gaza (por Hamás), Líbano (por Hezbolá), Siria (idem), Cisjordania (Hamás) e Irán.

Confiado en que tenía listos los recursos para enfrentarse a eso de ser necesario, Israel no atendió las advertencias iraníes (¿para qué, si de todos modos Irán ha sido incapaz de responder a los ataques de Israel contra sus posiciones, o contra posiciones de Hezbolá, en Siria y durante los últimos diez años? Irán, a ratos, parece más bien un charlatán que una verdadera potencia militar).

Hezbolá, por supuesto, comenzó con ataques. Sin embargo, estos nunca fueron de gran calado, y durante ya todo un mes se han mantenido como una extraña rutina de provocar a Israel para que este destruya instalaciones de la milicia chiíta —y elimine a muchos de sus combatientes; a estas alturas, ya son decenas—, pero siempre en una baja intensidad que no se convierta en una guerra abierta.

Es un accionar que no tiene sentido. El único objetivo razonable que podrían tener las agresiones de Hezbolá sería estorbar la estrategia israelí en Gaza, pero esta se ha visto inalterada desde su inicio. En otras palabras, lo que está haciendo Hezbolá ha resultado absolutamente intrascendente y de nula ayuda para Hamás. A cambio, Hezbolá ha perdido combatientes, instalaciones, armas e infraestructura militar.

De todos modos, la situación se mantenía tensa porque aunque Hezbolá conservaba ese bajo perfil, Irán mantenía sus amenazas, su verborragia chantajista. Eso nos tuvo a todos en alerta durante varias semanas, porque el ingreso de Hezbolá en la guerra no llegaría solo.

Estados Unidos se habría visto obligado a intervenir —tiene a lo mejor de su marina en las costas de IsraelLíbano justo para evitar que el grupo terrorista chiíta se meta en lo que no le incumbe—, y eso habría provocado que los grupos pro-iraníes incrementaran sus ataques en Siria e Irak contra bases estadounidenses. La respuesta de las potencias occidentales se habría intensificado, y queda la duda de si Rusia, China y Corea del Norte se habrían decidido a meterse al pleito.

O sea, el inicio de la Tercera Guerra Mundial. ¿Hasta dónde podría haber escalado? Imposible saberlo.

Por eso fue tan importante el mensaje que dio el viernes pasado el jeque Hassan Nasrallah. Por televisión, claro, porque sabe que no puede salir de su búnker. Estaría en peligro de morir aplastado por algún misil israelí.

Muchos creían que iba a ser la declaratoria formal de guerra, porque justo unos días antes Israel había comenzado la invasión terrestre (una de las tantas banderas rojas que Irán había señalado como causa de una guerra masiva contra Israel).

Se sabe que Nasrallah no se gobierna solo, que todo lo que dice en esos casos ha sido aprobado —o tal vez y hasta ordenado— por los ayatolas en Teherán.

La sorpresa fue mayúscula: su mensaje fue más bien anodino, aburrido, lleno de lugares comunes, con las amenazas de siempre, pero dejando en claro que esta guerra es un asunto palestino. O sea, Hamás está solo y Hezbolá e Irán no van a llegar en su ayuda. Han preferido perder esta partida y no arriesgarse a perder toda la guerra.

¿Por qué? Porque ya vieron la ferocidad de la respuesta israelí. Ya corroboraron que Netanyahu no exagera cuando dice que Israel va a responder con toda su fuerza a cualquier agresión y, acaso más importante que eso, que la oposición lo apoya en este tipo de problemas.

Irán y Hezbolá saben que cualquiera de ellos dos son amenazas más peligrosas que Hamás; pero también saben que, por lo mismo, Israel tiene listas respuestas más fuertes para ellos, que para Hamás. Viendo cómo se había puesto la situación en Gaza, prefirieron no arriesgarse, no exponerse a un ataque que no habrían podido contener, y cuyas consecuencias no podrían controlar.

Tampoco es que fuera noticia. En los últimos diez años, Israel ha destruido en Siria cualquier cantidad de envíos de armas para Hezbolá, e incluso ha eliminado a importantes jefes militares de dicha milicia. También ya realizó un ataque de drones en Irán, dañando severamente instalaciones industriales o científicas involucradas en el desarrollo de los planes nucleares iraníes.

En términos simples, Irán y Hezbolá saben que están en desventaja.

Su último test han sido los misiles lanzados por los hutíes de Yemen. Todos han sido derribados sin problemas. Pero algo llamó la atención: un misil crucero que se elevó por encima de la atmósfera terrestre. También fue derribado sin complicaciones, y eso marcó el debut en esta guerra del sistema antimisiles Flecha de Israel, que demostró estar a punto. Es seguro que a Irán le urgía saber esto. Ahora lo sabe, y sabe con ello que Israel tiene recursos de sobra para protegerse en caso de una guerra masiva.

Por eso fue que Irán decidió guardarse sus ansias de comerse al mundo, y la Tercera Guerra Mundial quedó pospuesta.

Todo, porque Israel dejó bien clara su postura ante cualquier agresión a partir de este mundo: sus respuestas no van a tener nada de amable, nada de considerado. Van a definir sus objetivos a lograr, y van a hacer todo lo necesario por hacerlo.

Así es como, pese a todo el repudio de la siempre ingenua, desinformada, tonta o antisemita opinión popular, estas épocas serán recordadas como los dos meses en los que Israel evitó la Tercera Guerra Mundial, al ponerle a Irán un susto de muerte, y al dejar a Hamás en la ruina total.


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