Enlace Judío México e Israel- Aunque el concepto de “semítico” fue formulado originalmente en el siglo dieciocho para referirse específicamente a la familia de lenguas (arameo, hebreo, árabe, maltés) del mismo nombre, es ya en el siglo siguiente, con Wilhelm Marr, cuando se acuña “antisemitismo” para denotar un sentimiento negativo hacia el pueblo judío.
ABNER ANDRÉS MONTERO
Inicialmente, el antisemitismo pretendía explicitar una animadversión u odio de raíz típicamente racista hacia el pueblo judío. Ese término, aplicado al sentimiento de rechazo a lo judío, buscaba establecer un espacio semántico que trascendiera al tradicional del antijudaísmo, de gestación mayormente cristiana y que nombraba el rechazo al judaísmo como religión.
Antisemitismo como Antijudaísmo Moderno
La intentada distinción semántica entre judaísmo racial, que hoy diríamos étnico, no hubiera encontrado sentido ninguno antes de la modernidad, pues la religión estaba fusionada al resto de parámetros de clasificación social. Tal vez en los siglos diecisiete y dieciocho, en los que se iniciaba la bifurcación entre la religión y la una suerte de proto-ciudadanía, preparándose el alojamiento de la primera en el plano de la privacidad para separarla de los sistemas civiles de organización social y de gobierno que vendrían posteriormente, cabía incidir en la distinción entre antisemitismo y antijudaísmo, pues se suponía que el odio al judío, expresado en la esfera pública, ya iba a ser un sentimiento concretamente racista, estando como estaba la religión reservada a la esfera privada.
Sin embargo, no se nos escapa que la palabra “antisemitismo” desdibuja la raíz del problema. En primera instancia, porque el judaísmo como religión nunca ha estado desligado de la etnia. El pueblo judío, que fundacionalmente se ancla en un pacto religioso con Elohim, crece y se desarrolla en la historia a través de un cordón umbilical étnico, la madre judía, con independencia de lo que pueda representar el epifenómeno de las conversiones religiosas. Por tanto, a efectos de la víctima del odio, el antisemitismo siempre es antijudaísmo.
No todo lo semita es judío
Actualmente, un porcentaje no despreciable del pueblo judío puede considerarse o autodefinirse secular, no religioso, incluso, en una minoría, ateo. En cualquiera de las adscripciones, la componente étnica de pueblo es la invariante. Apelando a criterios de la modernidad fraguándose en Europa desde el siglo quince, podría aplicarse el concepto de antisemitismo para nombrar cualquier animadversión contra judíos seculares, animosidad que estuviera motivada por la condición judía. Y, no obstante, en realidad, también a los judíos ateos, cuando se les odia, se les odia por ser judíos. No por pertenecer a una determinada etnia, sino por una condición, la condición de judío.
¿Es la condición de judío una característica semita? No lo es. El hebreo es una categoría semítica. El judaísmo es una particularidad étnica, si se acepta la componente étnica como clasificatoria, pero en cualquier caso es una condición identitaria, existencial. El judaísmo es un modo de vida, una manera de ser en el mundo, aunque principalmente es una forma muy particular de identidad individual en lo colectivo.
Cuando se le ha despreciado, discriminado, marginado, excluido, asesinado y masacrado, u odiado en diversos períodos de la historia, al judío se le ha señalado por su identidad propia, la de judío. En la antigüedad, ser judío implicaba ser religioso. Ya no en la modernidad. El sentimiento de odio, en cualquier caso, ha sido siempre antijudío, desde la religión y desde fuera de ella. Lo que ocurría en la premodernidad es que quien odiaba partía de esquemas mentales religiosos, pues toda la sociedad estaba permeada por lo religioso. Después, con el nazismo como ejemplo prototípico, el odio al judío se compondría taxativamente con tintes racistas, pero no en relación al semitismo, sino al judaísmo.
El Antisemitismo es una Neolengua para enmascarar el Antijudaísmo
Queda entendida la distinción que en el siglo dieciocho se procuraba imprimir con la diferenciación entre antijudaísmo y antisemitismo, pero el segundo concepto absorbe y esconde tras su fonética el lexema judío. Podríamos intuir que, incluso, la palabra “antisemita” es antijudía, porque invisibiliza o emborrona la semilla del odio. Parece una palabra autodefensiva, como acuñada en un molde de neolenguaje para introducir ambigüedad en la victimización. No deja de ser chocante que se haya asumido internacionalmente un vocablo y un concepto, el “antisemitismo”, popularizado para impedir la libre determinación de los judíos y tratarlos como apestados por Wilhelm Marr, un antijudío.
Ocurre que las palabras son importantes, y nadie lo sabe mejor que un judío, cuya identidad está acrisolada en palabras que han dado forma a una cultura existencial. Por ello, no es una frivolidad detenerse por momentos en nombrar como antijudío aquello que se nos viene diciendo que es antisemita. Hay otros pueblos semitas que no son judíos. Y en el mundo habitan millones de judíos que bien podrían, en una concepción lingüística estricta, no ser llamados semitas, pues su lengua materna no es el hebreo: son judíos.
El antijudaísmo, la judeofobia o, por continuar con el término que se ha impuesto en la historia, el “antisemitismo”, lo define el odio a la identidad judía, sea ésta religiosa o no. La paradoja del antisemitismo tiene en Sfarad (España) su epítome. En Sfarad se expulsó a los judíos en el ocaso de la Edad Media, pero gran parte de esa Edad, nada menos que siete siglos, fue mayormente Al-Andalus, un conjunto cambiante de pueblos semitas, entre los que convivían aljamas judías.
Antijudaísmo latente que a veces despierta
Digámoslo sin ambages: el sentimiento antijudío continúa latente en Sfarad, igual que en el resto de Europa, oscilando entre el adormecimiento en unos períodos, la exacerbación en los menos, y una perezosa disposición a despertarse privadamente si las circunstancias sociales dan oportunidad. La masacre terrorista de Hamás en Eretz Israel ha propiciado exteriorizaciones de esa inercia antijudía. No han sido tanto las manifestaciones públicas o las expresiones de apoyo al pueblo palestino, exteriorizadas insensiblemente justo después de conocerse el pogromo conducido por Hamás en nombre precisamente de ese pueblo. Esas expresiones propalestinas no sólo han ignorado por completo a las víctimas israelíes, sino que han culpado al Estado de Israel de la deriva de crímenes de Hamás. Con todo, los apoyos públicos al pueblo palestino, implícitos hacia sus vertientes de acción armada, imputando a Israel la responsabilidad por lo ocurrido, han estado bastante limitados a convocatorias de ciertos colectivos militantes y a sus adherentes, y no representan una voz colectiva en Sfarad, por más que algunos de esos apoyos procedan de instancias significativas de representación política.
Lo que sí es más palpable en Sfarad, en tiempos en los que la vida en Eretz es asaltada, es la declaración informal, en conversaciones familiares, en entornos de ocio, en palabras expresadas en la cotidianeidad de los días, de una desafección hacia el pueblo judío, que es indicativa, a veces más débil, a veces más profundo, de un sentimiento antijudío. La población española tiene sus notas racistas pero, en general, no es racista. La simpatía hacia los pueblos árabes es más o menos general, con excepciones, y siempre atravesada por el resquemor hacia el pueblo marroquí, tal vez por cuestiones de vecindad, tal vez por que se identifica Al-Andalus principalmente con ocupantes llegados del Magreb. Con todo, no se palpa la desafección hacia los siete siglos de realidad musulmana de Sfarad como antiarabismo, morofobia. En cambio, es común encontrarse con rechazo visceral soterrado hacia lo judío, muecas de disgusto, verbalizaciones de estigmatización, de intolerancia empática, de descalificación que, quizás por ser cotidianas y calentarse al albur de los acontecimientos, señalan con más claridad un magma sentimental subyacente, por supuesto racista si lo judío fuera una raza, antijudío en todo caso porque parece ser que las razas ya no existen.
El antijudaísmo se esconde en la cotidianidad
Tal vez el antijudaísmo no se documenta del todo en estudios sociológicos, pero se escucha en palabras indirectas en la informalidad de los días, que son el mejor indicador de las raíces enclavadas en el subsuelo. Por más que pudiendo subrayar el rechazo del comportamiento exterminador de Hamás hacia el pueblo israelí, esas palabras indirectas atribuyen la responsabilidad al victimizado, enmarcan el terrorismo en un difuso derecho de un pueblo “ocupado” a defenderse de sus “ocupantes”, y aprovechan disimuladamente para introducir apuntes de antijudaísmo: “es que no aguanto a los judíos, no los puedo ver”, “no los entiendo”, “siempre se han creído superiores”, “son oscuros y extraños”, “los judíos no me producen ninguna simpatía”, “tienen lo que se merecen”.
“Antisemitismo” es otra palabra indirecta que evita que la luz llegue a dejar ver su raíz antijudía. En tiempos donde los medios tecnológicos digitales permiten manipular como nunca la creación y difusión de contenidos basados en palabras, no es ocioso señalar que algunas palabras están escondiendo otras. Que un antisemita es un antijudío.
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