Elías Farache / Rehenes sin dolientes

El 7 de octubre de 2023 significa un hito en la cruel y complicada historia del conflicto árabe-israelí y su arista más delicada, la palestina-israelí. Cuando parecía muy cercano el momento de establecimiento de relaciones entre Arabia Saudita e Israel, el primer ministro de Israel recién llegando de una visita alentadora en los Estados Unidos, Hamás aparentando ocuparse de la población de Gaza antes que de enfrentar a Israel, tiene lugar la devastadora incursión con saldo inmediato de israelíes degollados, secuestrados y una lluvia de cohetes que no ha cesado todavía.

Los israelíes quedaron conmocionados y sorprendidos. Su presunción de tener una defensa férrea y una inteligencia capaz de impedir un acontecimiento ni siquiera parecido, se desvaneció en pocas horas. Las imágenes del momento, los relatos que abundan y lo largo de la guerra han significado un duro golpe a la moral de un país que es muy sensible a sus bajas, sean civiles o militares.

Demostraciones de solidaridad y duelo de países amigos y no tan amigos fueron recibidas y muy apreciadas por todos los israelíes y los judíos. Aunque era lo propio y natural, Israel es siempre propenso a ser condenado antes que alabado o justificado. Cosas de un mundo algo extraño, que juzga a Israel bajo estándares y reglas muy particulares. Estas muestras de solidaridad han durado el tiempo mínimo durante el cual Israel ha tomado la ofensiva obligada para deponer un gobierno de Hamás que resulta un peligro comprobado, que amenaza siempre a
todo Israel con cohetes y atentados, declarando con claridad absoluta su intención de destruir al Estado judío.

Un tema que es crucial para Israel, toda su población y todos los judíos del mundo, es el tema de los 240 rehenes. Hay 240 personas, de todas las edades, que están secuestradas desde el 7 de octubre de 2023. Niños y niñas, esposas de alguien, maridos de sus mujeres en Israel, personas mayores con problemas de salud. No se sabe a ciencia cierta donde están, ni como están. No hay fe de vida de ellas.

Cuando baja la cifra de secuestrados es porque aumenta la de víctimas mortales. Las familias de los secuestrados en su mayoría tienen dentro de su entorno víctimas mortales de la carnicería del 7 de octubre. Su desesperación es creciente.

El secuestro de decenas de personas da lugar a una guerra psicológica de proporciones inimaginables. Las familias desean el regreso de sus seres queridos a cualquier precio, todo precio es caro y no hay garantía en ningún precio. No existen negociaciones directas, ni pueden existir. Los intermediarios tienen agendas ocultas y no necesariamente es la liberación de los rehenes la primera prioridad. Mientras Israel avanza en su objetivo de deponer a Hamás, los daños colaterales aumentan. Los rehenes se convierten en una moneda de cambio para un cese temporal de hostilidades que permita ayuda humanitaria y una reagrupación de las huestes de Hamás. Esto último se traduce, indefectiblemente, en mayor capacidad de combate de Hamás y en un número mayor de bajas para Israel
cuando se reanuden los combates.

Las familias de los rehenes están desesperadas. Semanas y semanas sin saber de sus seres queridos. Quieren su regreso y se sienten desatendidos. El gobierno se encuentra en un dilema grande. Deponer a Hamás y liberar a los rehenes no son tareas fáciles que puedan hacerse a la vez. Hamás es un enemigo poderoso, con un ejército de quizás cuarenta mil hombres listos a matar y morir. Ahora, en la guerra de guerrillas quizás más grande y compleja de la historia de la humanidad. Una guerra que cobra vidas todos los días, con muchos civiles que se convierten en
bajas y reciben el antipático calificativo de daños colaterales. Cabe siempre citar la no suficientemente denunciada situación de los escudos humanos, las instalaciones hospitalarias y educativas usadas como bases de lanzamiento y centros de acopio de material bélico, la red de túneles más impresionante del mundo que contrasta con la pobreza que se anuncia siempre desde Gaza.

La situación humanitaria de Gaza es terrible. Una población secuestrada por Hamás, la misma Hamás que se refugia bajo tierra y no deja margen de maniobra. Israel es exigida: debe proveer a su enemigo declarado de combustible, medicinas, alimentos, electricidad y agua. Los amigos de Israel presionan y amenazan con quitarle el apoyo necesario para que persista en su objetivo de deponer a Hamás, algo que les conviene a todos pero que se le encomienda a uno solo. Pareciera que la llave de la solución está en manos de Israel. No es así.

La presión de todos está dirigida a la parte equivocada. A la víctima y no al victimario. El grado de efervescencia de la guerra bajaría drásticamente con la liberación de los rehenes, con la fe de vida de ellos en principio. Pero no, el tema de los días y del día es presionar a Israel y deslegitimarla, exigir que ceda en lo referente a ayuda humanitaria a sabiendas de lo ocurrido y lo que ocurre, haciendo poco caso del drama de los rehenes y sus seres queridos. ¿Por qué tanto silencio respecto a los rehenes de parte de quienes condenan a Israel, de quienes lo acusan, de quienes exigen ceses de fuego que den oxígeno a un enemigo implacable? No se puede entender, a menos que uno acepte aquello que dice que la sangre judía es barata y no despierta la debida atención.

Los familiares de los rehenes están desesperados. Todo Israel está desesperado. Los judíos del mundo están en tensión. Le piden al gobierno de Israel que devuelva los rehenes, como si fuera una potestad del golpeado estado y el atribulado gobierno. Se hace todo lo que se puede, y con mucha razón y más dolor, se percibe que los rehenes no tienen dolientes fuera de Israel y las comunidades judías del mundo.

Rehenes sin dolientes en un mundo que le exige a Israel lo que no se permitiría a sí mismo.


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