El análisis de la viabilidad de un estado palestino como solución al conflicto en Medio Oriente se sitúa en el epicentro de los debates geopolíticos contemporáneos.
Esta cuestión, ampliamente discutida en foros como la ONU y ámbitos académicos, revela una complejidad histórica a menudo subestimada. La propia historia es testigo de que el Estado de Israel ha planteado, por lo menos, en cinco ocasiones la creación de un estado palestino independiente, propuestas que, consistentemente, han sido declinadas.
El origen de estas proposiciones se remonta a la post-Primera Guerra Mundial, con la desintegración del Imperio Otomano y la posterior administración británica de territorios en Oriente Medio, incluyendo la región que hoy comprende Israel, misma en la que ya existía presencia judía hace más de 2500 años.
La Comisión Peel de los británicos, en 1936, tras una rebelión árabe, propuso la división de estas tierras en dos entidades: una judía y otra árabe. A pesar de que los judíos aceptaron la oferta, aunque limitada al 20% del territorio, fue rechazada por los árabes, marcando el inicio de una serie de negativas a la autodeterminación.
En 1947, la ONU propuso una nueva división territorial, que, aunque aceptada por los judíos, fue nuevamente rechazada por los árabes, desencadenando un conflicto armado. Tras la derrota árabe, la zona designada para el estado árabe quedó bajo control jordano.
La Guerra de 1967, iniciada por Egipto, Siria y Jordania contra Israel, culminó con una expansión territorial israelí, con la conquista de la península del Sinaí. Se presentaron propuestas para intercambiar estos territorios por paz con los palestinos, pero no prosperaron, enfrentando el rechazo rotundo de la Liga Árabe, que se negó a cualquier forma de negociación o reconocimiento de Israel.
Las oportunidades para la creación de un estado palestino continuaron en el nuevo milenio. En el año 2000, el Primer Ministro israelí Ehud Barak ofreció un estado palestino que incluiría a Gaza y el 94% de Cisjordania, oferta rechazada por Yasser Arafat. En 2008, Ehud Olmert presentó una propuesta aún más amplia, también declinada por el líder palestino Mahmud Abbas.
La retirada unilateral de Israel de Gaza en 2005, que resultó en el control total palestino de la franja, no se tradujo en un avance hacia la paz. Por el contrario, Gaza se convirtió en una fortaleza terrorista, y el principal punto de lanzamiento de ataques contra Israel.
¿Entonces, se puede lograr la paz? En concreto, sí. La paz es un objetivo noble y vital, pero demanda mucho más que la formación de entidades estatales. Terminar con el conflicto palestino-israelí implica un cambio en el reconocimiento mutuo y el respeto a la soberanía y autodeterminación de ambas partes.
La resolución del conflicto debe incorporar un compromiso genuino y recíproco hacia la reconciliación, educando a las futuras generaciones en un espíritu de coexistencia y reconocimiento de la humanidad compartida, situación que no se ha consolidado.
La comunidad internacional debe adoptar un papel constructivo, facilitando diálogos inclusivos y equitativos, abarcando no solo cuestiones territoriales, sino también derechos humanos, coexistencia y desarrollo socioeconómico.
Las potencias globales deben ejercer su influencia como mediadores imparciales, promoviendo equilibrio y justicia.
La paz duradera debe fundamentarse en la justicia social y la equidad, abordando desigualdades y marginación para prevenir el descontento y la radicalización. Cualquier acuerdo debe contemplar la distribución equitativa de recursos y oportunidades para todas las comunidades.
La paz entre Israel y Palestina es factible con un esfuerzo concertado y el abandono de viejas retóricas, propiciando un futuro de colaboración y estabilidad compartida.
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