A toda acción corresponde una reacción, y hay otro frente en el que Hamás (y el islam extremista) no pensó que podía darse una reacción en su contra. Un contraataque que no calculó, pero que ya ha comenzado, y del que no van salir cosas buenas para su causa terrorista.
Ayer se realizaron elecciones en los Países Bajos. Anticipadas, por cierto. Suelen tener problemas muy similares a los de Israel, ya que su sistema electoral es casi idéntico (salvo porque se eligen dos cámaras, una enfocada en asunto nacionales; la otra en asunto externos, principalmente de la Comunidad Europea).
Por eso, a veces, también tienen que adelantar sus elecciones. El ganador fue el derechista Geert Wilders, que llevaba varios intentos por convertirse en primer ministro, pero que hasta el momento había sido contenido y derrotado por Mark Rutte.
La agenda de Wilders es muy agresiva desde el punto de vista europeo: está en contra de la Unión Europea y sería feliz si su coalición aprobara la implementación de un referendum similar al que ocasionó, en Inglaterra, el Brexit. También está en contra de la inmigración musulmana, y ha prometido duras medidas contra los inmigrantes ilegales, así como contra cualquier intento de “islamización” de Holanda.
Es, además, un férreo defensor del libre mercado, y su plan es revertir muchos de los paradigmas socialdemócratas en la economía de su país. Finalmente, es rabiosamente proisraelí y projudío, por lo que las expresiones violentas a favor de los palestinos y Hamás van a toparse con severos problemas.
Mucho se está discutiendo qué tanto tuvo que ver la guerra en Gaza para que Holanda diera este giro, y lo más seguro es que sí, que el impacto de lo que sucede en Medio Oriente fue determinante. ¿Por qué? Por algo tan simple como evidente, pero a lo que mucha gente todavía no le pone la suficiente atención.
La guerra en Gaza, cuya situación más evidente ha sido la ferocidad de la respuesta israelí contra Hamas, complementada con una exitosa campaña que tiene al grupo terrorista al borde del colapso, provocó que mucha gente saliera a las calles a manifestarse —generalmente de forma violenta— en contra del “genocidio” israelí, y a favor de la “resistencia” palestina.
Durante un mes vimos el auge de estas manifestaciones en muchos lugares de Europa. Llenaron plazas, agredieron judíos y sinagogas, pusieron en jaque a los gobiernos locales, intimidaron a la gente local.
Fueron tal vez unas cuatro semanas en las que, envalentonados por su repentino desenfado para hacerse notar y provocar mucho ruido mediático, los muslmanes más radicales presumieron cómo iban a tomar Europa y doblegarla a la sharia.
Muchos, en consecuencia, volvieron a la ominosa predicción de que Europa está en proceso de islamización.
Desde estas páginas, me he dedicado a señalar —desde hace ya varios años, pero en esta coyuntura de guerra lo he vuelto a retomar— que esto no va a suceder así. Europa no se va a islamizar, se va a derechizar. Antes de que los musulmanes logren tomar el poder, la derecha va a resucitar (o va a terminar de empoderarse) y va tomar el control. Antes de que vean caer a su continente, la gente va a votar por partidos que en otras épocas les parecerían impresentables, pero que ahora parecen la última tabla de salvación para los europeos.
Las primeras evidencias de esto se dieron en los países escandinavos —otrora radicales defensores de la inmigración indiscriminada, de darles todas las ventajas gratuitas a los inmigrantes musulmanes, y de defender los valores suicidas del “multiculturalismo”—, que acordaron endurecer sus políticas y deportar en ipso facto a todos los inmigrantes ilegales que cometieran actos violentos o ilegales.
Luego, Inglaterra hizo lo propio. Un poco después, Francia nos dio una sorpresa: pese a ser el país donde más agresivo y numeroso parece ser el fenómeno de islamización extrema, una encuesta reveló que el 70% de la población consideraba que Israel estaba haciendo lo correcto, y el 65% opinó que Hamás debía ser destruido.
Siempre lo dije: los musulmanes no son mayoría, y falta mucho para que lo sean. La islamización de Europa habría sido posible e inevitable si el resto de la sociedad local se hubiese mantenido estática, pero es obvio que eso no iba a suceder. Ninguna sociedad funciona así.
En términos electorales, Italia fue el preludio. En una época en la que no había guerras particularmente serias en Medio Oriente, y en la que todo giraba alrededor de los problemas típicos que han causado las políticas progresistas, la elección la ganó la centro-derechista Giorgia Meloni, y los cambios empezaron a sentirse.
Pero ahora es Holanda quien da el primer paso formal en la reacción anti–islámica. Pese a ser una sociedad relativamente tranquila (las manifestaciones propalestinos en Ámsterdam no se comparan a las que se dan en Londres o en París), el electorado demostró su hartazgo.
Basta de tratar a los musulmanes agresivos con privilegios, basta de esconder los crímenes cometidos por inmigrantes africanos, basta de regalarles el dinero bajo el tonto pretexto de que ellos son descendientes de las víctimas y Europa es descendiente de los victimarios. Es tipo de taras ideológicas pueden asentarse bien en los medios gubernamentales, pero no en la población que siempre se va a decantar por lo más elemental de todo: su propia seguridad.
Las manifestantes propalestinos y pro-Hamás se creyeron impunes al ver que las manifestaciones pro-israelíes podían ser multitudinarias también, pero muy esporádicas. Creyeron que habían dado el giro definitivo a la historia, y que no habría nada que pudiera detenerlos.
Fallaron en sus cálculos. Sí, sus contrincantes europeos no organizan manifestaciones multitudinarias con tanta frecuencia, pero votan en las elecciones. Todavía (recalco: todavía) tienen esa herramienta, y los holandeses han sido los primeros en usarla sin recato. Le han dado el poder a un político pragmático y que ha prometido empezar a poner orden en casa.
Ha comenzado la reacción europea, otra batalla que Hamás y sus apologetas nunca se imaginaron que brotaría, y en la que también tienen todo para perder.
El impacto va a ir más allá. Europa puede cambiar radicalmente, porque desde finales de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un continente abiertamente partidario de las políticas sociales de izquierda.
Esa fue su gran diferencia con el capitalismo franco y desenfadado de los Estados Unidos. Si la nueva derecha llega al poder en Europa, no sólo se van a acabar los privilegios innecesarios y peligrosos para los inmigrantes asiáticos y africanos, sino el modelo económico europeo que ha prevalecido en lo general durante las últimas décadas.
Pareciera que Netanyahu tuvo toda la razón: de esta guerra en Gaza se va a hablar por varias generaciones.
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