¡Qué dicha! Es lo primero que uno piensa cuando ocurre la liberación de personas que permanecieron en cautiverio. Y definitivamente, sí… en cierto sentido es una gran notícia que nos llena de júbilo, alívio y descanso… saber que esta persona está viva, que respira y regresa a su casa, a su familia, a su vida de antes, nos tranquiliza.
Pasados los primeros momentos de euforia, quiera uno o no, hay que enfrentarse a una realidad no tan color de rosa.
Sobretodo si, durante el cautiverio, la persona además de haber sido privada de su libertad, que de por sí es un golpe fuerte a la autonomía que uno tiene sobre su propia vida, fue torturada, privada de alimento, si tuvo o no acceso a su higiene personal, si fue imposibilitada de tomar las medicaciones necesarias para su salud, si vivió con miedo, con incertidumbre, sin saber cual sería su destino… si morriría o sobreviviría…
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Todo esto y mucho más vivieron las aproximadas 100 personas liberadas en la última semana por Hamás después de más de 50 días en cautiverio. Aunado a la incertidumbre mencionada y a las condiciones insalubres, muchos reportaron que al estar encerrados en túneles fueron privados de la luz del día, sin saber cómo llegaron ahí, ¿porqué estaban viviendo esta situación? ¿Qué habría pasado con sus seres queridos, a su casa, al país que dejaron atrás?
Porque al estar confinados, perdieron contacto con el resto del mundo, con sus hijos, padres, esposos, hermanos, amigos… Y no solamente vivían el temor de sus propias vidas sino el temor del destino de su gente querida.
Y más aún, al regresar, pasados los primeros momentos muchos han tenido que darse cuenta de la pérdida de familiares, de amigos cercanos, de sus pertenencias. Cada historia es un drama distinto, cada persona una triste tragedia.
Uno de los casos más dramáticos, es el de la niña de 3 años que regresó para encontrarse que nunca más vería a sus padres ya que estaban muertos, asesinados por sus captores. ¿Cómo se le puede explicar esto a una niña de 3 años? ¿Qué representaciones se hará en su cabeza, cómo construirá su realidad, después de estar 50 días en manos de verdugos y luego nunca más volver a ver a sus padres? ¿Y la que regresó para enterarse que su esposo estaba muerto, o que sus padres fueron asesinados?…
Si bien es cierto que es bueno verlos vivos, ¿cómo estarán por dentro? ¿cómo puede uno reconstruir una vida en circunstancias tan dolorosas?
Viktor Frankl en su libro: “El hombre en búsqueda de sentido” al describir el momento de su liberación de los campos de concentración dice:
“ Al estado de ansiedad interior siguió una relajación total. Pero se equivocaría quien pensase que nos volvimos locos de alegría… ¡Somos libres! nos decíamos una y otra vez y aún así no podíamos creerlo… no podíamos aprehender el hecho de que la libertad nos perteneciera…aparte de la deformidad moral resultante del repentino aflojamiento de la tensión espiritual, otras dos experiencias mentales amenazaban con dañar el carácter del prisionero liberado: la amargura y la desilusión que sentía al volver a su antigua vida”…
Me pregunto si los que regresaron, que al mundo tanto nos ha alegrado verlos vivos, tras su liberación
¿Estarán también vivos por dentro? ¿Cuántas generaciones se necesitarán para sanar este dolor, para reconstruir la fragmentación interna? ¿Cuántas vidas se necesitarán? Y cuanto dolor todavía tendrán que padecer?
Si bien es una liberación, es también un calvario interno…
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