Doron Katz Asher, liberada del cautiverio de Hamás el 24 de noviembre con sus dos hijas pequeñas, Raz y Aviv, de 3 y 5 años, habla de sus vivencias en Gaza, informó The Times of Israel.
Si las niñas lloraban, sus captores golpeaban la puerta de la habitación donde estaba las mantenían. Cuando tenían hambre, ella no siempre tenía con qué alimentarlas. Dormía con un ojo abierto, siempre vigilando a sus hijas.
“Tenía miedo. Temía que tal vez porque mis hijas lloraban y hacían algún ruido recibirían alguna directiva de arriba para llevárselas, para hacerles algo”, dijo Doron en una entrevista con el Canal 12 israelí.
Doron Katz Asher, de 34 años, y sus hijas Raz y Aviv, de 3 y 5 años, visitaban a su familia en el Kibutz Nir Oz cuando Hamás lanzó su ataque el 7 de octubre.
Doron, sus hijas y su madre fueron subidas a un tractor y conducidas a Gaza. Su madre murió en un intercambio de fuego entre los terroristas que secuestraron a la familia y las fuerzas israelíes. Doron y Aviv sufrieron heridas leves.
En Gaza, Doron y sus hijas fueron llevadas a un departamento donde vivía una familia. Ahí le cosieron las heridas sin anestesia en un sofá mientras sus hijas observaban.
El hombre de la casa hablaba hebreo, que según decía había aprendido años antes trabajando en Israel. La madre palestina y sus dos hijas sirvieron como guardias durante los 16 días que estuvieron en su casa.
Les dijeron que se quedaran calladas, pero les dieron lápices de colores y papel y las niñas dibujaban. Doron dijo que comenzó a enseñarle a su hija de 5 años a escribir en hebreo. La primera palabra que le enseñó fue “aba” o “papá”.
Mientras los sonidos de la ofensiva terrestre de las FDI resonaban a su alrededor en los días posteriores a su secuestro, sus captores alimentaron su esperanza, diciéndole que era inminente un acuerdo para su liberación.
Cuando el alimento se agotó en la casa donde fueron mantenidas, Doron, vestida con ropa musulmana, y las dos niñas pequeñas fueron obligadas a caminar durante 15 minutos hasta un hospital. Ahí, las encerraron en una habitación con otros secuestrados israelíes a quienes reconoció. Diez personas fueron encerradas juntas en una habitación de 12 metros cuadrados con lavabo pero sin colchones. La ventana estaba sellada, la comida era inconsistente y tenían que pedir permiso a sus captores para usar el baño.
“Podían abrir después de cinco minutos o después de una hora y media para conducirlas al baño”, dijo, haciéndose eco de testimonios similares de otros cautivos liberados.
“Pero las niñas pequeñas no podían aguantarse”, agregó.
Doron dijo que una de sus hijas tuvo fiebre alta (40 grados Celsius) durante tres días seguidos. Para bajarla, le ponía agua fría en la frente.
Hicieron un juego de cartas y dibujaron los alimentos que tanto extrañaban para pasar el tiempo. Doron guardaba sus pequeñas porciones de comida (pita con queso para untar y arroz con carne) para que sus hijas no pasaran hambre.
Sus hijas preguntaban incesantemente: “¿Cuándo volveremos con papá a casa? ¿Cuándo volveremos a la guardería? ¿Por qué está cerrada la puerta? ¿Por qué no podemos simplemente irnos a casa? ¿Y cómo sabremos siquiera el camino a casa?
Aunque vivía con miedo, Doron dijo que intentaba calmarse con sus hijas, prometiéndoles, y tal vez a ella misma, que regresarían pronto a casa.
“Lo que me ayudó a sobrevivir fue que mis hijas estaban conmigo. Tenía algo por qué luchar”, dijo.
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