Es una convicción vocacional de la humanidad no agradecerle a Israel sus grandes aportaciones, así que supongo que nunca se le dará el merecido reconocimiento por evitarnos la Tercera Guerra Mundial. Pero Israel lo hizo. Tiene ese mérito, y hay que conocerlo y reconocerlo.
El plan de Hamas (y, por lo tanto, de Irán y Hezbolá) era provocar una situación en la que Israel se viera abrumado desde, por lo menos, cuatro frentes inmediatos.
El ataque del 7 de octubre tenía que ser tan salvaje y animal, que Israel no tuviera más opción que ir por la destrucción de Hamas. El grupo terrorista, se supone, se había preparado para ello. Había convertido a toda Gaza en una trampa para que las tropas israelíes se vieran envueltas en una engorrosa guerra urbana primero, y subterránea después.
Sí, Israel tenía los recursos para derrotar a Hamas incluso en su propio feudo, pero —según el cálculo original de Irán y sus esbirros— el desgaste sería mayúsculo. Las trampas en Gaza, Jabaliya, Khan Yunis o Rafah no eran tanto para derrotar a Israel, sino para obligarlo a concentrarse en esa guerra. Preferiblemente, para que tuviese que movilizar a la mayor parte de su ejército hacia Gaza. La aniquilación de 30 o 35 mil combatientes de Hamas era posible, pero sólo tras sacrificar también a decenas de miles de soldados.
Ese era el panorama buscado, porque entonces Israel tendría que debilitar sus posiciones en el norte, y eso permitiría la invasión y ataque con misiles y drones por parte de Hezbolá, lo mismo desde Líbano que desde Siria. Las divisiones de Hamas y Yihad Islámica en Cisjordania entonces harían lo suyo, ampliando a cuatro los frentes militares desde donde Israel sería atacado. En la más soñada de las posibilidades, los propios árabes israelíes también se levantarían en armas en contra de su gobierno. Así, Israel tendría que enfrentar un frente interno.
Este era el cuadro estratégico en el que el colapso de Israel se antojaría como altamente verosímil. Pero, por supuesto, las cosas no se iban a quedar así. Muy probablemente Estados Unidos se vería obligado a intervenir. Entonces Irán movilizaría a los hutíes para bloquear el Estrecho de Bab el Mandeb y poner en riesgo al 11% del comercio mundial, y eso seguramente provocaría también la intervención de países europeos en el conflicto.
De ser atacados, los hutíes tomarían represalías atacando también a Arabia Saudita, que entonces podría verse arrastrada a un conflicto directo con la guerrilla yemenita, pero también con Irán. Rusia muy probablemente habría intervenido, aunque de un modo limitado por sus propios problemas en su guerra en Ucrania. Claro, a favor de Irán.
En resumen, el panorama no era sencillo. Potencialmente, podía desencadenarse un conflicto global. O sea, la Tercera Guerra Mundial. ¿Hasta dónde habrían llegado las agresiones entre un bando y otro? Imposible saberlo.
El error de Irán y Hamas —como ya lo señalé en otras ocasiones— fue que sólo se prepararon y, de hecho, sólo imaginaron este panorama. No se les ocurrió diseñar estrategias para una situación en la que ninguno de tus objetivos se logre. Por eso, la respuesta israelí los tomó completamente por sorpresa.
Evidentemente, el Estado judío sí tenía alternativas para cualquier situación que se presentara, y una muy bien diseñada planeación le permitió no sólo encapsular a Hamas en Gaza, sino además desmantelar y destruir paso a paso tanto su infraestructura operativa, como su infraestructura humana. Para estos momentos, Hamas simplemente está colapsado. Su caída es cuestión de tiempo, e Israel no ha cambiado su estrategia lenta, pero segura.
Todo ello, sin descuidar la frontera norte. Debido a ello, Hezbolá no se arriesgó a lanzarse a una guerra abierta y, por el contrario, ha sido sistemáticamente vapuleado por el ejército israelí (hoy se anunció que Hezbolá ya se replegó entre 2 y 3 kilómetros, alejándose de la frontera con Israel), y sus bajas ya se cuentan por cientos (ellos sólo reconocen, hasta hoy jueves, a 147 combatientes eliminados, pero los cálculos más honestos indican que son muchos más).
Irán también se abstuvo de intervenir. Llegados al punto crítico, a los ayatolas no les quedó más remedio que hacerle al loco y decir que Hamas tendría que lidiar con Israel en total soledad, porque “habían atacado sin avisarle a Teherán”. Es decir, los están dejando morir y no van a hacer realmente nada por salvarlos.
El asunto no termina allí. Los ayatolas cometieron un error catastrófico al lanzar a los hutíes al campo de batalla. No sólo comenzaron a disparar misiles contra Israel, sino que siguieron a pies juntillas el plan original, y empezaron también a meter presión (e incluso ataques) contra el comercio que viene desde el Canal de Suez y el Mar Rojo. Nadie les explicó que las estrategias para un panorama A no necesariamente funcionan en una situación B.
Ahora, Australia, Bahrein, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Alemania, Italia, Japón, Holanda, Nueva Zelanda, Reino Unido y los Estados Unidos le han puesto un ultimátum a los hutíes. O detienen su guerrita sin sentido, o serán atacados por una coalición internacional.
Esto deja abierto el panorama para que el conflicto se regionalice tal y como era el plan original de Irán, salvo por un detalle: Israel ya no está involucrado en eso. Irán tendría dos opciones: una, ir a la guerra contra una coalición internacional; dos, dejar morir a los huthíes. Si va a la guerra, entonces se verá enfrascado en un cuarto conflicto en el que Israel, su principal objetivo, no tiene nada que ver.
Los otros tres son conflictos en los que Irán no está (o ya no está) exigiéndose demasiado, pero lo que menos necesita es reactivarlos. Me refiero a su apoyo a Rusia en la guerra con Ucrania (Irán envía muchos drones para Moscú, drones que le serían necesarios en caso de guerra contra la coalición), a su control de Siria (tratando de evitar que se reactive una guerra civil), y a sus conflictos fronterizos con los talibanes de Afganistán (una guerra de baja intensidad por el momento, pero que Irán no quiere que escale).
Si a todo ello añade un cuarto frente al sur de la Península Arábiga, Irán quedaría completamente al descubierto y prácticamente indefenso ante cualquier ataque directo israelí. No nada más eso: seguramente los hutíes arrastrarían a la guerra a Arabia Saudita, y entonces los ayatolas también podrían ser atacados directamente por las tropas de Riad.
Si eso pasa, Pakistán —siempre lo ha advertido— atacará defendiendo a su aliado de siempre que, por supuesto, es Arabia Saudita. Esto dejaría a Irán completamente indefenso ante cualquier ataque de los talibanes y hasta de ISIS (que perpetró un atentado en Irán esta semana).
No se llegó al panorama de una Tercera Guerra Mundial, pero Irán todavía corre el riesgo de un conflicto regional para el que no tiene las capacidades de lidiar. Todo lo que quería provocarle a Israel, es justo lo que le puede pasar; una guerra en múltiples frentes. Incluso, habría altas probabilidades de que la población iraní se levante contra los ayatolas, y también hubiera que enfrentar un frente interno.
Mientras, el resto del mundo debería celebrar que no habrá una Tercera Guerra Mundial por el momento, gracias a que Israel tenía bien aceitadas sus estrategias para enfrentar una contingencia mayor en Gaza, y gracias a ello mantuvo a raya a Hezbolá. Con ese simple detalle, todo lo demás quedó conjurado.
Los ayatolas, en contraparte, se metieron a un laberinto del que ya no saben cómo salir.
Si hacen un movimiento en falso, ni siquiera van a salir.
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