Para muchos, la paz es el estado natural de las cosas. Salen a la calle sin realmente esperar conflicto en ella, ni se acuestan en la noche preguntándose si van a vivir al siguiente día. Sin embargo, esto no es así para una gran parte del mundo, y difícilmente lo ha sido para la mayoría de la humanidad en el pasado. Los países que realmente tienen seguridad y paz lo alcanzaron tras muchos años de conflictos y guerras.
Para los judíos tristemente la paz casi nunca ha sido nuestra realidad. De cuatro bisabuelos míos, del lado materno, no puedo contar uno sólo que no haya tenido que huir de su país natal, vivido miedo a la persecución o sufrido la muerte de un ser cercano por razones humanas y no naturales; algunos de ellos incluso se vieron en la necesidad de desplazarse más de una vez de ciudad. La historia de mi familia no es para nada distinta a lo que muchas familias enfrentaron el siglo pasado. Tristemente tampoco es tan distinto a lo que muchas familias enfrentan hoy. Hay quienes todos los días se levantan y reciben la incertidumbre que los rodea. Frente a este mundo con guerras, frente al odio, la pregunta de quién es tu enemigo se vuelve tan relevante como quién es tu prójimo. Podemos encontrar un poco de respuesta en la parasha (porción de Torá) de Beshalaj y las palabras de rabbi Sacks z’l sobre ella.
Amalek y Egipto, dos tipos de enemigo
En ese fragmento se habla de dos naciones que atacaron al pueblo de Israel: Egipto y Amalek. Ambas son muy distintas, pero lo que es profundamente interesante es la respuesta que la Torá da a ellas. De Egipto te pide: “no despreciar al egipcio porque fuiste extranjero en su tierra” (Deuteronomio 23:8), mientras que de Amalek te pide luchar contra ellos y no olvidar lo que te hicieron. ¿Dónde radica la diferencia entre una nación y otra?
La respuesta que se da es que Amalek odiaba a Israel, mientras que Egipto le temía. ¿Quién es tu enemigo? “alguien dispuesto a morir para matarte”. Amalek ataca a un pueblo débil y cansado en el desierto, y las razones que dan para atacarlo es que justo en ese momento muestran debilidad. Egipto por el contrario inició el genocidio contra Israel porque los miró como un pueblo “numeroso y fuerte” (Ex 1:9). Egipto buscaba oprimirlos y dominarlos, Amalek aniquilaros.
El odio sin causa
Como remarca el rabino, cuando hay razón para el odio, por nociva y retorcida que sea, ese odio puede terminar y la paz puede ser construida: “Pueblos que se encuentran a la mitad de un conflicto, eventualmente descubren que no sólo están destruyendo a su enemigo: se están destruyendo a sí mismos”. Sin embargo, cuando el odio nace de sí, cuando no hay motivo de ese odio, éste se vuelve interminable: “Cuando el odio depende de una causa específica, termina cuando la causa desaparece. El odio sin causa, sin motivo, dura para siempre”. Son enemigos con los que no se puede negociar.
“Los nazis desviaban trenes que llevaba suministros a su propio ejército para transportar judíos a campos de exterminio.” La Torá nos pide recordar que ese tipo de enemigo existe.
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