Hace poco, leímos la noticia de que el rey de España, al clausurar la VIII Conferencia de Embajadores, el encuentro anual de los 130 diplomáticos que representan a España alrededor del mundo, opinó sobre la solución de la guerra que enfrenta Israel contra el grupo terrorista Hamás. Felipe VI pidió la liberación de todos los rehenes, llamó a respetar el derecho internacional e insistió en que la guerra entre Israel y Palestina terminará con “el establecimiento del Estado palestino junto a Israel”. El monarca apoya la línea del gobierno, la cual pide una conferencia internacional de paz en la que se reconozca el Estado palestino. Recordó que “esa fue la promesa de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991” y pidió a la comunidad internacional “movilizarse para ayudar a las partes a materializarla”.
Horas después, Miguel Tellado, portavoz del Partido Popular (PP) en el Congreso de Diputados, dijo: “Las declaraciones de su majestad son impecables y las comparte la inmensa mayoría de la sociedad española”. Y el programa electoral del PP para las elecciones de julio de 2023 indica: “Debemos trabajar para la resolución de conflictos, especialmente el israelí-palestino, por medio de la solución de dos Estados”.
Muchos líderes en el mundo persisten en esa medida, “la solución de dos Estados”, sin embargo, la idea no es novedosa ni original, se viene repitiendo desde hace décadas, por casi un siglo y no ha dado ningún resultado, más allá de las permanentes agresiones contra Israel y sus ciudadanos, quienes son las víctimas y sufren las consecuencias.
Basta revisar la carta fundacional de Hamás para comprender que estamos ante un grupo terrorista, yihadista y genocida. A modo de ejemplo, en su preámbulo dice: “Israel existirá, y continuará existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que destruyó a otros en el pasado”. Además de su objetivo existencial de destruir a Israel, dicho documento expresa el propósito de promover el antisemitismo en el mundo, así en su artículo 7 dice: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos y les den muerte. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y los árboles, y estos últimos gritarán: ‘¡Oh musulmán!, un judío se esconde detrás de mí, ven a matarlo'”. Los 36 artículos de la carta de Hamás manifiestan el mandato que tienen que cumplir: destruir a Israel a través de la Yihad; aniquilar a los judíos; la exclusividad del Islam en la región; absoluto rechazo a los acuerdos de paz. A Hamás no le interesa fundar un Estado palestino, sino un califato bajo la ley de la sharía.
Los movimientos radicales islámicos, ya sean sunitas o chiítas: Al Qaeda, ISIS, la República Islámica de Irán, Hezbolá y otros menos conocidos, tienen iguales designios antisemitas. A manera de ilustración, los hutíes, una organización terrorista chiíta respaldada por Irán que ha librado una guerra civil en Yemen y que ha extendido la
violencia al mar Rojo, al atacar la libre navegación comercial en un supuesto apoyo a Hamás, en su bandera, traducido del árabe, dice: “Dios es el más grande. Muerte a Estados Unidos. Muerte a Israel. Maldición para los judíos. Victoria para el Islam“.
En definitiva, concediendo que se tienen honestas intenciones al hablar de la solución de dos Estados, se trata de una propuesta basada en la óptica occidental, que desconoce la idiosincrasia árabe musulmana y más aún, ignora el dogmatismo de la radical interpretación religiosa de los movimientos islamistas que, de ninguna manera, aceptan la existencia de un Estado judío. Por más que Occidente presione a Israel para el establecimiento de un Estado
Palestino, tal como ya ocurrió en la década de los 90 con los Acuerdos de Oslo, cuyo fruto es la Autoridad Palestina, ello no es lo que anhelan los extremistas islámicos, por lo que de nuevo será un irremediable fracaso. Resulta obvio que Israel no tiene una contraparte vigorosa con quien negociar y menos aún, que reconozca y acate los términos imprescindibles de respeto a su legítima existencia y seguridad.
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