Isaac Nahón Serfaty/ La caída intelectual de Nassim Nicholas Taleb y la explosión mundial de “sinceridad”

Acerca de Nassim Nicholas Taleb

La masacre cometida por Hamás el 7 de octubre de 2023 hizo que muchas máscaras cayeran, entre ellas las máscaras de personalidades que parecían ser sólidos pensadores o meritorios académicos. Ese día se abrieron las compuertas de la “sinceridad”, poniendo en su sitio a varios impostores intelectuales (para muestra esta sincera expresión de odio que pueden ver aquí). Llamo “sinceridad” al sentimiento de “liberación” que sintieron algunos para poder ventilar en el espacio público sus cuentas pendientes con Israel y los judíos, como si la respuesta del Estado judío al ataque de Hamás desde Gaza les diera una suerte de autorización moral.

A partir de ese día también se desató una ola de revisionismo histórico en una era en la que la verdad importa cada vez menos, y en la que los jóvenes no conocen la historia o tienen una visión muy distorsionada de ella, como lo revela una reciente encuesta. Ellos confían más en sus sensibilidades y las impresiones emocionales que les producen las redes sociales que en los hechos.

La renuncia de Claudine Gay, ex rectora de Harvard, por el develamiento de varios de sus plagios, estuvo muy ligada a la controversia post 7 de octubre y a su participación en la infame audiencia del congreso de los Estados Unidos, aquella en la que dijo que el llamado genocidio de los judíos “dependía del contexto”. Gay pagó el precio cuando fueron expuestas sus dudosas credenciales académicas, siendo, de alguna manera, una víctima del “sinceramiento” que ha afectado al mundo universitario después de las atrocidades de Hamás.

De Antifrágil a la compulsión judaica

Otro caso emblemático de desintegración intelectual y moral es el del antiguo corredor de bolsa y escritor Nassim Nicholas Taleb, autor de los muy vendidos libros El cisne negro y Antifrágil. Taleb se ha dedicado a estudiar el papel de la incertidumbre, las probabilidades y el azar en los fenómenos económicos, políticos y sociales. Su teorización de la antifragilidad, basada en la premisa de que hay sistemas que ganan en fortaleza gracias al desorden, ofrece relevantes perspectivas para comprender nociones como riesgo y crisis. Incluí la lectura de un par de capítulos de Antifrágil en un seminario que dicté sobre comunicación de riesgo y de crisis, lo que provocó interesantes discusiones con mis estudiantes.

A partir del 7 de octubre Taleb ha mostrado que su agudeza intelectual está limitada por su obsesión anti-israelí y una compulsión por los asuntos judaicos, por llamarla de alguna manera. O para decirlo con más claridad: el escritor prescinde de cualquier vestigio de honestidad intelectual cuando se trata de Israel y los judíos. No se trata de un asunto marginal para quien tiene un millón de seguidores en X (antes Twitter) y se mueve por el mundo con un aura de sabelotodo. Su caso debe ser visto con un síntoma de esta era de celebridades intelectuales con un ojo oportunista para lograr notoriedad y por eso vale la pena detenerse en él. Aquí vamos a analizar tres aspectos de su revisionismo histórico: su antipatía por Israel, su apremio “racial” por distinguir genéticamente a los habitantes del Levante, y su cruzada por desjudaizar a Jesús y al cristianismo.

¿Cuál estado fallido?

Con respecto a Israel, el autor ha hecho grandilocuentes señalamientos, como que se trata de un “estado frágil”. En una entrevista, ante la afirmación de su interlocutor de que Israel era “un anacronismo”, Taleb dijo:
“…es como mi amigo Bernard Avishai (nota: se refiere a un académico israelí, porque todo obsesivo judaico tiene su amigo judío) quien fue aporreado, por así decirlo, hace 30 años porque dijo que Israel era una agencia de inmigración que luego fracasó en convertirse en un verdadero estado”. (mi énfasis)

Desmenucemos lo dicho de forma tangencial pero “sinceramente” por Taleb, quien cita con libertad, por no decir falsedad, autores y referencias, como lo veremos más adelante. Antes debemos precisar que Taleb es del Líbano, un país que viene dando muestras diarias de lo que es un estado fallido.

Ese Israel que él dice no fracasó en convertirse en “verdadero Estado” acogió varias olas de inmigrantes judíos de diferentes orígenes, muchos de ellos sobrevivientes del Holocausto y cientos de miles que escaparon de la discriminación y la violencia en países árabes como Yemen, Siria, Líbano, Egipto e Irak.

Por cierto, en la gran mayoría de los países árabes donde hubo judíos ya prácticamente no queda ninguno, con la excepción de Marruecos (donde apenas hay unos 2000). Los judíos perseguidos no se convirtieron en “refugiados eternos”. Tuvieron un país que los integró, no sin dificultades y episodios cuestionables. En su mayoría formaron exitosamente parte de una nación judía renacida y renovada en Israel.

Ese “no verdadero Estado” revivió una lengua antigua de uso casi exclusivamente religioso, y convirtió al hebreo en un idioma moderno que ha producido y produce una vibrante literatura, prensa, cine, educación e investigación científica. Ese no “verdadero Estado” tiene un ejército del pueblo que lo ha defendido contra el declarado objetivo de sus enemigos de borrarlo del mapa, y no tiene “milicias paralelas” (al estilo de Hizbolá, un estado dentro del fallido estado libanés) que, cuando han intentado surgir, fueron suprimidas por ese “no Estado”.

Ese no “verdadero Estado” cuenta con un sector tecnológico que ha hecho contribuciones fundamentales a la agricultura, la computación, las telecomunicaciones y la medicina. Ese “no verdadero Estado” ha convertido el desierto y extensiones pantanosas en tierra arable y fructífera. Se puede criticar a Israel por muchas cosas, pero no se pueden desconocer sus grandes logros.

La carta racial

 

Con respecto a los asuntos judaicos, la obsesión de Taleb está matizada por sus supuestos amigos judíos, lo que él denomina su “etapa talmúdica”, y su declarado dominio de idiomas semíticos, incluyendo el hebreo. El escritor, sin embargo, no puede evitar usar la carta racial cuando trata de encontrar una especie de “pureza genética” entre los habitantes del Levante. En la misma entrevista dijo esto:

“Incluso si aceptamos la idea de que los judíos regresaron a casa después de 2000 años, sigue siendo un hecho que pasaron mucho menos tiempo allí que afuera, a diferencia de los nativos que parecen representar una continuidad desde la Tardía Edad de Bronce”.

“E incluso si consideramos los argumentos ‘raciales’, ‘étnicos’ o genéticos, los palestinos tienen un reclamo más sólido sobre la tierra que estos recién llegados. Un rápido análisis genético mostraría que los grupos más cercanos a los judíos de la época romana, antes de la segunda destrucción del Templo, son los samaritanos, los palestinos cristianos, los libaneses cristianos [debido a una menor mezcla], los judíos caraítas [una pequeña minoría], los judíos siro-mesopotámicos [es decir, los mizrajíes – nota: “orientales” – no yemeníes], los drusos y, finalmente, los musulmanes libaneses y palestinos”.

“Es decir, la mayoría de los levantinos de hoy. Por lo tanto, el argumento de ‘volvemos a casa’ pierde peso en la era de la genética y el análisis del ADN. Se acerca más al colonialismo puro”.

Veamos con atención lo dicho por Taleb. Los palestinos tendrían, según él, más vínculos “genéticos” con la tierra de Israel, o lo que se conoció a partir del 135 AD como Siria-Palestina, que el mismo pueblo que mantuvo una presencia constante, aunque minoritaria, en el territorio donde fue soberano, del que fue expulsado, y que durante dos mil años repitió en sus plegarias su anhelo de retornar a Jerusalén.

Pero el autor libanés olvida decir que la mayoría de los palestinos son descendientes de árabes, turcos y otros grupos étnicos venidos de diferentes territorios externos a Palestina, incluyendo aquellos que llegaron a Tierra Santa en las varias invasiones y olas migratorias árabo-musulmanas y otomanas.

Así lo han demostrado Frantzman y Kark (2013) en un estudio publicado en el Digest of Middle East Studies sobre las migraciones de egipcios, argelinos, bosnios y circasianos que se instalaron en una Palestina bastante despoblada en el siglo XIX.

¿Jesús y el puente neoyorkino?

A pesar de que Taleb dice en la entrevista que no considera la variable racial como válida (supongo que para no pasar por racista), recurre de nuevo al argumento “racializado” cuando escribe sobre Jesús Nazaret.

El Jesús histórico fue judío, nacido de padres judíos y seguidor de la religión judía según los parámetros del fariseísmo del siglo 1 AD. Algunos provocadores e ignorantes han dicho que Jesús fue palestino.

En X el obsesivo Taleb, al tiempo que difundía un mensaje del genetista de poblaciones @MiroCyo sobre la composición genética de las etnias levantinas, afirmó lo siguiente:

“Difícil negar que los palestinos cristianos (de forma más extensa los cristianos levantinos) son genéticamente más cercanos a Jesús, basado en lo que sabemos…Cuidado con los anacronismos de términos palestino o israelí”.
La deshonestidad intelectual de Taleb hizo que omitiera algo que el propio @MiroCyo dijo en su hilo de mensajes:

“La verdad es que todo el mundo en el Levante es mayoritariamente descendiente de antiguos judíos, o al menos son genéticamente indistinguibles de los antiguos judíos”.

Siguiendo con su compulsión de convertir a Jesús en palestino, Taleb escribió en X el siguiente disparate que resulta complicado de descifrar:

“Los imbéciles argumentan que ‘Cristo no era palestino (es decir, no relacionado con los palestinos de HOY) porque los romanos nombraron la tierra 100 años después’. El puente Triboro (nota: se refiere a un puede en NY) pasó a llamarse “Puente RFK” en 2008, por lo que todas sus fotografías de 2006 ahora se evaporaron”.

Nótese sus buenos modales para calificar de “imbécil” a toda persona que no “razona” como él (a mí me tocó mi ración de “fu**ing idiot” en un intercambio con Taleb por X). El punto, sin embargo, no es que Palestina no se llamara así en el año 1 AD, sino que Jesús era judío nacido en Judea. Es lo que han probado todos los especialistas en el tema. Así que el cuento del puente neoyorkino la entenderá solamente Taleb en sus desvaríos, pero cumple con su objetivo de desvirtuar los hechos sobre Jesús y sus raíces judías, es decir, con la intención revisionista.

Pero el súmmum de la desjudaización del cristianismo se constata en un texto que escribió para prologar un libro de Tom Holland intitulado Dominion. Allí usa citas parciales y manipuladas. Por ejemplo, refiriéndose de forma descontextualizada a un texto del profesor israelí Yuval, Taleb señala:

“Lo que ha sido menos obvio es que, si bien nos inclinamos a creer que el cristianismo desciende del judaísmo, lo contrario podría ser cierto. Incluso la relación madre-hija entre el judaísmo y el cristianismo ha sido cuestionada de manera convincente últimamente. ‘Si no hubiera existido Pablo, no habría existido Rabí Akiva’, afirma el teólogo Israel Yuval, ya que podemos ver en el judaísmo rabínico las huellas inconfundibles del cristianismo”. (mi énfasis)

Si Taleb fuera intelectualmente honesto, habría citado con más detalle a Yuval, pues el académico israelí no argumenta que existiera una influencia del pensamiento paulista sobre el judaísmo rabínico. Esto es lo que escribe Yuval en su artículo The Orality of Jewish Oral Law de 2011 sobre procesos históricos que ocurrieron de forma paralela y no secuencial:

“Al principio existía el ‘evangelio’ oral que luego se convirtió en un libro canónico, el Nuevo Testamento. Paralelamente se creó por primera vez la Ley Oral y, a su vez, la obra canónica, la Mishná.

Sin embargo, también existen diferencias entre los dos. El cristianismo afirmó que la nueva enseñanza sustituyó a la antigua, mientras que el judaísmo rabínico veía la nueva enseñanza como un componente integral del pacto único. Según ese enfoque, no se hablaba de una nueva enseñanza o de una nueva ley, sino más bien de una enseñanza adicional que ya había sido dada a Moisés con ocasión de la Revelación de la Ley Escrita”. (p. 241)

Realmente lo único que conecta al apóstol Pablo (c. 5 – c. 64/65 EC) y a Rabí Akiva (c. 50 – 135 EC) es que los dos estaban vinculados a la tradición farisea que dio origen al cristianismo y al judaísmo rabínico, cosa que, de nuevo, olvida mencionar Taleb.

Más adelante en su prólogo, Taleb hace paralelismos entre la numerología del “doce” en el islam chií y los 12 apóstoles del cristianismo. No dice, sin embargo, que la referencia a la docena en el caso de los discípulos de Jesús está evidentemente conectada con las doce tribus de Israel, y que ese también probablemente sea el caso del chiismo por las fuentes bíblicas del Corán.

Las peripecias que hace Taleb para apoyar sus “no argumentos” dirigidos a todos los “imbéciles” (uso sus propias palabras) que no piensan como él son la mejor prueba de una intención revisionista que no tiene ningún sustento en la evidencia histórica. Parece más una necesidad de airear sus malestares contra Israel, el sionismo, las raíces judías del cristianismo y sus otras obsesiones judaicas. Pero a quién le importa que el reputado autor diga mentiras, medias verdades y que incluso haga razonamientos que no aguantan un mínimo análisis lógico. En la era de las redes sociales lo que importa es causar una impresión para complacer las sensibilidades del momento, hoy más anti-israelí y más antijudía después del 7 de octubre de 2023.

El oportunista Taleb le saca partido a los prejuicios y a la ignorancia, incluso si eso implica sacrificar su rigor intelectual. Todo sea por la “sinceridad”.

Isaac Nahón Serfaty: @narrativaoral

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