En recuerdo al Holocausto: “El pianista”, un grito por la humanidad

 “¿Si nos pican no sangramos? ¿Si nos hacen cosquillas, no reímos? ¿Si nos envenenan no morimos? ¿Si nos dañan, no buscaremos venganza?” Lo dice Henryk a su hermano Wladek antes de ser deportado con toda su familia a un campo de exterminio nazi. Es un monologo tomado de El mercader de Venecia escrito por Shakespeare 400 años antes. Es una de las muchas formas que Polanski retrata la importancia del arte y su trascendencia para manifestar nuestra humanidad y crear unión en el mundo y la sociedad. En El Pianista (2002) vemos la historia del Holocausto a través de los ojos de Wladyslaw “Wladek” Szpilman un músico judío que sobrevivió los horrores de Polonia mucho por su suerte y algunas veces por su música. Es a través de su mirada y su silencio que la postura humanista del director se manifiesta.

En las dos horas y cacho que dura la película vemos a la familia Szpilman pasar de ser una familia educada y acomodada en Varsovia, con hijos reconocidos al menos nacionalmente por su música y trabajo intelectual, a luchar por sobrevivir en las condiciones tan inhumanas que el Holocausto y la persecución nazi generó a los millones de judíos polacos. Vemos a cada uno responder de forma distinta. Los padres piensan primordialmente en los hijos, en tratar de sobrevivir, en no ser una carga y en mantener la familia unida; en encontrar los pocos resquicios que quedan de felicidad y compartirlos. Son conscientes del horror que los rodea y empáticos frente al sin fin de tragedias que les toca presenciar.

Entre los hijos, aparte de Wladek, el que más destaca es Henryk; vive y expresa sus emociones con gran pasión. No quiere sobrevivir, quiere luchar. En él vemos todo el dolor de la impotencia a quienes fueron rodeados por esa situación tan trágica de la historia, por eso es tan significativo que sea él quien lee las líneas de Shakespeare. Da voz a una verdad que existió siglos antes de la persecución y que se refiere a la humanidad de quien es perseguido, a la necesidad de respuesta que hay en él y en cada uno de nosotros. Es la voz que expresa mayor ira y a la que la poesía ofrece un poco de consuelo.

En contraste, de Wladek difícilmente vemos sus emociones. Sabemos que le afecta, sabemos que empatiza, pero a diferencia de su hermano, lo conocemos más por sus acciones que por una expresión explicita de sus sentimientos. No estalla en ira, ni grita, ni siquiera llora. Sus miradas a veces lo delatan, pero en muchas ocasiones parece más un fantasma que un ser presente. Esa característica del personaje es intencional: permanece como el testimonio vivo y constante de lo ocurrido. A través de él es que conocemos las otras caras de la historia.

Todo tipo de personas se cruzan en su camino. Conocemos a quienes organizaron la resistencia y más adelante orquestaron el levantamiento del gueto de Varsovia; a quienes murieron de hacinamiento y hambre; a quienes negociaron con la vida de conocidos y prefirieron ser policías que ayudaran a las SS, e incluso conocemos a otros polacos y alemanes. Conocemos a generales sádicos y a gente que puso en riesgo su vida por empatía, por actuar correctamente. A través de todos los matices, conocemos lo humano. Y en el centro de su historia destacan el amor a la vida, a la familia, a la amistad y a la música.

Esta última es lo que en más de una ocasión le salva la vida, lo que más anhela y a donde regresa constantemente, sin embargo, no es en la música donde se manifiesta nuestra humanidad, sino en la mirada que damos al otro y el espacio que le abrimos en nuestra existencia. Se manifiesta en el hombre que decide no matarlo y prefiere compartir su pan, en quienes arriesgan su vida por protegerlo. Está presente en el amor que comparten como familia y en el niño al que intenta rescatar, al que ofrece consuelo, e incluso se encuentra en su mirada, en el ver el dolor ajeno.

Sin ser en absoluto moralista, la película trae frente a nosotros muchas enseñanzas. Nos muestra la realidad de lo que fue el exterminio masivo de judíos y la brutalidad que se vivió. Enseña la dificultad para generar una resistencia armada, la irrealidad y estupidez de lo ocurrido, y el sin fin de partes que jugaron en esa historia. Nos muestra no sólo el lado judío, sino también la historia de los alemanes que fueron tomados prisioneros y mandados a campos de trabajo en Siberia, porque a través de ellos nuevamente la película da un grito por la humanidad. Hay un momento en que Wladek es confundido por alemán y casi pierde la vida. En esa escena se encuentra el centro de lo que esta historia comunica: la importancia de detener el dedo antes de apretar el gatillo, la importancia de ver aquello que nos asemeja.

El final, Wladek frente al piano nuevamente tocando para la radio de Varsovia y la mirada que cruza con su amigo nos muestran la normalidad nunca recuperada. Es evidente que hay cosas que el optimismo más grande no cura. Es un tributo a todos los que vivieron con cicatrices en su vida.

En unos días la ONU conmemora el Día Internacional de Recuerdo a las Víctimas del Holocausto, es un día en el que se realizan ceremonias para honrar el recuerdo de quienes fueron víctimas de esta persecución, y para educar a la población sobre los sucesos ocurridos. Es importante que este tipo de eventos existan, pues es importante mantener viva la memoria de lo ocurrido y profundizar en su significado dentro de nuestro presente. Hoy más que nunca necesitamos recordar los mensajes que películas como El pianista nos comunican y asomarnos nuevamente al testimonio y la historia de quienes vivieron ese horror.

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Aranza Gleason: Aranza Gleason se define a sí misma como una judía en el exilio. Nació con una raíz dividida como sus poetas favoritos; busca y ama al judaísmo, pero como a los personajes que lee, éste, también se le escapa de las manos. Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM y ha trabajado en Enlace Judío desde el 2017. Le gusta leer, viajar y experimentar el mundo de forma libre.