Sobrevivientes narran el infierno que vivieron -junto con miles de personas más- por el ataque de Hamás en el Festival Nova, en Israel, el pasado 7 de octubre. Tras su escape milagroso, y con el doloroso recuerdo de la muerte de varios de sus compañeros, alzan la voz por su amigo, el mexicano Orión Hernández, aún desaparecido.
—A Orión le encantaba molestar a Shani, ella se le colgaba, él la hacía a un lado, pero era un juego de coqueteos —cuenta Daniela—. Era muy lindo verlos cómo se miraban, cómo se acariciaban el pelo, cómo sonreían.
La noche del jueves, Orión durmió en casa de Shani. No era la primera vez. Entre 2022 y 2023 Orión fue tres o cuatro veces a Israel, en principio a visitar a Yusel, su “hermano” y socio en Eudaimonia, que vivió cuatro años con Hilá cerca de Tel Aviv. Yusel lo había convencido de que Israel era el mejor lugar para festivales masivos, el sitio por excelencia por la pasión, libertad y energía de los jóvenes. En esas idas y venidas Yusel lo introdujo con Mark Bash, un talentoso artista ruso-israelí que le tatuó a Orión un calendario maya en la nalga y también Yusel fue testigo de cómo se conocieron Orión y Shani.
—En diciembre de 2022 fuimos al Bavel para platicar con los mánagers del lugar, andábamos haciendo scouting para encontrar socios para eventos. Shani estaba bailando en la pista y desde que Orión la vio, se clavó con ella. Era una chava pacifista que cuestionaba al ejército. Un ángel, una mujer muy dulce. Una talentosa dibujante, de hecho, estaba haciéndole un diseño a Orión para tatuarlo. Sonreía tan lindo que era imposible no quererla. Orión cayó completivo, ya no la soltó.
El viernes tempranito, Sasha, José y Daniela se fueron a rentar un coche al aeropuerto, un sedán con maletero, porque la fiesta era lejos, a una hora y media de Tel Aviv, y en el coche de Shani no iban a caber. Orión y Shani cenaron tacos en un local mexicano frente al departamento en el que estaban todos alistándose para ir a la fiesta.
—Shani y yo nos maquillamos y vestimos juntas, se veía bien bonita. Nos tomamos una foto que quedó en su celular —recuerda Daniela—. Yo me puse botas negras de plataforma, un vestido al cuerpo sin mangas y mi cangurera. Ella también llevaba botas, iba con una falda-short en su cuerpo estilizado y un top marrón con negro. Lo que se ponía le lucía increíble. Para los chicos todo era más simple: una bermuda, una playera. La de Orión era negra y tenía los 7 chakras en la espalda, los canales de la energía.
Charlotte, la novia de Sasha, les anticipó que ella “no sentía vibra” para ir al Nova, que se iba a quedar a descansar. Tampoco los gemelos Abi e Isik se animaron, era viernes y ellos respetaban shabat. Por ese golpe de suerte, los tres se libraron de deambular en el infierno.
Orión manejó el coche de Shani y Keshet se fue con ellos en la parte trasera. En el auto rentado iban José, Daniela y Sasha. Así se determinó la suerte, así lo dictó la fortuna.
Al llegar a la fiesta, un descampado a escasos kilómetros de Gaza, dejaron los coches casi junto a la puerta del estacionamiento, a veinte metros uno del otro. Aún había lugar, era pasada la medianoche y todavía no llegaban los tres mil jóvenes que ahí se conjuntarían un par de horas después. Pensaron que Shove estaba por tocar, pero les confirmó que faltaba mucho para su turno, que era al mediodía del sábado. Los dos escenarios al aire libre proyectaban luces psicodélicas de colores con figuras abstractas al ritmo de la música electrónica. Les pareció que todo estaba bien organizado, 24 horas que prometían furor, gozo y mucha diversión.
Sasha, José, Daniela y Nitah comenzaron a correr para salvar sus vidas. Veían al frente, no volteaban atrás, sólo por momentos se frenaban a escuchar las detonaciones, cada vez se oían más cerca. Había misiles en el cielo, granadas que estallaban, también ráfagas de ametralladoras a escasos pasos de ellos. Oían inclusive el paso de tanques de guerra. Veían gente herida, escuchaban lamentos. Su foco era correr, no pensar, sólo aguzar el oído. No ver, deambular sin consciencia. El miedo generaba suficiente adrenalina para acelerar el paso.
Nitah les dijo que hacía más de cincuenta años que no había ataques de ese tipo, pensó él que sólo habían arremetido contra el Nova. No tenía manera de saber que era una embestida simultánea de Hamás en toda la frontera: tres mil terroristas estaban en Israel con sed de sangre, dispuestos a torturar, quemar y decapitar a familias con crueldad, a violar en pandilla a cuanta mujer encontraran a su paso.
Después de un buen rato hallaron una plantación de olivos, de lejos parecía un buen lugar para guarecerse, pero al llegar constataron que esos árboles legendarios tenían escasas raíces, sus troncos torcidos y su follaje eran buenos para hacer sombra, no para ocultarse. Desde ahí vieron a lo lejos a tipos montados en motocicleta, iban gritando en árabe, disparando a mansalva. Se pusieron pecho tierra para no morir. Cuando ya no escucharon más tiroteos, se levantaron para reanudar el paso. ¿Hacia dónde seguir, a dónde ir? A donde los llevaran sus cuerpos, a donde los encaminara su intuición. Sobrevivir era una moneda al aire, la suerte estaba echada.
En el desierto es difícil camuflarse, es una planicie eterna de arena en tonos ocres. El sol subía, generaba destellos y resplandores. El calor era creciente. No había tiempo para lamentos. Tampoco para pensar. Durante cerca de tres horas corrieron los cuatro juntos, tomando decisiones con el oído alerta, alejándose de las detonaciones que seguían y seguían y seguían. No pasaba un minuto entre una y otra. Explosiones y más explosiones. Ráfagas y más ráfagas. Y en el cielo los misiles. Había heridos y muertos sembrados por doquier. Estaban exhaustos, pero no había alternativa.
Cerca de las diez de la mañana, después de correr más de tres horas, Sasha decidió no seguir. No podía más. Encontró un hueco bajo un árbol, el tronco bajaba al piso y ahí se metió, ahí se enconchó. Aseguró que no daría un paso más, estaba en shock, le temblaba el cuerpo entero. Como no cabía nadie más que él, como no había otro espacio, como Daniela, Nitah y José estaban muy expuestos, les pidió que siguieran, que fueran a pedir ayuda, él les mandaría su ubicación para que regresaran por él.
José tomó de la mano a Daniela para seguir, ella se paralizó, decía que sin Sasha no iría a ninguna parte, insistía que no podían abandonarlo, pero Sasha estaba en lo suyo. Ni un paso más, repetía, se tapó la cabeza con su chamarra, se echó ramas encima y así escondido, casi enterrado, les imploró que siguieran. Sólo él tenía pila en el celular, poca, pero suficiente para mandar su ubicación al chat de Eudaimonia. Lo hizo a las 10:31. Insistía que cuando ellos estuvieran en un sitio seguro, cuando cargaran sus teléfonos, tendrían el sitio exacto donde él había quedado. Daniela decía no, él que sí. Fue el momento más duro, el de la despedida de Sasha.
Los ataques proseguían, estallaban explosivos en las proximidades. A Daniela se le dobló el tobillo, la plataforma de la bota no aguantó más, se desprendió y su pie tronó. Se quitó las botas, deseó que sólo fuera algo muscular. No podía desmoronarse, no en ese momento. Por suerte llevaba calcetines y así, casi descalza, siguió adelante con Nitah y José. Ella no se quedaría a ningún precio.
Alrededor de las 3:30 de la tarde se toparon con otra plantación de olivos, a lo lejos había un enorme contenedor de fierro con tierra y piedras a tope. Esa podía ser su trinchera. Cuando llegaron constataron que había más gente de la fiesta en ese mismo sitio, siete personas más buscando guarecerse. Todos silenciosos, todos con miedo, todos en alerta máxima. Daniela que es muy chiquita se metió debajo del contenedor. Nitah y José se colocaron a un costado con los otros sobrevivientes del Nova. Había heridos: uno tenía un disparo de bala en el tobillo, otro tenía fracturado el brazo. Todos estaban en profunda conmoción, nadie hablaba, nadie se quejaba, no había llanto. Sólo alerta máxima. Para entonces los disparos sonaban a lo lejos. Se habían acostumbrado a contar los segundos entre balazo y balazo y, por vez primera, se sentían un poco más seguros. Hacía demasiado calor, a pesar de haber corrido siete horas no sentían sed ni cansancio, cada uno a su modo estaba en modo sobrevivencia, con el cortisol a tope.
Al cabo de un rato, llegaron dos camionetas, una pick up del ejército y un coche especial capaz de maniobrar sobre arena. En este último se llevarían a los heridos. En la parte trasera de la pick up, en la caja semiabierta, en un espacio donde hubieran cabido cuatro, iban ocho personas encimadas, abrazadas en el suelo.
—Yo iba agarrada de José. Sólo pensaba: qué pedo, qué fue esto, qué pasó —recuerda Daniela.
Circularon treinta minutos. No veían nada, no escuchaban nada, la arena volaba, les pegaba en los ojos, era imposible respirar, había que cubrirse la cara. Finalmente, cerca de las 5:30 de la tarde llegaron a una estación de policía donde había más heridos, mucha sangre, más personas sobrevivientes. El shock colectivo se extendía como una mancha de denso petróleo. Había jóvenes de la fiesta que habían consumido sustancias o alcoholizados, y se notaba que estaban aún más perdidos. Iban y venían ambulancias.
Daniela y José estaban preocupados porque no veían a sus amigos. Reconocieron a dos chicos que también habían estado en la fiesta de Hungría, pero de Orión, Shani y Kesh, nada. No había la más mínima señal de que hubieran sido rescatados. El tobillo de Daniela estaba muy hinchado, le ofrecieron llevarla a un hospital, no quiso, había otras personas más graves que necesitaban ayuda urgente. Ella podía esperar, no estaba dispuesta a despegarse de José. No encontraron donde cargar su celular para saber si alguien ya había rescatado a Sasha; si Orión, Shani y Kesh habían regresado.
Yusel, que cuando lo deportaron de Israel viajó a Rumania, recibió la ubicación de Sasha de las 10:31 am. Para entonces ya era evidente la masacre sorpresiva de los terroristas de Hamás, la crueldad y bestialidad con las que atacaban los kibutzim y a los jóvenes del Nova. Los mismos terroristas transmitían en streaming directo de Facebook live su maldad, y las imágenes corrían por el mundo entero.
Yusel pidió ayuda a sus amigos de Israel. Su primera llamada fue a Shove para ver si estaba bien. Le contó que se había salvado de milagro porque, como le tocaba ser DJ en el Nova al mediodía de ese sábado, a las 6 de la mañana se salió de la fiesta para ir a buscar su equipo a un moshav retirado, donde se hospedaba, y para su suerte no vio nada. Shove fue quien buscó a contactos militares para que fueran a rescatar a Sasha.
Lo que derrumbó a todo el grupo de Eudaimonia y al mundo entero, fueron las imágenes de Shani, tirada en la parte trasera de una camioneta que desfilaba en las calles de Gaza. Como parte de su propaganda, los militantes de Hamás viralizaban su cuerpo roto e inconsciente, rodeada de terroristas que festejaban la masacre. Iba pisoteada y herida. Semidesnuda. Shani era la cereza del pastel, del odio y la infamia, estaba en todos los noticieros, en los chats de WhattsApp, era el primer video de contenido violento y terrorista que se viralizaba. Cuando Daniela la vio comenzó a llorar. No había duda. Era Shani. Supuso que estaba muerta. ¿Cómo podía ser posible? ¿Y Orión, y Kesh, dónde estaban?
A Yusel le pasó lo mismo. En Rumania vio las imágenes, estaban en todos lados.
—Lo primero que vi al despertar en Brasov, fue un mensaje de mi amigo Mark (el tatuador). Me preguntó por Orión. Me pidió que viera un video, que hiciera lo posible por reconocer quién estaba ahí, porque él no podía (o no quería) constatar lo que sus ojos le dictaban.
No había duda, era Shani. Tenía los tatuajes que Mark le había hecho en las piernas, las rastas en el cabello, el short y el top que compró con nosotros en Europa. Se ponía bonita, con mucho estilo. Era ella, era la mujer tierna y fuerte que conocíamos. Me pareció que estaba muerta. Fui yo quien llamó a la familia de Shani, pero el papá, que es policía, me dijo que, hasta no tener pruebas, para él Shani estaba viva. Secuestrada, inconsciente, pero viva. Su madre también se resistía, su niña tenía apenas 22 años y su nombre pasó a la lista de secuestrados por Hamás. Así nos mantuvimos con el paso de los días, entre la esperanza y la incertidumbre. Yo estuve muy cerca de la familia de Shani, rezando, pidiendo, exigiendo.
Ese 7 de octubre en la tarde, dos vecinos se ofrecieron a llevar a José y Daniela a donde pudieran tomar un camión a Tel Aviv. Los condujeron al estacionamiento de un centro comercial donde había decenas de refugiados; les tomaron nombres, apellidos, nacionalidades. Un chofer voluntario y un militar armado los condujeron a Tel Aviv. Aún había terroristas en todo Israel. Al llegar al departamento, como a las 10:30 de la noche, se abrazaron con Sasha, también venía llegando. Lloraron juntos, no podían creer que estaban vivos. Los tres del coche rentado estaban a salvo. El destino de los otros tres amigos era de absoluta incertidumbre.
Esa noche las alarmas seguían incesantes. Había misiles y ataques. A cada rato corrían al refugio antibombas del departamento. En Israel, todos los espacios tienen un refugio, y por los ataques constantes, la sociedad está acostumbrada a que una vez que suenan las alarmas cuentan con escasos segundos para resguardarse. La Cúpula de Hierro, el poderoso escudo antimisiles de Israel, logra detectar y destruir en el aire gran parte de los cohetes, pero no todos. La amenaza persistía.
Héctor, un amigo mexicano de Eudaimonia, se animó a marcar al celular de Orión. Contestaron en árabe. Al minuto le colgaron. ¿Dónde estaba Orión? Héctor llamó a Daif, un refugiado kurdo que habla árabe, parte de la familia multicultural de los festivales, y le pidió que él llamara. Tuvo suerte, le contestaron.
Narra Yusel esa parte de la historia:
—Daif habló en árabe, con todos los respetos de su lengua, con la forma que ellos hablan. Le dijeron que no se preocupara, que Orión estaba con otro grupo de secuestrados. No con Hamás, sino con la Yihad Islámica. Nuestra esperanza era que le hubiera tocado otra clase de personas, que no lo trataran mal.
Al nacer Orión en 1992, Sergio fundó el restaurante Vucciria, frente al Parque México, uno de los detonantes de la Condesa; y ya luego, la Planta Baja en la Obrera que dio vida al Centro, y más de diez bares como Interior 1 o la discoteca del Continental. A Pascale no le gustaba ese entorno. Hija de un militar francés y una madre vietnamita que no quisieron hacerse cargo de ella (Indochina era colonia francesa), intentó reconstruirse en México a donde llegó a los 16 años, liberarse de años de abandono y rechazo. Fue modelo de Vogue, fue la imagen en los videoclips promocionales de “La Chica Robot” de Maná y la joven de “Las mil y una noches” de Flans, pero al nacer Orión se empeñó en dejar la frivolidad atrás, dedicarse a su hijo y pintar paredes con sentido artístico.
Educar a Orión fue un campo de batalla entre Sergio y Pascale, y el niño lo resintió formando su carácter duro, rebelde y resiliente. Fueron idas y vueltas, temporadas con papá, otras con mamá, en Cozumel, París, Tepoztlán, Ciudad de México, Uzes (pueblo medieval al sur de Francia), Tulum, Cancún, Valle de Bravo, de nuevo a Francia donde Pascale vivía en un centro budista, para finalmente regresar a México con su padre.
De adolescente fue campeón de patineta, hacía piruetas en el Parque México como nadie, y pasaba sus tardes grafiteando paredes, ponía Radoux en letras danzarinas de todos colores. Traía un collar de púas en el cuello y lo corrían de todas las escuelas. A los 17 años se independizó, se fue a vivir con una novia, trabajaba vendiendo sushis y ensaladas. A los 19, ya hacía fiestas con música electrónica y eso derivó en los festivales con yoga, conciencia ecológica, masajes, arte, tatuadores y amor por las artesanías locales. Así creó su sello.
Con el enorme ángel que lo caracteriza formó Eudaimonia, ese gran equipo, su nueva familia, la banda que hoy reclama su liberación…
Publicado originalmente en Reforma
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