A veces, la historia que hay detrás de una palabra antigua puede decirnos muchas cosas sobre el presente. En el caso de Palestina, nos pone en contacto con una compleja historia que, como bien sabemos, se ha traducido en un todavía más complicado presente.
En el origen de todo lo relacionado con la palabra “Palestina” están los Pueblos del Mar, un combo de invasores que llegaron en barcos desde las islas del Mar Egeo (es decir, eran griegos) a tratar de instalarse en toda la costa oriental del Mediterráneo, desde lo que hoy es Turquía hasta Egipto.
Sus incursiones comenzaron hacia mediados del siglo XIII AEC. Ramsés II fue el primer faraón en mencionarlos, señalando que los derrotó y los rechazó.
Eso sólo fue el preludio de la catástrofe. Hacia finales de ese mismo siglo, las incursiones se incrementaron, y el faraón Merneptah —hijo de Ramsés II— no tuvo el mismo éxito que su padre. Pudo repelerlos de Egipto, pero perdió el control de los dominios egipcios en Canaán. En otras palabras, la era imperial egipcia llegó a su fin.
A los hititas (radicados en la actual Turquía) les fue peor: los Pueblos del Mar los lanzaron a un colapso militar, económico y social de tal envergadura que, en el trasncurso de la primera mitad del siglo XII AEC el otrora poderoso Imperio Hitita colapsó por completo.
Generalmente se señala el año 1187 AEC como el punto final de la Edad del Bronce, justo por el impacto que causaron los Pueblos del Mar en las sociedades egipcia, hitita, y cananeas.
¿Quiénes eran los Pueblos del Mar? No se sabe. Las fuentes documentales de la época no los identifican de una manera precisa. Se mencionan algunos grupos como los Lukka, los Shardanas o los Danios, pero no hay consenso sobre quiénes pudieron, específicamente. Probablemente los Lukka tuvieran vínculos con Licia; los Shardanas, con Cerdeña; y los Danios con el Dárdano. Pero todo eso es pura especulación.
Los egipcios simplemente los identificaban como “invasores”, y les llamaron “purasatiu”. En la correspondencia internacional de la época —toda ella en acadio—, se les llama “palastu”. Los israelitas los llamaron “pilistim”, y al territorio que conquistaron se le llamó Peleset. Dicho territorio fue, por cierto, la zona de la actual Franja de Gaza, incluyendo un poco de lo que es Israell. Allí fundaron sus cinco ciudades más importantes: Gaza, Gat, Ashkelón, Ashdod y Ekrón.
El rastro de los filisteos se pierde en tiempos de las conquistas babilónicas. Las tropas de Nabucodonosor asediaron y devastaron Gaza, y a partir del siglo V AEC, desaparecen por completo de las fuentes documentales.
De cualquier modo, los griegos siguieron hablando de Philisteim durante varios siglos, aunque ya no como una nación vinculada con un pueblo. Para ellos, simplemente era el nombre de una región costera al norte de Egipto. Los romanos latinizaron el término como Palestinae, aunque con una diferencia significativa: para estos últimos, Palestina era una región bien definida. Eso, porque el nombre fue adoptado como oficial en una medida punitiva contra los rebeldes judíos que, bajo la dirección del caudillo Simeón bar Kojba, se levantaron en armas contra Roma entre los años 132 y 135.
Así pues, para los romanos Palestina era el equivalente exacto de lo que habían sido, previamente, Judea, Samaria y Galilea. Los griegos no habían entendido así el término. Para ellos, hablar de Palestina era como hablar de Mesopotamia, un lugar que no tiene fronteras oficiales y que, por lo tanto, no es un país. En consecuencia, un “mesopotámico” (o un “palestino”) era, simplemente, cualquier persona que viviera allí, sin importar el pueblo al que perteneciera.
Los árabes conquistaron la zona en el año 638, y heredaron la percepción de los griegos. Es fácil de explicar: para su narrativa religiosa, la única ciudad importante era Jerusalén. Todo lo demás carecía de un valor específico, y por ello Palestina fue un territorio frecuentemente dividido y subdividido al placer de los gobernantes en turno. Generalmente, la zona costera era gobernada desde Beirut; la zona del interior, desde Damasco; la zona de Jerusalén —por su importancia religiosa— solía ser un caso aparte.
Palestina volvió a cohesionarse como provincia sólo hasta la llegada de los cruzados en 1099, aunque —por supuesto— cambió de nombre y se convirtió en el Reino Cruzado de Jerusalén. Así se mantuvo hasta 1187, cuando Saladino derrotó a los cruzados, fundó el califato ayubí, y devolvió el control momentáneo de Palestina a los musulmanes.
Luego vino una época de ires y venires debido al éxito parcial de la Sextra Cruzada, y entre 1228 y 1238 los cruzados volvieron a controlar algunas regiones. Finalmente, los ayubíes recuperaron el control total, y Palestina volvió a ser una región desprovista de identidad jurídica.
Las cosas volvieron a cambiar poco tiempo después: en 1244 llegó la invasión jorezmita, un grupo mongol que arrasó con todo el Medio Oriente, aunque no logró establecer su dominio allí. Estuvieron tres años en la zona, y su máximo logro fueron los saqueos.
La importancia de este evento fue de otra índola: los jorezmitas usaban mamelucos, es decir, soldados esclavos. Las tropas traídas por estos invasores de origen mongólico estuvieron integradas por eslavos (rusos y ucranianos), mongoles, turcos y circasianos que se quedaron a vivir en el Medio Oriente. En poco tiempo y ante la ineficacia jorezmita, los mamelucos se empoderaron y en 1250 lograron fundar su propio sultanato (equivalente a califato, pero en terminología turco-eslava).
Esa situación provocó que los árabes locales de Palestina terminaran por convertirse en un grupo al que el resto del mundo árabigo nunca reconoció como “un pueblo” (a diferencia de los egipcios, los sirios o los libaneses, por ejemplo). Y es que esa población se mezcló con los mamelucos y se convirtió en un grupo mestizo que, en la imaginería de muchos árabes, sólo eran la descendencia de los bárbaros salvajes traídos a Medio Oriente por otros bárbaros salvajes que sólo habían llegado a cometer saqueos.
En 1517 Palestina quedó bajo el poder otomano, pero mantuvo su condición de mero referente geográfico. Fue dividida y subdividida en varias ocasiones, siguiendo la misma lógica islámica de siempre: las zonas costeras bajo gobierno de Beirut, las zonas del interior bajo gobierno de Damasco, y Jerusalén y sus alrededores constituidos como un mustafarrato bajo control directo de la capital del imperio.
Desde tiempos de los cruzados, la primera vez que Palestina se convirtió en una provincia en forma (tanto política como económica) fue cuando los ingleses la oficializaron como el Mandato Británico de Palestina en 1922.
Palestina es uno de los mejores ejemplos históricos de lo compleja que puede ser la experiencia humana. A veces una mera región (como para los griegos y los musulmanes), a veces un reino o provincia definida (como para los romanos y los británicos), pero siempre residencia de grupos complejos cuya base fueron las comunidades judías y árabes allí establecidas, que luego se nutrieron con inmigrantes llegados de Europa y los países aledaños (en el caso de los judíos), o legados desde Ucrania, Rusia, Mongolia, Turquía y Circasia (en el caso de los palestinos).
¿Será que su historia la lleva en el nombre? Palestina, en última instancia si nos remitimos al inicio de todo, a los Pueblos del Mar, significa Tierra de Invasores. El término es duro, pero podemos darle otro sentido más humano y realista: tierra de migrantes, tierra de viajeros, tierra de mestizajes.
Y, por supuesto, tierra de judíos. Los únicos que han tenido una presencia permanente allí desde hace 3 tres mil años, y los únicos responsables de la idea de que ese lugar es una nación definida, precisa, con límites históricos bien claros.
Su nación, cuyo nombre correcto es Israel.
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