La partida de póker está terminando, y Hamás está a punto de jugarse su última carta. Si falla, todo está acabado. Y lo peor es que el éxito de su última tirada no depende de ellos mismos, sino de la comunidad internacional.
Hay dos puntos relevantes en lo que vamos a ver los próximos días en Gaza. Uno, que está a punto de comenzar la festividad del Ramadán. Dos, que el último bastión que le queda a Hamás es Rafah.
En términos prácticos, Hamas está derrotado. Aun si la guerra terminara en este momento, los daños sufridos por Hamas son incalculables. Su infraestructura en Jabaliya, Gaza y Khan Younis está devastada, y por lo menos 20 de sus 24 batallones son inoperantes.
Más de la mitad de sus combatientes están muertos, heridos o desaparecidos, y toda la información sobre la estructura y funcionamiento del grupo ha sido confiscada por Israel. Datos provenientes de carpetas, cuadernos, celulares y computadoras ahora están en manos de los servicios de inteligencia israelíes, y se les va a sacar mucho provecho.
Sin embargo, pareciera que Hamas apuesta —o, por lo menos, desea— a que en la futura y no tan lejana reconstrucción de Gaza, ellos mantengan el liderazgo.
Ello sólo se podría lograr en un panorama posible: que Israel detenga el asalto a Rafah. Si esta última ciudad cae junto con los 4 batallones de Hamas que todavía se mantienen activos allí, la suerte del grupo terrorista estará echada, y eso significará su destrucción total.
Para mala suerte de Yahya Sinwar, el más interesado en que los eventos tomen ese derrotero, lograrlo ya no está en manos de Hamas. Todo depende de que el último plan funcione tal y como fue elaborado: levantamientos masivos durante el mes de Ramadán que convenzan a la comunidad internacional de ejercer una presión decisiva sobre Israel, para que esta vez sí detenga la guerra por completo.
Los líderes de Hamas y sus focas aplaudidoras a nivel mundial son tan absurdos que, de lograrlo, seguramente lo proclamarían como una victoria absoluta sobre Israel. Lo de menos es la cantidad de muertos que Hamas haya dejado en el camino. Son mártires, y en su retorcida visión del mundo son parte de la estrategia.
En el fondo, la situación es patética. Digamos que para Hamas sería un triunfo sobrevivir.
Ahora toda la apuesta está en fomentar la máxima radicalización posible, apostando el último capital a que todo occidente reaccione de manera cobarde.
No es muy inteligente por parte de Hamas. De hecho, esa fue su apuesta desde un principio. El plan original era perpetrar un salvaje ataque contra Israel, forzar al Estado judío a iniciar una guerra de represalia brutal, y verlo rendirse ante la comunidad internacional que, seguramente, otra vez saldría con su típica cantaleta de “hay que evitar una escalada”.
El cálculo de Hamas falló por completo. La dimensión de su ataque terrorista fue tan inhumana, tan animal, que los gobiernos occidentales reconocieron —implícita o explícitamente— que Israel tenía todo el derecho a defenderse, e incluso que Hamas tenía que ser destruido.
Así fue como comenzó la nueva guerra, con un Israel implacable que ningún país se tomó la molestia en detener.
El plan de Hamas también contemplaba una disposición israelí a sacrificar a sus tropas en los laberintos de Gaza —a ras de tierra o en los túneles— a tal punto que la protección de la frontera norte tuviera que debilitarse.
Entonces vendría el ataque de Hezbolá e Israel tendría que luchar en dos frentes. O, más bien, en tres, porque Hezbolá seguramente también atacaría desde Siria. O, tal vez, cuatro, porque desde Cisjordania también vendría el ataque de las células del propio Hamas y de la Yihad Islámica. O, incluso, cinco, porque los árabes israelíes también podrían rebelarse y abrir un frente interno para Israel.
Nada de esto funcionó. Ahora está claro que las previsiones de Israel para esta, la ansiada guerra del fin del mundo, fueron mejores que las de Hamas. Es evidente que Israel sí tomo en cuenta todos los escenarios posibles, y que hizo un Plan A, un Plan B, un Plan C, todo el alfabeto si gustas. Que diseñó estrategias flexibles capaces de adaptarse dependiendo de cómo fueran desarrollándose los acontecimientos.
Por ello pudo implementar una guerra en Gaza que no obligó a debilitar el norte. Hezbolá se tuvo que detener, e Irán decidió no involucrarse. Las células de Cisjordania están bajo permanente asedio israelí, y la mayoría ya han sido desmanteladas; muchos de sus líderes han sido arrestados o eliminados.
Al final, Hezbolá tuvo que limitarse a hacer una extraña guerra de baja intensidad que, pese a su recrudecimiento en las últimas semanas, no ha provocado ningún cambio en la estrategia que Israel despliega en Gaza. Todo lo que hace Hezbolá en el norte no le funciona a Hamas en absolutamente nada; sólo sirve para que las represalias israelíes destruyan infraestructura del grupo terrorista libanés, y para que ya hayan caído más de 200 combatientes.
Ahora viene el Ramadán, la última carta de Hamas. Una festividad en la que ya es tradición que, durante los primeros días, los grupos musulmanes extremistas ocasionen disturbios o perpetren ataques. Una situación tan peligrosa como explosiva, dado que la guerra en Gaza ha puesto los ánimos al máximo en todos los frentes.
La apuesta de Sinwar, Haniyeh y Mashal es que occidente no quiera correr el riesgo de lidiar con una violencia islámica exacerbada, y se decida por fin a obligar a Israel a ponerle fin a su asedio. Que la guerra quede interrumpida y se proceda a la planeación de la reconstrucción de Gaza, en condiciones en las que Hamas sobreviviría y estaría al frente de la diminuta franja, como siempre.
¿Qué tan violentas tienen que ser las manifestaciones —o los ataques— islamistas como para que occidente se doble? No hay problema. De eso —salvajismo fanático— a los partidarios de Hamas les sobra, y mucho.
Lo que Hamas tal vez no esté considerando —otra vez, el craso error de no tener un Plan B— es que toda esa violencia sólo refuercen la convicción de muchos gobiernos de occidente de que, por molesto que sea, lo mejor es que Israel termine su guerra y destruya a Hamas.
Mientras tanto, Israel ha sido explícito: tal y como lo ha hecho durante los últimos cinco meses, no se va a detener tan solo para complacer a la opinión internacional. Su guerra contra Hamas irá hasta las últimas consecuencias, por lo que se considera que el asalto a Rafah es inevitable.
En ese punto, es probable que Hamas esté fallando con otro cálculo. Veámoslo de este modo: si la violencia de todos modos va a explotar en el Ramadán, que explote por una razón que valga la pena.
Es decir, por un asalto demoledor y definitivo contra lo único y último que le queda a Hamas.
Si Hamas pierde esta apuesta, lo pierde todo.
Y tal parece que así va a ser.
El póker es un juego que se juega con cinco cartas, y todo parece indicar que a Hamas ya nada más le queda una.
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