Si me preguntaran cómo definirías una casa, entre muchas respuestas hablaría de ella como aquel lugar al que no importa cuántos años pasen nunca dejaste de habitar. En muchos sentidos nuestras tradiciones son la forma que tenemos de hacer del mundo o el tiempo nuestra casa. Una de las cosas que siempre me han fascinado de las tradiciones de cualquier cultura es la facilidad con la cual se personalizan a la vez que guardan su carácter comunitario. Son las mismas, todos los años, en todos lados. Sin embargo, varían de persona a persona, de casa a casa, de país a país. Son a la vez un testimonio de aquello que nos une y de aquello que nos hace distintos. Nunca es igual un día festivo bajo la tradición marroquí que bajo el rito húngaro. Son los mismos principios, las mismas acciones, pero el contexto que lo rodea, los detalles, los vuelven distintos.
No hay nada que nos vuelva más particular y que nos ate más a nuestras raíces que la forma que escogemos para casarnos. Cada país, cada cultura, cada religión tiene una forma particular de celebrar y despedir a sus novias. Así mismo la misma acción, el casarse, tiene un significado distinto para cada persona. Para algunos es el inicio de vida nueva o la continuidad entre el presente y el pasado, darle forma a siglos de historia, mientras que para otros representa una obligación y para unos cuantos un acto de libertad y desafío. Sobra además decir que el mismo evento significa distintas cosas para cada participante.
Barbara Vinick y Shulamit Reinharz escribieron el libro 100 Jewish Brides. Stories from around the world (100 Novias judías. Historias a lo largo del mundo) donde recopilan el testimonio de 100 personas que narran la historia de una boda judía y el significado que ella cobró en sus vidas. Es un gran documento de lo que es la tradición judía. A través de las narraciones podemos ver la historia judía de distintos lugares y cómo han habido a lo largo del tiempo y de los continentes distintas respuestas y formas de relacionarse. Pues para algunos la boda de su nieto representa el triunfo de una generación de sobrevivientes sobre los horrores vividos en el Holocausto, o el encuentro con su familia y el gozo de celebrar las tradiciones, mientras que para otros representa una condena con la cual no quieren cumplir y a la cual se les fuerrza a buscar. La historia personal es sumamente compleja y los testimonios del libro nos ayudan a ligarla a la historia política, la historia comunitaria, y la tradición; nos empuja a ver y entender la interrelación que se genera en dichos ámbitos.
En el libro aparecen desde bodas modernas lujosas en playas del Caribe hasta bodas hechas a escondidas en ghetos o campos de exterminio. Se nos habla de distintas formas de cortejo, de la mikve (el baño ritual), la ceremonia, la ketuba o incluso elementos culturales como los matrimonios arreglados, o la prohibición al matrimonio mixto.
Las siguientes historias son tomadas del mismo y nos muestran tres caras distintas de lo que una boda puede ser.
Rachel Jackobson. Marruecos
La unión de la familia
La comunidad judía de ascendencia marroquí se distingue por conservar sus tradiciones en todos los lugares a los que han llegado. Antes de casarse es tradicional realizar la fiesta del henna donde se carga a los novios en tronos, se les llena de regalos, entre ellos pulseras y adornos que la novia usa esa misma noche y se pinta a la novia y a los asistentes de henna como un recuerdo de que los novios se casaran y serán bendecidos, pues el henna dura seis meses en la piel. Todo ello nos lo narra Rachel Jackobson al contar como asiste a la boda de su sobrino nieto en Marruecos.
Para su familia las tradiciones son uno de los vínculos más importantes que comparten. Los mantiene unidos a través de las generaciones y de país a país. Son un lazo muy grande entre el pasado y el presente.
Farideh Goldin. Iran
Matrimonios forzados
Al escribir, Farideh Goldin nos enseña que una boda no siempre implica un destino alegre para la novia. Nos habla de la primera vez que escuchó sobre la historia de Esther. Tenía seis años y su abuela se la contó. Recuerda el odio que sintió contra Asuero ese rey injusto que primero amenazó a los judíos y luego los abandonó a su suerte y la tristeza que vivió por Esther. Por verla atrapada, presa en un palacio escondiendo su identidad, casada con un hombre al cual incluso tenía miedo de hablarle. Frideh de seis años entendió que ella no quería ese futuro.
La misma sensación tuvo pocos años después cuando escuchó que el Shah había tomado a una nueva esposa y las fotos de la boda eran difundidas por su barrio, se le incitaba a las niñas a admirar a la nueva esposa e incluso se les vestía con ropa de los mismos colores. Nuevamente Farideh sintió tristeza por esa mujer que fue arrancada de sus estudios estudios en París, para servir a un hombre mucho más grande que ella.
Cuando cumplió doce años visitó con su familia la tumba de Esther, visitaron los pasajes oscuros abajo de la misma. Su tío le dijo que había un camino que la podía llevar de Irán a Jerusalén y existía para ella en cualquier momento que estuviera en problemas y necesitará usarlo. “Estaba en problemas” nos dice, “me estaba acercando a la pubertad. A mi madre la habían casado a los trece”. Le rezo a Esther que le ayudará a nunca tener el mismo destino que ella había tenido. Y fue ese rezo el que le dio la fortaleza de más adelante dejar Irán y sobrevivir las revueltas que vivió en 1979.
Rosalind Dobson. Inglaterra
La boda como un reto ganado frente a la vida
Si bien una boda puede para algunas representar una tragedia hay quienes luchan con todo para tenerla y el recuerdo de la misma perdura por generaciones. Cuando Rosalind Dobson habla sobre la boda de sus padres la alegría sigue trasmitiéndose a sus palabras, pues casarse en una época de privación como lo fue la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra no representó para ellos un evento triste sino una gran fuente de alegría y una oportunidad que los unió como pareja. Luchar contra la adversidad y lograr tener una fiesta fue parte de lo que caracterizó la fortaleza que expresaban como pareja. Recibían la dificultad con alegría. Su boda fue un espacio de libertad contra la escasez.
Se casaron en noviembre de 1942, una época en que los bienes estaban racionados en Inglaterra. Joe un joven en ese entonces que atendía al ejercito, le prometió a su novia que un día le compraría un anillo con un gran diamante y le construiría la casa de sus sueños. Por el momento le ofreció un anillo con una piedra pequeña comprado de segunda mano, el cual fue aceptado con mucha alegría por Hilda. La boda fue en la sinagoga de Montague Road, para la cual el rabino aceptó cobrar bastante menos de la mitad de sus servicios. El joven usó su uniforme militar y la novia pudo hacerse su propio vestido con una tela que encontró en un mercado de pulgas y por la cual ofreció algunos de los cupones de racionamiento que había logrado guardar con tiempo. La recepción se llevó a cabo en casa de la novia y días después el marido estaba de regresó a la guerra con su unidad. No vivieron juntos hasta un año después, pero la preparación y la alegría de la boda permaneció durante décadas en sus recuerdos.
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