Cualquier análisis sobre la guerra árabe-israelí que no considere un componente místico-religioso de la violencia, no ha entendió el conflicto. Este componente no solo justifica mucha de la violencia sino que la ha venido amplificando. Y el arma principal de este componente, con consecuencias letales, al lado de los misiles, las minas, las dagas y los fusiles automáticos, son las maldiciones.
Las maldiciones, dada la tradición semítica de judíos y árabes, y las escuelas islamistas en persas y turcos, se alimentan de una noción poderosa simbólicamente: el poder creador del verbo. El verbo, el aliento, está en la fuente de la misma similitud humana con la imagen de D-os, es el origen del todo en la cosmogonía de Las Escrituras. De ello se entiende su absoluta importancia, la manera de utilizar las palabras, la selección de las letras, la entonación, la relación mántica entre el corazón y las palabras, y el uso mismo del silencio.
La lengua de Israel
Los gobiernos modernos de Israel, fieles a una tradición aprendida en la Europa moderna, transmitida de algún modo en la Edad Media, debatida profusamente en sus textos políticos, filosóficos y teológicos y, muy probablemente, heredera de la imagen bíblica de Iosef HaTzadik, un superviviente exitoso en tierras extranjeras y hostiles, han aprendido que el lenguaje y los protocolos diplomáticos resultan ser útiles en contextos complejos donde se es una minoría extraña, incomprendida, cerrada y codiciable.
Siglos de exilio enseñaron a Israel que el silencio es muchas veces más sabio que provocar verbalmente a los vecinos, aunque la situación sea injusta. La llamada disputa de Barcelona entre Fray Paulo Christiani, el rey Jaime I de Aragón y el erudito Najmánides, en los años 1200, es un capítulo elocuente sobre el valor que tiene callar o hablar en momentos adecuados. Incluso, líderes espirituales de Israel enseñaron a bendecir a sus gobernantes diariamente, aunque fuesen sus opresores, buscando provocar con ello un acto de sacrificio interior para desalojar, o controlar, la ira y el orgullo.
La tradición talmúdica es particularmente abundante en esta materia. Bajo el tópico de “Lashón Hará”, o mala-lengua, o lengua del mal, como se le traduciría en castellano, muchos sabios de Israel, tan importantes como Iosef Caro o Maimónides, adviertieron sobre las graves consecuencias de proferir “chismes (rejilut)”, “palabras dañinas”, “palabras despectivas” y el grave “motzí shem ra”, que implica mentir sobre el prójimo. Esta advertencia hace equivaler el lashón hará con un asesinato, sin aun considerar otros agravantes criminales, incluso cuando lo que se dice es cierto.
Un principio teológico que acompaña a estas afirmaciones consiste en que el humano es socio de D’s en la creación, y si el camino que escoge destruye el prestigio de una persona, retrasará la evolución del prójimo y de todo el universo que se teje a su alrededor. Este principio enseña la importancia del silencio y de instruir con amor.
“Se nos ordenó no provocar a los demás angustia emocional con nuestras palabras [onaat devarim]”, decía Maimónides.
La maldición de Ismael
Algo muy diferente sucede con los países de cultura musulmana, enemigos de Israel. De hecho, es corriente escuchar maldiciones árabes en la política moderna, y sobre todo en el contexto de la guerra en Gaza, desde la Torre Eiffel hasta Australia. El lenguaje de los chats con banderas palestinas está lleno de comparaciones con perros, puercos, monos, o fuegos abrasadores y sangre, fácilmente denunciables en las redes sociales. Los líderes de algunos gobiernos musulmanes y facciones gobernantes no son la excepción.
Cuando llegué a Israel en el 2011 me sopredió que Nasrallah, lider militar y religioso de Hezbolá, prometió por televisión a los judíos un baño de sangre: “Espero que el pueblo de Israel tenga buenos refugios antiaéreos” (…) A lo que respondió de inmediato Netanyahu “le advierto al señor Nasrallah que se vuelva a esconder en su madriguera”.
Y continuaron normalmente los días. Esos no son juegos verbales como los de Putin y Zelensky, o los de China y Taiwan. Se trata de amenazas de estilo profético, que la gran parte de las veces no se cumplen. Tienen por objetivo crear terror verbal y utilizan imágenes diluvianas, como “La Tormenta de Al-Aqsa” para dar la idea de castigos divinos. Por su parte, Netanyahu y la clase política israelí, responde de manera pragmática, en términos de táctica militar, no como un portavoz de Di’s.
En la medida que avanza la política de equilibrios de los EEUU en el siglo XXI, estos discursos se van disolviendo, pero siguen siendo la comidilla diaria de la guerra.
Miremos la escena, visualmente: barbas tupidas, vestidas de túnicas y turbantes como halos, levantan sus voces roncas y metálicas, y gritan, nada menos, que una relación soberbia con D’s, como si recibieran sus dictados. Esto se nota más si se compara con la sobriedad israelí.
Y asi ha sido por milenios en el Medio Oriente. El estilo podría presentarse así:
a) Declaración de divinidad: “D’s está conmigo, porque yo pongo los sacrificios humanos y los martirodomios”.
b) Inclusion de una metáfora atemorizante sobre la importancia del tiempo: “En esta hora, en que el sol aparece con alas y cobras en el cielo…”.
c) Confirmación de la autoridad del que habla: “Además tengo la barba, la túnica y rezo mirando a la Meca (o me dejo la cabeza calva, me pinto los ojos y me rodeo de sacerdotes en una mastaba) y… Usted no”.
Veámos cómo el Antiguo Egipto, hace más de 3200 años, se elogiaba a sí mismo, como el preferido de sus dioses, maldiciendo a sus enemigos derrotados. Lo asombroso de esta maldición es que declaró haber dejado “sin semilla/simiente” a Israel:
“Canaán está cautivo con todo dolor/
Ascalón [Ashkelon] es conquistada, Gezer [Gaza] conquistada,
Yanoam se hizo inexistente;
Israel está desperdiciada, sin semilla,
Khor se convierte en viuda de Egipto.
Todos los que vagaban han sido sometidos
Por el rey del Alto y Bajo Egipto, Manere-meramun,
Hijo de Re, Merneptah, contento con Maat,
Dando la vida como Re todos los días.”
Estela de Merneptha
Niguno de los pueblos enumerados en la Estela hoy existe, ni siquiera el Antiguo Egipto, solo Israel, precisamente, la nación “sin semilla”. Parece que sí tuvo semilla, o no funcionó la maldición.
El islam continúa esta tradición y permite a sus seguidores maldecir. Sobre todo, es totalmente permitido en todos los casos que se trate de infieles (los kuffar). Ibn Muflih dijo en al-Adaab al-Shar’iyyah, 1/203: “Está permitido maldecir a los kuffar en general”. Como hace Irán contra Israel y los EEUU, como lo hacen contra judíos y cristianos. Veámoslo:
En el 2000, el Gran Ayatollah Sayyid’Ali Hosayni Khamane’i, dijo que Israel es un tumor cancerígeno. En 2003 se colocó la insignia en un misil Shihab 3 “Israel será desenraizada y borrada/lavada de la historia”. En 2005 Ayatola Nouri Hamedani proclamó “Hay que luchar contra los judíos y vencerlos para que se cumplan las condiciones para el advenimiento del Imam Oculto”. En el 2005 Ahmadinejad fue prolífico: “Pronto esta mancha de vergüenza será limpiada del manto del mundo del Islam”, “Cualquiera que reconozca a Israel arderá en el fuego de la furia de la nación islámica”, “Israel se encamina hacia la aniquilación [como] un árbol seco y podrido que colapsará con una sola tormenta”. Siguió Ahmadinejad en 2008: “La región y el mundo están preparados para grandes cambios y para ser limpiados de enemigos satánicos” [refiriéndose al Gran Satán (EE.UU.) y al Pequeño Satán (Israel)], “Los días de Israel están contados… los pueblos de la región saben que sucederá a la más mínima oportunidad de aniquilar este falso régimen”.
Todas éstas son abiertas declaraciones de genocidio, por cierto.
Pero cuando las maldiciones fueron contra los que maldicen, se ven muy nerviosos. Nasrallah, ante las protestas de los libaneses en 2019 pidiendo la renuncia de todo el gobierno, incluyendo Hezbolá, declaró:
“Quien insulta es culpable; también lo es cualquiera que haya proporcionado una plataforma para este asunto – de hecho, algunos medios de comunicación lo incitaron – especialmente cuando los insultos y palabras ofensivas se dirigen a sus “posesiones honorables” [él llama “posesiones honorables” a los miembros de sexo femenino de una familia]”
Y añadió:
“Todos estos insultos han creado una forma de ira en las calles. Lo que ha impedido que la situación desemboque en enfrentamientos, ha sido la previsión y la conciencia que demostraron muchos libaneses en varias regiones.”
No le van bien las maldiciones y los insultos al que insulta, al parecer.
Estas son algunas maldiciones de los líderes terroristas en la actual Guerra de Gaza: Nasrallah dice, “Yo le digo a Israel: no vayan más lejos. Muchos civiles ya han muerto. Yo les prometo: un civil para un civil”. Otro del mismo autor: “Si todos los judíos se reunieran en Israel, nos ahorraríamos la molestia de perseguirlos en todo el mundo. Es una guerra abierta hasta la eliminación de Israel y hasta la muerte del último judío sobre la tierra”. Y finalmente, Ansar Allah, líder de los Hutíes en Yemen: “Dios es el más grande, muerte para Estados Unidos, muerte para Israel, una maldición para los judíos, victoria para el Islam”.
Otra vez son todas abiertas declaraciones de genocidio, por cierto.
Las maldiciones que se devuelven
El que maldice debe tener miedo del poder su maldición, porque pueden devolverse. Hay muchas maneras de entender esto:
El Ministerio de Relaciones Exteriores Israelí en 2019 publicó en idioma árabe: “No insulten a Israel… la palabra ‘Israel’ es el nombre de un profeta en el Islam. Es haram [prohibido, intocable, sagrado]. Ten cuidado de no dejar que se te escape la lengua e insultar con esta palabra.”
Una importante tradición islámica indica que cuando alguien te maldice sin razón, es muy aconsejable tomar un espejo, dentro de una habitación donde no haya nadie, y hablar al espejo diciendo las razones sinceras por las que la acusación fue falsa, y pedir a D’s que se la devuelva a quien la profirió.
¿Qué consecuencias prevé el Islam para aquellos que maldicen al pueblo que amó tanto Moisés y Jesús, los judíos, para aquellos que mienten sabiendo que mienten, con el vano propósito de cometer un genocidio supersticioso y, sobre estos océanos de sangre y odio, prevalezca el Imam de ellos sobre las demás religiones? No tengo las herramientas para responder una pregunta tan difícil.
Por lo pronto, solo veo que los países musulmanes, con excepción de aquellos con gas y petróleo, tienen terribles niveles de desarrollo, ciencia, filosofía, arte, alfabetismo o humanismo, a apenas un peldaño sobre los del África negra, quienes fueron sus esclavos. Están sumidos en guerras, divididos, buscando, en un monoteísmo que Maimónides llegó a admirar, respuestas de odio a los demás, quizás para evitar odiarse a sí mismos.
No soy cristiano, pero no todos los musulmanes ven con malos ojos a Jesus, por lo que me permito buscar un puente: Mateo 5:44 decía “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. Pedro 2:23 decía “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. Y la Torá dice algo simple y poderoso: No ofendas a tu prójimo y temerás a tu Dios: “razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado.”
Si las comparamos con las armas, las palabras han evitado más guerras que la bomba atómica. Si las comparamos con la asombrosa tecnología, sabemos que todo viene de ellas, pues de ellas son los puentes y los satélites. Si las vemos en el borde de una sonrisa, nos hacen sonreir. Y si viene como una declaración de amor, nos estremecen. Creo, seriamente, que es allí donde deben inciarse los armisticios. Es allí, con el recogimiento y endulzamiento de nuestras palabras, donde empezaremos a convertir las espadas en arados.
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