“There was a dead body on the screen that our guide was showing us. Or so he said; I couldn’t understand how the collection of shapes and colors before us was supposed to represent a human body.”
“Había un cuerpo muerto en la pantalla que mostraba nuestro guía. O eso decía; yo no podía entender cómo la colección de formas y colores que teníamos ante nosotros representaba un cuerpo humano.”
Las guerras no pueden ganarse, las guerras sólo se pierden. No existe un resultado suficientemente bueno para que la muerte de miles de personas valga la pena, y nada cura el dolor de quienes han perdido a seres queridos en situaciones como éstas. Sin siquiera hablar de los costos económicos que ocasionan, el desgaste en la conformación política y democrática de grupos que se enfrentan, el sentimiento generalizado de miedo, escasez y derrota de una población entera.
Uno entra a una guerra no porque quiera estar en ella, sino porque no le quedó de otra y reza porque el resultado de la misma sea lo más favorable posible. Claro que hay momentos que sobresalen de lo común, donde uno ve lo que el hombre es capaz de hacer por su prójimo en casos extremos y entiende el amor genuino representa; donde comunidades enteras se unen y uno puede celebrar la hermandad tan grande que lo acompaña; o situaciones donde la palabra “resilencia” toma un matiz completamente nuevo y celebramos la capacidad que tiene el hombre para ver la alegría y amar la vida.
Sin embargo, no importa cuantas vueltas le demos, el contexto que subyace a esos momentos es la brutalidad de la realidad que estamos enfrentando y el dolor de los horrores que somos forzados a presenciar. ¿Cómo narramos ese horror?, ¿qué hacemos con nuestro dolor? Y después de la guerra ¿cómo regresamos a la vida?, ¿puede la alegría tener el mismo sabor que antes? Son preguntas que tristemente millones de personas han hecho a lo largo de milenios. Cada respuesta es individual e implica un largo camino de sanación.
Hace unos días Israel cumplió seis meses en guerra. Más de la mitad de los rehenes siguen en manos de Hamás, varios de ellos se sabe que han muerto. Quienes han regresado con vida hablan de las torturas y los eventos sádicos a los que fueron expuestos. Entre más tiempo pasa, más importante es recordar las razones por las que el país se encuentra en esa guerra y el posible futuro que se busca con ella.
Las masacres del 7 de octubre siguen siendo un suceso que la gente no puede olvidar. El horror de lo visto, de lo vivido, sigue apareciendo en discursos, poemas, arte y otras formas de representación y expresión. Permanece como un trauma entre la población al cual cada individuo se ve obligado responder, a tratar de interpretar dentro de su propia realidad el vacío que dichos eventos dejaron en el mundo. Entre las muchas narraciones y eventos Rachel Sharansky nos habla del refugio y la explicación que encontró en la Torá. Habla de cómo el texto clásico narra ese vacío al cual todo israelí ha sido expuesto y el consuelo que ella misma encontró al regresar a la Torá y entender ciertas las leyes que existen en relación a la muerte y el Templo.
Halal. Vacío
Empieza por explicar lo que es el vacío y cómo la palabra hebrea a través de la raíz (h.l.l) une tres connotaciones distintas que el vacío puede representar en nuestras vidas.
“Looking at the woman’s body on the screen didn’t inspire in me anything but horror. Words in Hebrew are built out of three lettered roots, and the root h.l.l. ties together the words space (as in empty space or outer space), a slain person, and desecration. Looking at this slain person, this “hallal,” felt like an act of desecration, “hillul.” I was looking at the space, “hallal,” that a living human being with dreams and loves and disappointments once occupied. It was this life that made the body sacred, holy. Our enemies pulled this woman’s body out of the context of her own experience of life, her own loves and hurts and pleasures, and turned it into an arena of abuse and murder. How could I go on looking at this flesh-and-blood site of desecration, once again pulling this woman’s body out of the individual context that gave it meaning in her life?”
“Ver el cuerpo de la mujer en la pantalla no me produjo otra cosa que horror. Las palabras en hebreo se construyen a partir de raíces de tres letras, y la raíz h.l.l. une las palabras espacio (como en espacio vacío o espacio exterior), una persona asesinada y profanación. Mirar a esta persona asesinada, este “hallal”, se sentía como un acto de profanación, “hillul”. Estaba mirando el espacio, “hallal”, que una vez ocupó un ser humano vivo, con sueños, amores y decepciones. Era esta vida la que hacía que el cuerpo fuera sagrado, santo. Nuestros enemigos sacaron el cuerpo de esta mujer del contexto de su propia experiencia de la vida, de sus propios amores, heridas y placeres, y lo convirtieron en un escenario de abusos y asesinatos. ¿Cómo podía seguir contemplando este lugar de profanación de carne y hueso, una vez más sacando el cuerpo de esta mujer del contexto individual que le daba sentido en su vida?”.
El Templo y lo sagrado
Entonces se dirige a una pregunta muy profunda ¿por qué si la muerte es parte de la experiencia humana la apartamos de los eventos de sacralidad?
En la Torá se estipulan una serie de sucesos que vuelven a la persona no apta para acercarse al Templo. Por ejemplo una persona que ha estado en presencia de un cuerpo muerto no puede entrar al Templo, al igual que alguien que ha dado a luz, alguien que se encuentra menstruando o alguien que tiene lepra. La Torá estipula rituales de purificación y periodos en los que la persona debe apartarse para cumplir con ellos. ¿Por qué?
Como muestra Sharansky estas leyes no sólo rigen el movimiento entre el espacio sagrado y el profano, son la base de cómo construimos una relación con D-os, una casa en la cual podamos conocerlo. La forma en que estamos más cerca de D-os es a través de la vida y a través de la acción. Ciertas experiencias como la muerte, rebasan nuestra capacidad de asimilar y actuar en la realidad. Nos arrojan hacia un estado contemplativo de pasividad, porque nos confrontan con nuestro propio limite.
“In his commentary on the first verses of Parashat Tazria, Rabbi Samson Rafael Hirsch addressed this very question in a way that is rooted in human psychology. Certain experiences, he wrote, force us to encounter the limits of our free choice, the boundaries of our control over reality. When we encounter a dead body, for example, we are forced to confront our own mortality, the fact of our inevitable demise. When we give birth, we are forced to see the body as independent from our conscious volition – as an animal-like being capable of acting on its own. In undermining our faith in our ability to shape reality these experiences can make us doubt the point and purpose of any of our actions, and throw us into a passive state of mind. ”
(Tradition Online)
“En su comentario sobre los primeros versículos de Parashat Tazria, rab Samson Rafael Hirsch abordó esta misma pregunta en una forma que se acerca a la psicología humana. Ciertas experiencias, escribió, nos obligan a encontrar los límites de nuestro libre albedrío, las fronteras de nuestro control sobre la realidad. Cuando nos encontramos con un cadáver, por ejemplo, nos vemos obligados a afrontar nuestra propia mortalidad, el hecho de nuestra inevitable desaparición. Cuando damos a luz, nos vemos obligados a ver el cuerpo como algo independiente de nuestra voluntad consciente, como un ser animal capaz de actuar por sí mismo. Al socavar nuestra fe en nuestra capacidad para moldear la realidad, estas experiencias pueden hacernos dudar del sentido y el propósito de cualquiera de nuestras acciones y sumirnos en un estado mental de pasividad.”
Los momentos en que nos mantenemos apartados son momentos en que dejamos que ese estado de pasividad, incluso de shock o de trauma deje nuestro cuerpo. Son una pausa que tomamos para poder volver a ver la vida y acercarnos a D-os desde un lugar activo, desde un reconocimiento.
“Impurity is the state we incur by experiencing the limits of our control over reality. The period of impurity – the length of time we have to wait before we can perform a ritual of purification – is meant to allow us time to heal from the negative, passivity-inducing effects of these experiences. Only after waiting until “this impression of lack freedom of will has completely passed away” can we enact the ritual of purification. Having allowed ourselves time to overcome the traumatic encounter with our own limits, we recommit ourselves to Judaism’s choice-centric and initiative-oriented vision of life (see R. Hirsch on Lev. 12:2) ”
(Tradition Online)
La impureza es el estado en el que incurrimos al experimentar los límites de nuestro control sobre la realidad. El periodo de impureza -el tiempo que tenemos que esperar antes de poder realizar un ritual de purificación- tiene por objetivo darnos tiempo para curarnos de los efectos negativos e inductores de pasividad de estas experiencias. Sólo después de esperar hasta que “esta impresión de falta de libre albedrío haya desaparecido por completo” podemos llevar a cabo el ritual de purificación. Después de habernos dado tiempo para superar el encuentro traumático con nuestros propios límites, volvemos a comprometernos con la visión de la vida centrada en la elección y orientada a la iniciativa que el judaísmo propone
El regreso a casa
Al final Sharnsky regresa a la casa que construimos juntos, tanto el Templo como la realidad actual. Regresa a las imágenes de Kfar Aza y se pregunta el futuro de ese espacio que fue profanado con tal brutalidad. Reconoce en sí misma la pasividad que el trauma conduce, el sentimiento de vacío, de desesperanza, de confusión, de dolor profundo.
“If homes are made of promises, the desecration of Kfar Aza’s homes and their residents’ bodies proved those promises hollow, “hallul,” yet another derivation from this multivalent root. The walls didn’t keep our enemies out, the roof didn’t offer shelter to the beautiful people who dwelled underneath. And what is true on the private level is true on the national level. A state, a national home, is also made of promises, and one of the core promises at the heart of the State of Israel from its very inception was that after millennia of statelessness and persecution, Jewish children will never again have to helplessly hide from a pogrom. In Kfar Aza, as in Be’eri, and Nir Oz, and too many other Israeli towns, this promise too proved to be hallul, hollow, on October 7th. ”
Aún así regresa al deseo de dejar ello atrás, al deseo de construir, de ver la vida que la rodea, regresar a una casa y ayudar a aquellos que la construyen.
“And this state, this confusion, wasn’t one I could simply bounce back from. Standing in the ruins of Kfar Aza I knew that I needed time to come to terms with it. I needed time to recover from it. And then I needed to make a conscious choice to leave behind the helplessness that it induced in me and convince myself that we have the power to shape our future still.”
“When we walked among the ruins of Kfar Aza, one of its surviving members told us that the kibbutz voted to move to temporary homes in Kibbutz Ruhama. Despite the blackened walls around him, despite his own traumatic experience on October 7th, he was smiling as he spoke. “We will stay there,” he added, “until we can return home.”
(Tradition Online)
“Y este estado, esta confusión, no era uno del que simplemente podía recuperarme. En las ruinas de Kfar Aza supe que necesitaba tiempo para aceptarlo. Necesitaba tiempo para recuperarme. Y luego necesitaba tomar una decisión consciente para dejar atrás la impotencia que me provocaba y convencerme de que aún tenemos el poder de forjar nuestro futuro”.
“Cuando caminábamos entre las ruinas de Kfar Aza, uno de sus miembros supervivientes nos dijo que el kibbutz había votado trasladarse a viviendas provisionales en el kibbutz Ruhama. A pesar de los muros ennegrecidos que le rodeaban, a pesar de su propia experiencia traumática del 7 de octubre, sonreía mientras hablaba. ‘Nos quedaremos allí’, añadió, ‘hasta que podamos volver a casa’.”
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