Pareceríamos estar en medio de un periodo particularmente decisivo para Israel, para los rehenes en Gaza y la guerra para destruir a Hamás.
Mientras se escriben estas líneas, el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, celebra una serie de reuniones con dirigentes israelíes, tras haber declarado públicamente que la propuesta de Israel a Hamás para un acuerdo de cese al fuego y liberación de rehenes es “extraordinariamente generosa” e instó a Hamás a aceptar rápidamente.
Los términos de esa propuesta no han sido confirmados públicamente, pero se dice que prevén, en una primera fase, la liberación de 33 rehenes vivos que cumplen con una designación denominada “humanitaria”: mujeres, niños, hombres mayores de 50 años, heridos y enfermos. Esto se llevaría a cabo a cambio de la liberación de alrededor de 1,000 prisioneros de seguridad palestinos por parte de Israel, muchos de ellos condenados a cadena perpetua por asesinato, en el transcurso de un cese de los combates de 40 días, el regreso de los desplazados de Gaza a sus hogares y una retirada parcial de las tropas de las FDI. Durante esa primera fase, también se iniciarían negociaciones sobre un proceso para lograr una calma sostenible en Gaza.
En una segunda fase, si se logra, vendría la liberación del resto de los rehenes vivos, a cambio de muchos más prisioneros de seguridad palestinos, la culminación de un acuerdo para una calma sostenida en Gaza y la retirada total de las FDI. En una tercera y última fase, habría un intercambio de cadáveres y el inicio de la implementación de un plan de rehabilitación de cinco años en Gaza, en el que Hamás tendría prohibido reconstruir su infraestructura militar.
Como siempre, gran parte del problema está en los detalles, y muchos de esos detalles no están claros. ¿Podrían las FDI impedir el regreso de Hamás al norte de Gaza en la primera fase del acuerdo, lo que anularía un logro clave de la guerra? ¿Podrían las FDI reanudar los combates una vez completada la primera fase, como afirman el primer ministro Benjamín Netanyahu y las autoridades de defensa, para desmantelar los cuatro batallones de Hamás en Rafah? ¿Es el discurso de calma sostenible un eufemismo para el fin de la guerra?
Aunque el componente de extrema derecha de su coalición le advierte contra el acuerdo y amenaza con privarlo de una mayoría gobernante, Netanyahu parece tener los números políticos para aprobarlo si así lo desea. Entre los ministros del gabinete de guerra, el líder de Hamajané Hamamlajtí, Benny Gantz, insiste en que el gobierno debe seguir adelante con un acuerdo para asegurar la liberación de los rehenes, siempre que no esté condicionado explícitamente al fin de la guerra, y según los informes, los términos parecen evitar ese condicionamiento explícito. Se cree que el ministro de Defensa, Yoav Gallant, tiene un enfoque similar. Y es casi seguro que el Primer Ministro podría reunir una mayoría en el gabinete, el organismo que en noviembre aprobó formalmente el acuerdo para una tregua de una semana y la liberación de rehenes con 35 votos a favor y 3 en contra.
Las amenazas de figuras como el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, de sacar a sus partidos de extrema derecha de la coalición no tienen por qué ser terminales para el gobierno de Netanyahu. El líder de la oposición, Yair Lapid, se ha comprometido repetidamente a proporcionar los votos en la Knéset para garantizar que la coalición no caiga por un acuerdo para la liberación de rehenes.
Netanyahu es perfectamente capaz de presentar los términos como un avance, o al menos sin contradecir, sus tres objetivos declarados para la guerra: la destrucción de Hamás como fuerza militar y de gobierno, el regreso de los rehenes y la prevención de una nueva amenaza terrorista en la Gaza de posguerra. En los últimos días ha insistido en que las FDI entrarán en Rafah con o sin acuerdo, y al parecer continuará afirmándolo.
Para él, decir no sería, de manera bastante absurda, rechazar términos que sus propios negociadores podrían haber propuesto solo con su aprobación y la de su gabinete de guerra. Desafiaría a Estados Unidos y pondría en riesgo el apoyo actual de la administración Biden. Pero no se debe descartar un no, especialmente porque Netanyahu, un violador en serie de las alianzas políticas, tendrá poca fe en las garantías de apoyo de Lapid, y ninguna razón para creer que el respaldo de Yesh Atid se extendería más allá de la vigencia del acuerdo.
Todo lo anterior, sin embargo, depende de la respuesta de Hamás.
El líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, puede determinar que las cosas van bien sin un acuerdo: la mayoría de las tropas israelíes hace tiempo que se retiraron de Gaza.
Existe una inmensa presión internacional sobre Israel para que no lance una ofensiva terrestre en Rafah, donde Sinwar podría estar escondido, y creer que él y Hamás pueden sobrevivir a la guerra, rearmarse y prepararse para más y peores ataques del 7 de octubre. Israel está bajo ataque de Hezbolá en su frontera norte. Irán se está acercando a la bomba.
Importantes partes de la comunidad internacional son cada vez más intolerantes con el derecho de Israel a la autodefensa; son cada vez más intolerantes con Israel y, de hecho, con los judíos: un giro de los acontecimientos globales que concuerda plenamente con las aspiraciones genocidas declaradas de Hamás para el pueblo judío.
Decir no, o plantear objeciones, podría concluir Sinwar, solo aumentará las luchas internas en Israel, una vez más, música para sus oídos.
Por otro lado, los términos del acuerdo publicados parecen ofrecerle a él y a sus muy mermadas pero aún funcionales fuerzas una supervivencia garantizada a corto plazo, la oportunidad de cantar victoria y, potencialmente, tal vez crea, la oportunidad de ascender y luchar de nuevo.
Una vez más, cabe destacar que los términos del acuerdo, como se informó ampliamente, no están confirmados ni son oficiales.
El interés de la administración Biden en el acuerdo es claro: quiere la liberación de los rehenes y un proceso para poner fin a la guerra. Quiere que Hamás sea marginado, la calma y rehabilitación de Gaza y que los israelíes puedan vivir con seguridad junto a la Franja. Cree que un acuerdo también reducirá la probabilidad de una escalada en la frontera norte, donde decenas de miles de israelíes no pueden regresar a sus hogares.
Busca reforzar la alianza contra Irán que contribuyó decisivamente a frustrar casi todos los disparos sin precedentes de misiles y drones de Irán contra Israel el mes pasado. Esperaría capitalizar el acuerdo empujando a Israel y Arabia Saudita hacia la normalización, en un proceso que requerirá que Israel modere la enfática oposición del gobierno a cualquier progreso hacia un Estado palestino.
Quiere restablecer la calma en los campus universitarios y reducir la espiral de antisemitismo. Y considera que todo eso ayudará a permitir su propia reelección.
Algunos son grandes objetivos a largo plazo, otros muy improbables (ciertamente con este gobierno israelí). Sin duda, la administración no estaría demasiado descontenta si la coalición de Netanyahu cayera en el proceso, aunque no está nada claro que la sucedería un liderazgo israelí marcadamente más moderado.
Pero por ahora, Estados Unidos, los mediadores, Netanyahu y su gobierno, los familiares de los rehenes y los propios rehenes, esperan la respuesta de Hamás a esa propuesta israelí “extraordinariamente generosa”.
Doscientos ocho días después de invadir a Israel, masacrar a 1,200 personas y secuestrar a 253, es repugnante que Hamás todavía tenga la clave de lo que está ocurriendo.
Publicado originalmente en The Times of Israel
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