Desde las atrocidades perpetradas por los terroristas de Hamás en el sur de Israel, el nefasto 7 de octubre del año pasado, el mundo enfrenta un descomunal incremento de eventos antisemitas.
En ese marco, las universidades de EE.UU., especialmente las de élite, se han ido transformando en focos de agresivo odio antijudío. Como una especie de dominó cuyas fichas van cayendo una tras otra, observamos que, en el reciente mes de abril, grupos de estudiantes, profesores “adoctrinadores” y agitadores profesionales se fueron apoderando de áreas “liberadas” para expresar su respaldo a organizaciones terroristas como Hamás e intimidar a estudiantes judíos y proisraelíes.
Resulta obvio que estas protestas no son espontáneas: hay sincronización de argumentos, así como una idéntica y simultanea logística. Estos instigadores establecieron campamentos con carpas iguales, en lugares céntricos en los terrenos universitarios; tenían dinero para cubrir sus necesidades con Uber eats, agua mineral Evian y protector solar de ostentosas marcas. Se dedicaron a impedir que los estudiantes judíos accedan a clases y demás instalaciones; insultaron, acosaron y vociferaron conocidos lemas eminentemente antisemitas.
Los campamentos constituyen el punto culminante de una serie de operaciones antisemitas que llevan meses desplegándose. En numerosos casos, ha sido palpable la incapacidad y la falta de voluntad de las autoridades y administradores universitarios, por lo que los vándalos se sintieron alentados a intensificar sus prácticas, entre ellas: violencia física, amenazas, amedrentamiento haciendo pública la información privada de algunos estudiantes, destrucción de propiedades, toma de edificios e incluso detención del personal.
Hay dirigentes universitarios que, pese a la violencia, el odio y los llamados al asesinato de judíos en las protestas, decidieron capitular, “facilitar” una salida y negociar con los revoltosos. Algunas universidades como Northwestern, Brown, Rutgers y la propia Columbia cedieron a los propósitos de los pro terroristas y de la ultraizquierda; así, les ofrecieron ciertos acuerdos con la finalidad de apaciguarlos.
Dentro de esa afiebrada táctica que ha ido desarrollándose de forma análoga en cada universidad, destaca la presteza de varias asociaciones que tratan de revestirse de respetabilidad, pero que, en realidad, se asemejan a mafias; entre ellas, destaca Students for Justice in Palestine (SJP, Estudiantes por la Justicia en Palestina), cuyos miembros actúan con suma violencia, deslegitiman a Israel, demonizan a los judíos, claman por su eliminación y, al mismo tiempo, glorifican al grupo terrorista, yihadista y genocida Hamás; se calcula que en todo EE.UU. hay unas 200 filiales. Otras dos: Jewish Voice for Peace (JVP, Voz Judía por la Paz), un grupo falsamente judío y Within Our Lifetime (WOL), radicalmente anti israelí. Recientes estudios de The Institute for the Study of Global Antisemitism and Policy (ISGAP, Instituto para el Estudio de Políticas y Antisemitismo Globales) muestran que la Fundación Tides y American Muslims for Palestine (AMP, Musulmanes Estadounidenses por Palestina), están detrás del financiamiento a estas revueltas; adicionalmente, están las investigaciones en curso de los miles de millones de dólares donados por países árabes y/o musulmanes como Catar, a estas mismas universidades, desde hace más de 10 años. En las manifestaciones, además de las banderas palestinas y las kefiyas, hemos visto cintillos y banderas de Hamás, banderas de Hezbolá, gorras de Antifa y carteles de Black Lives Matter.
Los furiosos eventos de estas últimas semanas en las universidades estadounidenses, demuestran la nefasta alianza entre el islam radical y la extrema izquierda, no solo contra Israel y el pueblo judío, sino también contra Estados Unidos, la democracia y el sistema de libertades. Este es el momento de enjuiciar a los alborotadores, rastrear los apoyos económicos, cambiar a las autoridades universitarias ya sea por su inoperancia o por su complicidad y priorizar la recuperación del civismo más la calidad académica, de lo contrario terminarán destruidas.
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