El presidente y el vicepresidente del Congreso Judío Mundial LGBTQ+ estuvieron en México recientemente. Conversamos con ellos, en exclusiva, para hablar de su historia, de los retos que enfrentan los judíos gay en Latinoamérica y sobre las expectativas a futuro.
Gustavo Michanie
Judío, argentino y gay. No es un chiste políticamente incorrecto sino una manera de presentar a Gustavo Michanie, vicepresidente de JAG (Judíos Argentinos Gay) y del LGBTQ+ Jewish World Congress, quien se encuentra en México para participar en el HINENI – Past, Present and Future: Finding a Common Ground, un encuentro de los judíos LGBTQ+ de todo el mundo, celebrado en la Ciudad de México.
Judío, argentino, gay y activista. Sobre todo, activista, porque este hombre, risueño y elocuente, ha dedicado casi toda su vida a luchar por los derechos de diversos colectivos, no solo de la diversidad sexual sino de minorías, de mujeres, de judíos y de cualquiera que enfrente la discriminación y la injusticia.
“El World Congress es una institución paraguas de otras instituciones, como en México está Guimel, en Argentina está JAG… Agrupa instituciones a lo largo y ancho del mundo. En Israel, Holanda, Inglaterra, Francia, España…”, explica. Luego cuenta cómo comenzó todo. Porque ser abiertamente gay dentro de comunidades tradicionalistas es un desafío mayúsculo, y la visibilidad que JAG y otras organizaciones han conseguido no se obtiene sin pelear.
Poco después del surgimiento del movimiento del orgullo gay en Estados Unidos, los judíos gays comenzaron también a organizarse. Primero abrieron sus propias sinagogas, sus espacios de convivencia. Luego, lucharon por ser incluidos como colectivo en las grandes comunidades judías organizadas. Esa lucha sirvió de ejemplo para judíos de todo el mundo que, como Michanie, han ido conquistando terreno vertiginosamente.
En 2004, JAG comenzó sus actividades y poco a poco fue ganando espacios. Uno muy importante fue sumarse a la red de Fundación Judaica, un conglomerado de organizaciones judías de Argentina que le otorgó a JAG cierto aire más institucional y, por ende, más visibilidad y respeto de la comunidad que, poco a poco, fue abriéndoles las puertas.
“En 2014 JAG se suma a ser parte de la DAIA (Delegación de Instituciones Israelitas Argentinas) que era la delegación política argentina frente al Estado”, y a cuyo consejo directivo se integró el propio Michanie en 2018. Luego también fue nombrado vicepresidente de la Organización Sionista Argentina. “Eso también me permitió ser parte y que no me toman como una persona gay sino como una persona más”.
Acorde con el avance de los derechos civiles en Argentina, la comunidad judía gay fue reclamando espacios y derechos. “En 2016 tuvimos la primera boda, dentro del movimiento conservador, de dos mujeres (…) a raíz de una responsa que hay de la Asamblea Rabínica Conservadora, del año 2006, donde le da la posibilidad a todas las comunidades y a los rabinos de realizar y celebrar matrimonios igualitarios”.
Esa primera boda entre dos mujeres judías apareció en las portadas de los diarios argentinos al día siguiente. Poco después, en el Seminario Rabínico Conservador, se graduó el primer rabino abiertamente gay, un antiguo miembro de JAG.
“Hoy por hoy, JAG tiene una función más que nada educativa hacia afuera, escuelas, escuelas de madrijim” pero también a las Fiscalías y otras instituciones no judías que necesitan sensibilizarse respecto a los derechos de las personas sexualmente diversas.
No es fácil educar porque siempre hay que enfrentarse a los prejuicios. “Cuando yo me integré a la Comisión Directiva de la DAIA había gente que jamás había hablado con gente gay, te puedo asegurar. Y hoy por hoy, con muchos de todos ellos, vamos a sus casas, a los casamientos de sus hijos, a los bar mitzvá con mi marido, vienen a mi casa…”
La clave está en “derribar los prejuicios desde el respeto, desde la educación”. Es un trabajo sencillo cuando se trata de educar a los niños porque “los niños no tienen prejuicios”, afirma Michanie. Pero es más complejo cuando se refiere a las personas adultas, especialmente si pertenecen a comunidades muy cerradas o tradicionalistas, como pueden ser algunas comunidades judías.
El mismo Michanie admite que las primeras entrevistas que le concedió a la prensa las dio de espaldas, sin revelar su rostro o su verdadero nombre. Poco a poco fue entendiendo que había que dar la cara y mostrarse con orgullo ante los otros. Su lucha, que ha consistido en ganar terreno, en tejer redes, en construir una credibilidad, ha dado resultados.
En 2010 surgió en Argentina lo que la comunidad llama el “baby boom”.
Hombres y mujeres homosexuales judíos comenzaron a tener hijos y ahora esos chicos forman parte de la red escolar judía de Argentina, así como de diversos clubes comunitarios.
Así, uno de los principales temas tabú dentro de la comunidad judía ha comenzado a normalizarse, al menos entre los conservadores y los reformistas. La comunidad ortodoxa “te incluye”, aclara Michanie.
Sumamente sionistas
Las organizaciones judías LGBTQ+ son sumamente sionistas, dice Michanie. Tiene sentido: la marcha del orgullo en Tel Aviv convoca a 250,000 personas; las leyes de retorno aplican para las parejas diversas y la gente de la comunidad tiene las mismas obligaciones y derechos que todo mundo en las FDI. Israel es el único país de Medio Oriente en el que la diversidad sexual es aceptada.
A HINENI todavía acuden personas que portan un botón anaranjado que indica que no se le puede tomar fotos. Abrirse lleva tiempo. “Trabajo. Trabajo. Dando capacitaciones, dando charlas.”, así consiguió Michaeni que la gente LGBTQ+ fuera siendo paulatinamente aceptada en el seno de la comunidad judía argentina, y en México el camino tampoco ha sido sencillo.
En México y en Argentina, la comunidad enfrenta un problema común: el machismo. Por eso, conquistar espacios es todavía más difícil que en otras regiones del mundo. Los activistas por la inclusión avanzan paso a paso, involucrándose en organizaciones comunitarias y conquistando posiciones de representatividad y liderazgo que les permiten obtener el respeto de sus comunidades y ser incluidos.
Pero todo el esfuerzo ha valido la pena con creces, admite Michanie, quien ofrece una anécdota como ejemplo de los múltiples momentos de gratificación profunda que ha experimentado a lo largo de su ya larga trayectoria como activista.
“Cuando JAG hacíamos actividades, por ahí de 2011, 2012, dos de las cosas fuertes que hacíamos eran Rosh Hashaná y Pésaj. Hacíamos una cena de Rosh Hashaná y una de Pésaj.
Y en una de Pésaj —yo en ese momento tenía unos 36 años—, se acerca un señor y me dice ‘¿te puedo dar un abrazo?’ (…). Y le digo ‘sí, claro’. No lo conocía. A nuestras fiestas venían 150, 170 personas. Y me abraza y se larga a llorar (…). Y me dice ‘mirá, te cuento qué me pasa. Cuando yo tenía 24 años, cuando yo le cuento a mi familia que era gay, me echaron, y nunca más tuve un seder de Pésaj como el de hoy’.”
Cuando se le pregunta qué le falta a su movimiento en Argentina, responde con naturalidad: “Cerrarlo. Que no haya necesidad de tener un espacio para acompañar a las personas LGBT. Una utopía”. Así, se infiere que su trabajo continuará. Y como si la lucha por los derechos de las personas con identidades sexuales diversas fuera poco, ahora Michanie dedica también una buena parte del tiempo a hacer Hasbará.
Le preocupa el auge del antisionismo y del antisemitismo que la guerra en Gaza ha suscitado. Y aclara que aunque en Argentina la situación se mantiene moderada. Del otro lado de los Andes, en Chile, el ambiente es muy hostil para los judíos.
Marco Fiamelli
También el actual presidente del Congreso Mundial Judío LGBTQ+ vino a México para participar en la conferencia. Se trata de Marco Fiamelli, el fundador de Keshet Italia, la primera comunidad judía gay de aquel país, quien también conversó con Enlace Judío, en exclusiva.
“El Congreso Mundial nació en Estados Unidos hace casi 50 años, poco después de la revolución de Stonewall en Nueva York”, explica. Se refiere a la primera revuelta de la comunidad gay contra las represivas autoridades estadounidenses, que tuvo lugar el 28 de junio de 1969, fecha en la que se celebra ahora, en casi todo el mundo, la marcha del orgullo gay.
El movimiento lésbico-gay se extendió rápidamente hace Los Ángeles y San Francisco, pero también estalló en Londres y París. Muchos años después el movimiento llegaría a España y a Italia, países mucho más religiosos y conservadores, y finalmente a América Latina.
Pero ya desde aquellos primeros años, afirma Fiamelli, la gente con “doble identidad”, es decir, judíos y gays o lesbianas, “entendieron que tenían que hacer algo, actuar políticamente e incluso en el ámbito de la religión”. Se encontraron con un muro porque incluso la comunidad reformista era mucho más conservadora que lo que es hoy en día. Así fue que comenzaron a conformar instituciones separadas que reivindicaban esas dos identidades.
“No se llamaban a sí mismas ‘sinagogas gay’ sino ‘sinagogas incluyentes’, aclara Fiamelli. Se refiere a comunidades como Beit Simcha Torah en Los Ángeles o San Francisco. Eventualmente, el Congreso Judío Mundial LGBTQ+ empezó sus actividades en Estados Unidos y en el Reino Unido.
“Yo soy el fundador de la primera comunidad LGBT judía en Italia, que se llama Keshet Italia, y apenas el día después de nuestra fundación pensamos que sería importante integrarnos al Congreso Mundial, para tener el respaldo de una institución que pudiera defendernos, especialmente en Italia, donde esta emancipación judía LGBT es muy reciente”.
Si la organización se encuentra ahora en México es “porque sabemos que es muy importante mejorar nuestras acciones en América Latina. Aquí hay mucha energía, muchas energías de la comunidad LGBTQ, de la comunidad judía y de la comunidad judía LGBTQ. Entonces, es más importante para el Congreso Mundial incluso que para la gente involucrada en Latinoamérica.
Respecto al recibimiento que Keshet Italia obtuvo tras su aparición, Fiamelli dice que fue como “si la gente nos hubiera estado esperando. Abrí el grupo de Keshet Italia en Facebook y en 24 horas tenía 500 likes. Involucramos a personas de las comunidades de Roma y de Milán y, al mismo tiempo, fuimos con las autoridades del ayuntamiento para registrarnos oficialmente.
“Y bueno, el liderazgo rabínico no dijo nada. No tuvimos la oposición de ellos ni de la gente. Ellos solo querían esperar. Lo que creo es que probablemente no estaban preparados. Cuando mi marido y yo decidimos casarnos, justo después de la unión por el civil —en Italia tenemos matrimonio civil igualitario desde 2016—, decidimos también casarnos religiosamente, y llamamos a un amigo nuestro de Viena, un rabino.
“Él vino a Roma y nos casó en un hermoso roof garden, en un hotel de Roma, con una vista maravillosa, con nuestros padres, parientes y amigos presentes y con gente de la comunidad que defendió nuestra elección frente a la gente que comenzó a hablar muy mal en Facebook y a poner fotos falsas y a decir cosas que no ven en cualquier lugar”.
La comunidad judía de Italia es muy pequeña, más incluso que la de México, con apenas 30 mil miembros. Por eso, Keshet Italia es una organización nacional y de puertas abiertas, que recibe no solo a personas gay o judías sino a cualquiera que sea parte de la vida de aquellas. “Es una zona segura. Un lugar maravilloso (…) de amor y gozo, que no es para excluir sino para incluir a las personas”.
Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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