El 5 de Iyar, este año el 14 de mayo, se celebra la Independencia del Estado de Israel. En 1948, al declararse la independencia, estalló la primera guerra árabe israelí. El motivo de la guerra, como el de la situación que se vive hasta el sol de hoy, es la negativa de los enemigos de Israel a reconocer el derecho de los judíos a un Estado. Algo muy simple que complica una larga y sangrienta ecuación.
La celebración de la independencia es precedida por un día que se cuenta como el más triste para el joven Estado y para los judíos del mundo. La independencia y la supervivencia han sido logradas y son mantenidas a costa de muchas bajas. El día que precede al de la independencia es dedicado a todos los caídos en las guerras, eventos y atentados. Las familias recuerdan a sus deudos y todos lloran por tantos acontecimientos que se pudieron evitar con algo de comprensión y tolerancia, de lógica y sentido común. Las guerras no arrojan ganadores, solo vencedores con ventajas comparativas. Todos pierden.
No se sabe cuántos países honran a sus caídos justo el día antes de celebrar. Quizás ninguno. Israel y los judíos están conscientes del alto precio que se paga en vidas para tener independencia. Una independencia pagada con sangre, sudor y lágrimas. Cuando se cumplen 76 años, en las circunstancias actuales, en plena guerra en todos frentes, cobra inusitada importancia, relevancia y prioridad el Día de los Caídos.
El valor de la vida en el judaísmo es supremo. La preservación de ella, la búsqueda de calidad en la misma. Toda la regulación de ley judía se orienta hacia estos objetivos. En Israel, a pesar de tantas guerras y bajas, no existe la tumba al soldado desconocido. No hay desconocidos en un país que se considera y funciona como una gran familia. El dolor por cada caído es nacional, y es sentido en todas las comunidades judías del mundo.
Israel se fundó en 1948 gracias al tesón y determinación de los judíos comprometidos a restablecer una patria judía nunca desvanecida en la diáspora milenaria. También contó con una resolución de las Naciones Unidas que
decretaba la partición de lo que quedaba del Mandato Británico de Palestina, formulada el 29 de noviembre de 1947. Una partición en un Estado judío y uno árabe. Una resolución nunca aceptada por la contraparte no judía. Desde entonces y siempre, el quid de esta cuestión ha sido el no reconocimiento del derecho de los judíos a un Estado.
Los eventos del 7 de octubre de 2023 han colocado a Israel en una situación muy complicada y más triste. Sus víctimas no tienen dolientes, ni sus familiares reciben condolencias. Sus acciones son condenadas por amigos, no tan amigos y enemigos. Los secuestrados que siguen en ese estado, secuestrados, no se sabe de sus
condiciones ni se avanza en ningún esquema de negociación para liberarlos. Las amenazas a la seguridad y existencia del país son evidentes y muy palpables. La opinión pública está en contra de quien fue agredido y no existen reclamos ni exigencias a un agresor que, de deponer su posición o liberar rehenes, impondría un cese al fuego inmediato. Pero quienes exigen a Israel, con más vehemencia o con menos ímpetu, nunca presionan a sus enemigos. El monopolio de la responsabilidad y el sentido común lo tiene Israel, con la consabida culpabilidad
automática.
En la celebración del año pasado, aún a pesar de las dificultades y la gran cantidad de atentados dentro de territorio israelí, se tenía una percepción optimista respecto al futuro de la región. Arabia Saudita e Israel parecían avanzar a normalizar relaciones, los Acuerdos de Abraham generaban muchas esperanzas. Israel se percibía poderoso, sus vecinos como respetuosos y hasta la Gaza de Hamás parecía disuadida de su empeño en destruir a su vecino. Con todo y existir dos enclaves palestinos enfrentados, con la preocupación que generaba la carrera nuclear del poderoso Irán, con Líbano dominado por Hezbolá, se tenía un pronóstico de mejoras cercanas en todo en breve tiempo.
Lo ocurrido el 7 de octubre de 2023 es una desgracia desde todo punto de vista. La masacre, las reacciones de todos los involucrados, las víctimas. Para Israel, el caer en cuenta de una soledad tremenda dentro del concierto de las naciones, de una incomprensión absoluta de su drama. Se despiertan para los judíos en todo el mundo los fantasmas nunca erradicados de odios, persecuciones, acusaciones e intolerancia. Todos contra uno y uno contra todos parece una consigna que lejos de emular una conducta justiciera a lo Alejandro Dumas, describe un acoso enorme contra las causas, personas e instituciones judías.
Viendo programas de televisión, leyendo opiniones en la prensa, tratando de asimilar pronunciamientos y posturas en contra de Israel, pareciera que un esfuerzo de esclarecimiento ha de resultar si no inútil, de efectos muy limitados. Contra posiciones tomadas, campañas gigantescas y mentiras repetidas es muy difícil luchar y se corre el riesgo de descuidar la propia subsistencia, de dedicarse a demostrar aquello que es evidente y es negado por motivos inconfesables.
A los 76 años de la independencia de Israel pareciera que el mundo no perdona a los judíos cuando reaccionan ante las agresiones. Los indolentes para con Israel se limitan a dar las condolencias de rigor cuando mucho, no aceptan la realidad del judío, persona o nación, emancipado. Así las cosas, como dice el himno nacional de Israel, con todo y lo difícil, “nuestra esperanza no estará perdida”.
En medio del dolor general y la frustración, de la incomprensión y la decepción: ¡Feliz Día de la Independencia !
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