Ayer, unos días después de Yom Hashoá y 3 dias antes de su cumpleaños falleció a los 93 años Peter Katz Bachruch Z”L, el legendario presidente de la Unión de Sobrevivientes del Holocausto. Mientras que la familia compraba la mermelada de chabacano y de zarzamora para hacer el Sächertorte, el pastel favorito de Peter, según una receta tan secreta como milenaria, el sobreviviente del Holocausto comió su desayuno, dijo “Gracias por todo” y dio su último suspiro.
Un hombre afable y distinguido ( alguna vez Jacqueline L’Hoist me preguntó si era de la realeza o poseía un título nobiliario), un hombre cuya vida fue marcada por el Holocausto pero que tomó de ello el vuelo para alcanzar las metas que se propuso.
Una vida de novela
Nació en 1930. El 13 de marzo de 1938, Adolf Hitler, quien desde 1933 gobernaba Alemania, anexó Austria a su imperio y aplicó de tajo las leyes raciales de Nuremberg. Peter fue expulsado de la escuela, apedreado por sus compañeros y abandonado por sus amigos. Su padre emigró a Paris y su madre se quedó, con sus hijos , en Viena.
Allí inicia una espeluznante carrera entre el niño de 8 años y los nazis, donde Peter escapa varias veces de las garras de los monstruos.
Después de acontecer Kristalnacht, en 1938, su madre supo que la familia Rostchild había organizado un tren hacia Bélgica, diseñado para salvar a niños de entre 6 y 14 años y llevarlos para ser adoptados por familias judías en esta ciudad. Solo podemos imaginar la desesperación de esta mujer cuando entrega a su hijo a extraños y lo ve alejarse de ella, intuyendo que nunca más lo volvería a ver.
Peter está parado en una plaza pública en Bruselas, solo con una maleta, donde lo recogen Buci y Yolanka Lanksner, quienes fungen como sus padres adoptivos, mientras recibe correspondencia de sus padres biológicos.
Pero el 10 de mayo 1940, los nazis invaden Bélgica. La familia Lanksner intenta huir a Francia, pero es devuelta por los nazis a Bélgica. En 1941, entran en vigor las Leyes de Nuremberg. En 1942, se decide en la Conferencia de Wannsee la solución final. Inician las deportaciones de judíos, Peter y su familia adoptiva se esconden en casa de un amigo.
Como lo relata Silvia Cherem en la biografía de este gran hombre, “los Lanksner pasaron ahí, sin siquiera ver la luz del día, dos años ocho meses. Peter, de apenas 12 años, conoció a miembros de la resistencia y se convirtió en su correo. A cambio de llevar un paquete de un sitio a otro, le dieron papeles falsos y una nueva identidad. Así Peter fue durante esos años Jean Vandervelde, el muchachito ario que consiguió trabajo en un laboratorio fotográfico”.
Los nazis llegan al escondite, pero no encuentran a los Lanksner y a Peter. Los campos de concentración no eran, finalmente, su destino. Sin embargo, Peter había perdido toda su familia, asesinada por los nazis.
Cuando termina la guerra, una de las hermanas de su madre, que vive en México, lo reclama. Así llega a nuestro país.
Una gran lección
Un día Peter Katz tocó la puerta de la oficina de Enlace Judío, contigua al Salón Columnas, donde se celebraban las reuniones de la Unión de Sobrevivientes. Allí inició una amistad entrañable, pues el sobreviviente de Viena se reunía con la refugiada de Beirut para tomar café e intercambiar impresiones.
Por supuesto, era un sujeto extraordinario para entrevistas. En una de estas, Peter afirmó que perdonaba a los alemanes. El editor que escribió la nota publicó que Katz perdonaba a los nazis. Llegó mi amigo a la oficina visiblemente molesto por este error, el cual se corrigió inmediatamente. Pero Peter quería otra cosa: una carta firmada del puño y letra de la directora (yo), donde se explicaba la confusión, la que le extendimos enseguida. Katz, con su corrección habitual, la dobló en tres, la introdujo en un sobre, la puso en la bolsa interior de su saco y salió.
La semana siguiente, llegó a la oficina de Enlace Judío y pidió su café. Le volví a ofrecer disculpas, pero me tranquilizó con un gesto de la mano: “De hecho, me hiciste un favor. Antes, caminaba en el CDI (Centro Deportivo Israelita) y poca gente me conocía. Ahora, me detienen y me preguntan: “¿Cómo puedes perdonar a los nazis?”. Entonces saco tu carta, se la leo, y seguimos la plática en la cafetería. Desde la entrevista, tengo más amigos que nunca”.
Y cerró con la frase: “There is no such thing as bad publicity”.
Mis aventuras con Peter
Fue Peter Katz quien me citó en Sanborns para ofrecerme la presidencia de APEIM (Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México), un viernes, y tuve el privilegio de invitarlo a mi casa para la cena de Shabat. Me llevó a otro Sanborns, el de Los Azulejos, para contarme la historia del lugar. Conocí con él el restaurante Bondy, donde podía degustar platillos de su querida Viena; me llevó a entrevistar a Jacobo Zabludovsky con quien mantenía lazos entrañables; fuimos a aplaudir a Ute Lemper, la cantante y actriz alemana; me integró a la familia de los sobrevivientes del Holocausto, con sus maravillosas reuniones; lo escuché cantar “Tum Balalaika” y la canción de los Partisanos, que me rompió el corazón; lo acompañé cuando celebró, a los 83 años, su Bar Mitzvá, y me dio una bendición que hasta hoy me corona.
Lo grabé cuando fundieron la forma de sus manos en bronce y expusieron los moldes en una emotiva ceremonia nombrada “Huellas”. Y cuando fue condecorado por Austria por acercar a la comunidad judía a su país natal. Porque, a pesar de que allí perdió su familia entera, Peter no tenía rencor y amaba sus orígenes. Su hija y su nieta lo acompañaron a un viaje por Europa donde les enseñó “su” Viena.
En todas estas aventuras, Peter andaba con su “alter ego”, Bedrich Steiner, también sobreviviente del Holocausto. No había Peter sin Bedrich ni Bedrich sin Peter. El día en que Steiner murió (“cayó como un árbol”, dijo su esposa), Peter entró a una profunda depresión. Peter había soportado muchas pérdidas pero la de su compañero inseparable fue la más difícil.
Peter, compañero de mil peripecias, amigo entrañable, ¿cómo sobreviviremos sin nuestro sobreviviente?
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