El sionismo como movimiento e Israel como Estado se encuentran probablemente ante su peor momento de opinión pública, y más allá de buscar culpas en los “medios comprados”, los “discursos fabricados” y las intersecciones que estos reclamos tienen con tintes antisemitas, nos debe preocupar enormemente, pues (como aquí expondré) el mayor peligro para Israel y el sionismo no lo representa Palestina, ni Hamas, ni siquiera Irán. El mayor peligro se encuentra en sus propias entrañas, en su incapacidad de escuchar y empatizar con narrativas encontradas y en el resultante aislamiento de Israel frente a la comunidad internacional. No podemos esperar ser comprendidos por “los otros” sin buscar comprender la otredad.
Hablemos de lo que nos duele, aunque nos duela. Porque no podrá haber procesos de paz y de sanación sin reconocer y sin buscar reparar los daños causados. Hablemos de qué es el sionismo, de cómo ha llegado a ser lo que es hoy en día, de las acusaciones a las que se enfrenta y de cómo buscar un futuro de integración que reconozca los caminos recorridos que nos llevan al contexto actual.
¿Qué es el sionismo?
A mi parecer, el sionismo es el movimiento que mejor refleja el hecho de que el judaísmo es una identidad que trasciende las fronteras de lo religioso. Somos pueblo con un lenguaje (incluso podemos hablar de lenguajes: yiddish, ladino), tradiciones, costumbres, religión e historia común. En este último aspecto, la historia está a veces mezclada con mitología, cosa que es muy frecuente en las historias fundacionales de pueblos y naciones. Por ejemplo, pocos pensaremos que el mito fundacional de Roma es factualmente verídico. Sin embargo, se mezcla con la realidad, pues sí hubo un primer fundador y Rey de Roma llamado Rómulo, ya si fue o no amamantado por una loba es otro tema. La historia judía, por más mezclada que esté con mitología, recuenta el pasado de un pueblo con un apego especial a su “tierra prometida”. Desde la salida de Egipto y la llegada a Canaán, hasta la destrucción del Segundo Templo, son milenios de conexión del pueblo con su tierra que quedarán impregnados en la identidad judía por siempre.
La evolución del sionismo
Ahora sí que hablando del Rey de Roma, es a partir de la conquista de Jerusalén por parte del Imperio Romano (70 e.c), la destrucción del Segundo Templo y la expulsión de judíos que este apego a la tierra, se convierte en un anhelo por volver. El exilio se convierte en diáspora (Galut) y con ella llegan expresiones de este anhelo que permean en la cultura de los judíos en todas las latitudes por las que vivieron. Con la diáspora y el pasar del tiempo, el judaísmo se diversifica, se sincretiza y evoluciona.
Saltándose un poco (mucho) en el tiempo, llegamos a finales del Siglo XIX, y a los orígenes del sionismo como un movimiento político organizado. Cabe resaltar que no fue el primer sionismo, pero ahí se vuelve un movimiento organizado en el que además surgen diferentes tipos e ideologías que aún vemos reflejadas hoy en la política israelí. Esta organización surge de un periodista judío alemán no religioso, muy incorporado a la sociedad alemana que observa, desde su labor periodística, diversas situaciones de antisemitismo, la más emblemática siendo el caso Dreyfus.
Herzl, siendo un hombre de su época, analiza la problemática y se plantea una solución muy al estilo de su época e inserto en la Europa de los nacionalismos de finales del S. XIX. Sintiéndose parte de un pueblo y observando que ese pueblo no tiene un Estado, lo convierte en un movimiento de reivindicación nacional. El judío era una nación sin territorio, ni autonomía y comienza así la organización, la lucha y la negociación por conseguirlas. Y ¿en dónde habría de buscar un territorio para este pueblo errante? No es difícil hacer la relación al territorio que carga con un pesado anhelo de 2000 años.
Narrativas: anhelos que van y vienen
Son muchas las situaciones acontecidas entre finales del S. XIX y la creación de Israel en 1948, no me refiero solamente a la Shoá. Surgen las historias que conocemos, las que elegimos contar y las que elegimos callar: las declaraciones británicas (Declaración Balfour, Correspondencia Husayn-McMahon), las organizaciones militares, los actos terroristas, las luchas armadas, las compras de terrenos, los financiamientos de Rothschild, la votación de la ONU, la guerra, la independencia, la Nakba, la alegría, la consolidación de un sueño y un largo anhelo, la tragedia, las migraciones voluntarias, la migraciones forzadas, los desplazados, los refugiados… la polarización.
Es en esta etapa en la que la situación del dónde crear el Estado Judío, se confronta con una población ya existente en la región. Y si esos habitantes no eran un pueblo consolidado con una identidad común, la tragedia y el anhelo de regresar a su tierra los consolidaría como tal. Basta con leer la poesía de Darwish para entender la relevancia del exilio y del anhelo por volver en la identidad Palestina. El cumplimiento de un sueño, el fin de una saga de 2000 años trajo consigo una nueva tragedia, un nuevo anhelo y una nueva consolidación de una identidad nacional.
Como si se tratara de una tragedia griega, el cumplimiento del sueño sionista y el destino cumplido de la creación de un Estado Nacional para el pueblo judío en su tierra histórica trajo consigo una problemática similar, pero con una nueva víctima y una nueva identidad. Como si el universo tuviera un equilibrio perfecto de sentimientos de anhelo, por lo que el fin de uno debe forzar el surgimiento de uno nuevo.
Acusaciones y reconocimiento
Una de las acusaciones del sionismo es que se trata de una fuerza opresora y colonizadora que expulsó y tomó provecho de una población indígena local (el pueblo palestino). Pero la narrativa indigenista le hace un flaco favor a la posibilidad de encuentro. Es cierto que hay una población que fue desplazada por la fuerza hace casi 80 años. Desplazada por la fuerza del contexto y por las fuerzas militares. El sionismo tiene que reconocer esto para sobrevivir. Aceptar el pasado que trajo el contexto actual para poder plantear reparaciones. Reconocer el pasado de las diversas narrativas y reconocer el presente que acarrea, para plantear soluciones empaticas en el presente, en el contexto actual en el que ya existe un Estado Judío que no aceptará nunca dejar de existir. Pero eso no significa que no debe reconocer los cadáveres en su closet.
Si se quiere probar y desvincular al sionismo de su acusación colonialista, se debe actuar diferente.
Porque el principal peligro para el sionismo no es el pueblo Palestino, no es ni siquiera Hamás; su principal foco de riesgo es no reconocer esa historia y ese sufrimiento. Su principal peligro es querer acallar narrativas, porque una narrativa oprimida siempre buscará ser escuchada a gritos. Y cuanto más silenciada, más fuerte buscará gritar y más radical será. Hamás no será derrotado a bombazos como pretende la política actual del gobierno de Netanyahu, y puede ser que Hamás nunca sea “derrotado” completamente, porque los conflictos no se acaban, se transforman dependiendo de la perspectiva desde las que son abordados.
Y toda perspectiva de paz comienza con la escucha y la búsqueda de entendimiento de la otredad.
Muchos Estados, la mayoría, tienen una historia de creación en la que existen los marginados, los conquistados, los oprimidos. Pocos Estados modernos fueron creados sin vicios, desplazamientos y tragedias. Debe haber reconocimiento, reparaciones y justicia por la Nakba.
Pero para construir paz se requiere una justicia que vea a futuro, que reconozca el contexto del pasado y el actual, en breve:
Que hay un Estado de 75 años que no se va a ir a ninguna parte y que fue creado causando mucho sufrimiento. Que el pueblo palestino merece reivindicación y un Estado propio, pero también que ese Estado no será “del río hasta el mar”.
Si el sionismo quiere salvarse a sí mismo, más vale que empiece a escuchar, porque el silencio ya se ha roto y si llegase a acallar una vez más, estaremos solo a la espera de un nuevo grito, un grito aún más fuerte.
El principal peligro del sionismo es silenciar, no reconocer y no reparar.
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