Otra vez fuimos testigos de cómo el coro de activistas propalestinos en las redes sociales incendiaron el debate público, llorando amargamente por la “masacre de Rafah”.
Un espectáculo circense espontáneo que, al final del día, nos dio acaso la más grotesca exhibición de la mezquindad antisemita que caracteriza a estos muchachos y muchachas urgidos de sentir que son los buenos de la historia.
La historia seguro la conoces: hace cuatro días, el mundo entero ardió de indignación cuando se enteró que Israel había bombardeado un campamento de desplazados, dejando un saldo de alrededor de 40 muertos y más de 200 heridos.
Todo, para que al final del cuento resultara que era… pues puro cuento. Que las cosas no sucedieron así.
De inmediato vino a la memoria aquel penoso episodio de un hospital, cuando los medios de comunicación internacionales no tuvieron ningún empacho en repetir sin recato alguno la propaganda de Hamas, anunciando que Israel había bombardeado un hospital, y que había más de 500 muertos entre enfermos, médicos y enfermeras.
Al final, resultó que el hospital ahí estaba, intacto y en pie, que el impacto había sido en el estacionamiento, que sólo había unos 20 muertos, y que el disparo había sido un cohete fallido lanzado por la Yihad Islámica.
La prensa se tuvo que disculpar, pero —por supuesto— lo hizo de la manera más discreta posible, casi diseñada para que nadie se diera cuenta. De todos modos, pudimos darnos cuenta de que conocer los verdaderos hechos había calado profundo, en el hecho de que casi de la noche a la mañana, todos dejaron de hablar del supuesto bombardeo israelí al hospital.
Incluso los activistas pro-palestinos en las redes sociales cambiaron su discurso, dejando de compartir imágenes del supuesto ataque, para regresar al territorio de las acusaciones abstractas: el supuesto genocidio palestino, que Israel mata niños, etcétera. Todo ese blablablá que se repite indecorasa pero también sin cese desde… ¿la Edad Media? Algo así.
Hoy sabemos que el episodio en Rafah tampoco fue como nos lo contó Hamas por medio de la prensa. La explosión que dejó consecuencias devastadoras en el campamento de desplazados ocurrió a dos kilómetros de donde Israel eliminó a dos altos mandos de Hamas junto con varios terroristas que los acompañaban. En el ataque, Israel usó dos bombas de precisión, cada una con 17 kilogramos de explosivos, incapaces de provocar un incendio como el que vimos en los videos que se subieron a las redes sociales.
Dichos videos, por cierto, fueron los que terminaron de aclarar el asunto. Fueron grabados por palestinos que estaban en el sitio, y sus conversaciones nos dejaron en claro que la explosión fue provocada por un jeep de Hamas en el que se transportaba o se tenía guardado armamento del grupo terrorista.
La rutina siguió como de costumbre: la prensa hizo mutis, los videos con el incendio dejaron de circular masivamente, y la conversación entre activistas pro-palestinos regresó a los lugares comunes, como desde la Edad Media.
Este es el punto acaso más grotesco e indignante de todos.
Velo así: cuando se comete un delito y, en principio, se acusa a la persona equivocada, una buena investigación debe demostrar, lo antes posible, la inocencia del acusado. Llegados a ese punto, se le retiran los cargos, se le ofrece una disculpa, y se le deja en paz. Pero ¿se deja de perseguir el delito? Es obvio que no.
Lo que una fiscalía medianamente funcional hace es continuar con la búsqueda del verdadero culpable. A nadie se le ocurriría decir una sandez estilo “bueno, como el acusado era inocente, nos olvidamos del caso…”. ¿Y la víctima qué? ¿Acaso no importa? ¿No se supone que el caso gira alrededor de la víctima?
Bueno, pues por enésima vez, hemos corroborado que para los activistas pro-palestinos no. Una vez que se sabe que Israel no es el culpable (fue lo mismo con el hospital, sucede ahora con el campamento), el tema se olvida, y los palestinos que fueron víctimas de un disparo fallido de la Yihad Islámica, o de la explosión de un arsenal de Hamas, serán olvidados y enterrados en el fango de la indiferencia.
Si estos activistas realmente estuvieran comprometidos con los derechos del pueblo palestino, su queja contra Hamas habría sido tan instantánea como furibunda. Porque ¿no se supone que lo que les preocupa es cuánto sufren los palestinos? Ahora vemos que no. Si ese fuera el epicentro de sus intereses, les daría lo mismo que los palestinos sufrieran por culpa de Israel, de Hamas, de la Yihad Islámica, de una invasión de extraterrestres, o de un pandilla de focas asesinas. Denunciarían las agresiones y listo; exigirían justicia.
Pero no. Como la culpa fue de Hamas, las denuncias cesaron, porque si son palestinos los que matan a otros palestinos, a estos activistas les importa un comino. Los palestinos pueden ser masacrados por su propia gente o por otros árabes las veces que sea, y ellos van a comportarse con una absoluta indiferencia porque no se puede acusar a Israel.
Lo suyo, entonces, no es interés por los derechos del pueblo palestino.
Sólo es vulgar antisemitismo. Igual que desde… ¿la Edad Media? Algo así.
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