Yom Yerushalayim: “En Jerusalén” un canto de amor a la ciudad de oro

“Para agotar Jerualén necesitas una vida entera, cada persona ve y vive la ciudad en una forma distinta”
“Existe la Jerusalén de Yehuda Halevi, hay muchos tipos de Jerualén. Él escribió poemas sobre la ciudad … describe las piedras, el aire, la luz … el aire de la tierra es la vida del alma”

Lo dice Zelda, maestra de ciegos, frente a la cámara de David Perlov en 1963. Nos habla de cómo las películas sobre Roma le recuerdan a Jerusalén por los mendigos de la ciudad, los monjes y la gente religiosa; de que los textos bíblicos describen al Mesías ben David como un mendigo, que puede ser cualquiera de nosotros, en nuestras vidas pasadas o futuras y cómo en el imaginario popular, los rabinos se disfrazan de suplicantes. Nos habla de que para ella Jerusalén no puede estar separada de la enseñanza judía, pues vivir la ciudad “es un asunto muy personal”. Vemos su cara brillar mientras describe la ciudad que claramente ama y la paz que le trasmite vivir en ella.

Al mismo tiempo, en la cámara vemos las caras de aquellos que piden caridad en el Muro de los Lamentos, que rondan las calles buscando una moneda o se sientan junto a una caja vacía a rezar y estudiar. En segundos somos transportados con mucha belleza estética al mundo que esas personas habitan y nos sentimos con ellos en gran intimidad. Es una de las grandes virtudes de David Perlov como fotógrafo, documentalista y director: su enorme habilidad para proyectar en la pantalla una imagen cálida del mundo que retrata, es decir para hacer que la gente que entrevista y retrata se sienta en confianza y podamos ver el corazón de lo que nos quieren expresar.

“BiYerushalayim” (En Jerusalén) es uno de los trabajos cinematográficas más importantes que se han hecho sobre esta ciudad, es una verdadera obra maestra. Fue filmada en 1963, 4 años antes de la guerra de los Seis Días. Es reconocida como uno de los mejores documentales que se han producido en Israel e incluso sigue inspirando creaciones modernas. El documental retrata la vida de Jerusalén a una década de haber sido dividida en dos y poco antes de su reunificación. La vemos desde los anhelos, las prácticas y el pensamiento de quienes la habitan. Es una especie de oda y comentario histórico a quienes viven ahí, pues Perlov no deja afuera a nadie. Vemos al pulidor de diamantes explicarnos a la perfección como cortar la piedra, a los migrantes que recién llegan de Uzbequistán, al barrio de Mea Sharim, a los niños del mercado o las niñas del instituto inglés, al pirmer ministro con su escolta y a los estudiantes de la Universidad Hebrea, que prometen ser “la Jerusalén del futuro”. También vemos quienes habitan la frontera y el muro que divide a las dos partes de Jerusalén se hace presente a través del hoyo por el cual las personas se asoman a rezar y admirar el Kotel.

Otra de las grandes maravillas de esta obra es la variedad de recursos artísticos que el cineasta usa. La cámara nos dice muchísimas cosas a través de sus enfoques y de sus cortes e imita lo que retrata. Por ejemplo cuando nos encontramos con los niños del mercado los cambios de cámara son rápidos así como los juegos de los niños, cuando vemos el muro el lente también se hace pequeño al querer ver a través de los hoyos y se nota contraste entre los que están de un lado del otro, los que observan y los que toman fotos.

La narrativa que el artista crea a través de la cámara toca sobre puntos muy profundos, pues sitúa a Jerusalén en un contexto histórico. Con cada cambio de lugar vemos una piedra siendo labrada con un cincel. La piedra en el documental representa la amalgama de tiempos que Jerusalén es. El documental mismo empieza con unos hombres picando la piedra, con las murallas, con unas niñas y con una mujer hablando de como el reloj de su escuela sigue parado desde que ella era niña. Empieza justo en esa zona donde se excarban las piedras y vemos a las niñas jugar en ellas.

Las rocas representan a la vez la Jerusalén mítica, milenaria y la Jerusalén moderna coexisten en la memoria de la mujer que habla, en el pasado de los primeros tiempos y en el presente de esas niñas que juegan. El labrarlas también simboliza lo que nosotros construimos con ellas. Por un lado son rocas heredadas, por el otro somos nosotros quienes las labramos.

El tiempo también se hace presente en los contrastes que el mismo director resalta, en pantalla también nos muestra recopilación fílmica de la Jerusalén de 1911 y vemos a la gente rezar en el Kotel cuando en 63, el momento del documental todavía se les tenía prohibido. Esto se aúna a los textos bíblicos que retratan la Jerusalén mítica. A veces los entrevistados se refieren a pasajes del Tanaj donde se habla de Jerusalén y a veces esos pasajes son leídos o referenciados dentro del documental.

Al final más allá de su belleza, el documental nos enseña mucho de todo lo que esa ciudad es y representa e irónicamente también se convierte en un registro histórico importante, pues muestra la vida de Jerusalén pocos años antes de que fuera reunificada. Es un portal a un mundo y una cultura que sigue en nosotros, pero que indudablemente ha cambiado significativamente. La Jerusalén de las montañas semi vacías y de las piedras que se labran a mano está muy lejos de ser la ciudad moderna ultra poblada que conocemos hoy. Sin embargo, la esencia que la hace particular y le da esa historia sigue presente.

Hoy celebramos Yom Yerushalayim, recordamos el enorme pasado histórico que nos une a ella y agradecemos el poder habitarla, el poder ir al Kotel, el poder vivirla plenamente.

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Aranza Gleason: Aranza Gleason se define a sí misma como una judía en el exilio. Nació con una raíz dividida como sus poetas favoritos; busca y ama al judaísmo, pero como a los personajes que lee, éste, también se le escapa de las manos. Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM y ha trabajado en Enlace Judío desde el 2017. Le gusta leer, viajar y experimentar el mundo de forma libre.