La guerra de Israel y Gaza no tiene fin a la vista. Tanto así que, las partes involucradas y los intermediarios hablan en términos de “ceses al fuego” de menor o mayor duración, mientras se concretan algunas otras actividades. La complejidad de la lucha, la intervención de terceras partes, el sufrimiento y la confusión constituyen un gran triunfo de Hamás.
En Israel el tema de los rehenes no da tregua. Es un principio de fe judía que la vida es sagrada. Para liberar un rehén, se puede incluso vender lo más sagrado para pagar un rescate, como es el caso de un rollo manuscrito del Pentateuco. Este principio, que tiene un origen en la normativa religiosa, está profundamente arraigado en todos los judíos, en todos los israelíes sin importar su grado de observancia religiosa. Es un valor nacional.
Desde el 7 de octubre de 2023 varios intentos de negociaciones para liberar rehenes se han hecho, pero desde la liberación de la primera centena a cambio de cientos de prisioneros confesos y convictos en cárceles israelíes, nada se ha avanzado. De los rehenes hay poca o ninguna información, y se teme que muchos estén ya muertos. Las familias, y la sociedad israelí, claman por un acuerdo que traiga de vuelta a casa a sus seres queridos, a sabiendas que este acuerdo que los traiga se perciba como un fracaso de la operación militar israelí, o una muestra de peligrosa debilidad. La sociedad civil de Israel quiere a sus rehenes de vuelta, y todos saben de los peligros que el acuerdo conllevaría.
El viernes 31 de mayo de 2024, cuando ya era Shabat, día sagrado sin actividad en Israel, el presidente Joe Biden lanzó un plan de negociación que lograría cese al fuego, devolución en etapas de los secuestrados, salida de las tropas de Israel de Gaza y la eventual reconstrucción de la zona. Aunque los términos son algo ambiguos, esta propuesta lanzada entre gallos y medianoche, sin previo aviso a Israel, avivó las esperanzas de una solución. De una
solución parcial al tema de los secuestrados, de la ayuda humanitaria y de qué ha de pasar con Gaza al tenerse un cese al fuego extendido. Esto último, llamado “el día después”, es algo que se le exige a Israel delinearlo, pero obviando lo que debería pasar el día de antes, el hoy por hoy. Todos son muy benevolentes y olvidadizos con respecto a las obligaciones no cumplidas por la Autoridad Nacional Palestina.
En un conflicto como este, entre partes desiguales en cuanto a concepciones de vida no vale la pena hacerse ilusiones. Israel ha sido víctima del secuestro de sus ciudadanos por parte de un ente que controla un enclave que es una escisión de la Autoridad Nacional Palestina definida como representante del pueblo palestino. El enclave ha sido tomado por la fuerza en el año 2006, y Hamás es reconocida como entidad terrorista por medio mundo. Es evidente que una negociación con secuestradores no se ajusta a normas diplomáticas, ni a condiciones estándares y sería una ilusión pretenderlo. Por ello la posición casi pragmática de tomar lo que sea posible, salvar las vidas que se puedan sin dilación, y la posición casi ideológica de no ceder al terrorismo y buscar deponer el gobierno en Gaza. Ambas posturas tienen su asidero, y ambas tienen sus desventajas y peligros más que evidentes.
Lo anterior es conocido por todos, y olvidado por muchos. Resulta extraño que Biden, con su mejor intención, impulse a Israel a negociar y ceder frente a secuestradores. Pero no parece manejar una opción mejor. Llama a la ciudadanía israelí a salir a las calles a exigir que el gobierno acceda a la propuesta. En Israel, arden los medios de comunicación y la angustia de los familiares secuestrados se desata. No es para menos.
Mientras esto sucede, el reconocimiento de Palestina como Estado es efectuado por países como España. Curioso reconocimiento por varias razones. ¿Qué Estado se reconoce? ¿El de Gaza? ¿El de la Autoridad Nacional Palestina con sede de gobierno en Ramallah? Suponemos que este último, el de la legítima Autoridad Nacional Palestina. Entonces, al reconocer esto se debe desconocer de inmediato a los golpistas. ¿Por qué no se llama a la deposición de Hamás y la liberación de los secuestrados? Haciendo caso omiso de lo que se piense respecto a un Estado palestino, el reconocimiento justo en medio de la guerra, provocada por la acción del 7 de octubre, parece un premio al terrorismo antes que un antídoto a futuras agresiones o un incentivo a la paz. Aunque algunos afirmen que no es así, así es que se ve. Vale la máxima que reza que la mujer del César ha de ser decente y además parecerlo.
Israel ve a su mejor aliado sin consultarle previamente respecto a una iniciativa de tal magnitud en dramáticos momentos, a las Naciones Unidas desentendidas, a la Cruz Roja sin ninguna información y a sus rehenes sin rastro, apareciendo como cadáveres escondidos a medida que avanzan las tropas en una Rafah minada de trampas y explosivos. Unos llaman a elecciones adelantadas, otros amenazan salir de la coalición y todos coinciden que nada de esto resuelve el tema de los rehenes ni la presencia controladora de Hamás en Gaza. Mucho menos, la pacificación del norte de Israel, sometida a bombardeos diarios de Hezbolá desde el Líbano y con decenas de
miles de ciudadanos desplazados de sus hogares. Sobre este tema, de importancia crucial y letalidad extrema, no se sabe de negociaciones ni avances.
La propuesta de Joe Biden es un intento de resolver en algo una situación desesperada. Para Israel, sometida al escarnio de la media y las condenas unilaterales, la presión interna y la soledad en su causa, lo que sucede y vive
es sencillamente una desesperación. Con todo y esto, a pesar de la desesperación, confiemos en que todo llegue a buen fin. Lo antes posible. Que de la desesperación no venza, ni la injusticia ni la maldad. A casi 250 días de guerra, la desesperación es una opción que no se puede tomar. Como dice el himno de Israel: nuestra esperanza no estará perdida. No lo está.
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