Un profesor de química sionista y un político pragmático ayudaron a la fundación del Estado de Israel. Ocurrió tras descubrir, en la Primera Guerra Mundial, que los castaños de Indias tenían interés militar.
El comienzo de la pólvora sin humo
En 1917 el Gobierno británico envió cartas a las escuelas pidiendo a los alumnos que recolectaran castañas de Indias para ayudar a ganar la guerra. Era una petición sorprendente, pero tenía fundamento.
En 1845, el químico Cristian Schönbein derramó accidentalmente una mezcla de ácidos nítrico y sulfúrico que secó con un viejo delantal de algodón. Terminada la faena, puso el mandil a secar en la estufa. Atónito, vio cómo la prenda detonaba y se esfumaba.
Schönbein interpretó inmediatamente lo que había pasado. Los grupos nitro (procedentes del ácido nítrico) habían servido como fuente de oxígeno y la celulosa, al calentarse, se había oxidado por completo en un santiamén. La celulosa del delantal se había convertido en nitrocelulosa.
Las potencialidades militares del compuesto le parecieron extraordinarias, tanto que en 1846 comunicó su descubrimiento como “pólvora de guerra”. La pólvora negra utilizada hasta entonces detonaba entre un humo espeso, ennegrecía y ensuciaba las ánimas de los cañones, y sumía en tinieblas los campos de batalla. La nitrocelulosa hizo posible la “pólvora sin humo”.
Los primeros intentos de fabricarla con fines militares fracasaron por el peligro de explosiones incontroladas en las fábricas. En 1891 los químicos James Dewar y Frederick Augustus Abel consiguieron preparar una mezcla segura de algodón pólvora. Como podía prensarse en cordones largos, se denominó “cordita”, y durante la Gran Guerra se convirtió en el principal propulsor utilizado por el ejército británico.
La balistita
Alfred Nobel fabricó en 1888 la balistita, una primera versión de un propelente sin humo, mezclando algodón con nitroglicerina. La cordita era una versión mejorada de la balistita, añadiendo vaselina y acetona. Luego se presionaba la suspensión gelatinizada a través de troqueles tubulares.
La acetona era el solvente que hacía que los componentes nitrocelulósicos se mezclaran íntimamente y extruyeran a través de los orificios de los troqueles, lubricados por la vaselina. A medida que la mezcla emergía por las bocas de los troqueles, la acetona se evaporaba y surgían unos largos filamentos de cordita.
A la búsqueda de las fuentes de acetona
Por entonces, la acetona se elaboraba a partir del destilado rico en acético recogido después de calentar madera procedente de los bosques continentales europeos. Pero el suministro se interrumpió una vez iniciada la guerra. En 1915, un encuentro casual entre el entonces ministro de Hacienda David Lloyd George y Jaim Weizmann resolvió el problema.
Weizmann era un químico bielorruso que trabajaba en la Universidad de Manchester. Cuando se reunió con Lloyd George, investigaba cómo fabricar caucho sintético porque Inglaterra temía, y con razón, que los alemanes cortaran el suministro de caucho natural suramericano.
El análisis químico sugería que el caucho podría fabricarse a partir del isopreno, un producto metabólico de animales y plantas, que estas últimas liberan a un ritmo de más de 350 millones de toneladas anuales. Weizmann estaba empeñado en ese proyecto sin obtener ningún resultado.
Un buen día, Weizmann visitó a un pariente que investigaba en el Instituto Pasteur de París y descubrió algo extraordinario: los científicos franceses empleaban bacterias para convertir mezclas complejas de carbohidratos en moléculas sencillas mediante fermentación, el proceso que el fundador del Instituto había descubierto en 1857.
Inmediatamente se preguntó si alguna bacteria podría producir isopreno. Era una buena idea, pero no funcionó. Sin embargo, Weizmann tomó buena nota de que la bacteria Clostridium acetobutylium convertía el almidón en una mezcla de etanol, acetona y butanol, una combinación que interesó a Lloyd George cuando Weizmann se lo contó.
Lloyd supo que era una manera de producir acetona para fabricar cordita, pidió a Weizmann que ampliara el experimento y lo financió generosamente. En poco tiempo el químico convirtió una destilería de ginebra en una planta para destilar acetona a escala industrial.
La materia prima más abundante para producir acetona por fermentación era el almidón de la pasta de maíz importada desde Canadá, pero la amenaza de los submarinos alemanes obligó a buscar una fuente alternativa que pudiera encontrarse en Gran Bretaña. Fue entonces cuando los castaños de Indias entraron en juego.
La papilla del diablo
Los castaños abundaban en Gran Bretaña y sus semillas son una buena fuente de almidón. Sólo había que recogerlas. Las autoridades educativas locales elaboraron campañas para que los escolares estuvieran a la altura de un patriótico desafío: recolectar castañas, que luego se convertían en acetona en una planta secreta.
La acetona era enviada a una gran fábrica de cordita recién construida en Gretna Green, Irlanda, fuera del alcance de los bombarderos alemanes. Allí, el algodón de pólvora y la nitroglicerina se mezclaban a mano para hacer “la papilla del diablo” en un proceso tremendamente peligroso. Los vapores de ácido sulfúrico y nítrico impregnaban el aire. Cualquier chispa podía provocar una explosión y los trabajadores, en su mayoría mujeres, sufrían quemaduras por las salpicaduras de ácido. A pesar de ello, ¡producían mil toneladas de cordita a la semana!
Jaim Weizmann y la fundación de Israel
Lloyd George no se olvidó de la contribución de Weizmann y, cuando asumió el cargo de primer ministro, le preguntó cómo le gustaría ser recompensado. Weizmann, sionista convencido, le pidió ayuda británica para fundar una patria para su pueblo.
Con Lloyd George como primer ministro de Gran Bretaña cumplió con la Declaración Balfour de 1917, que comprometió el apoyo británico a una patria para el pueblo judío. En 1946, Jaim Weizmann fue elegido primer presidente de Israel.
Y así fue como los castaños de Indias desempeñaron un papel importante en la historia mundial.
FUENTE: The Conversation
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