viernes 28 de junio de 2024

Rubén Kaplan/ Día de Jerusalén

La antiquísima Jerusalén, en el imaginario popular, es llamada con intenciones ciertamente encomiables, pero con poca justificación filológica o histórica, la “ciudad de la paz”. Sin embargo, ha sido escenario de más derramamiento de sangre, guerras, odios, conquistas y luchas cruentas que cualquier otra ciudad de la tierra.

Jerusalén, actualmente la ciudad más grande y poblada de Israel con cerca de un millón de habitantes, es mencionada en la Torá 670 veces y su sinónimo Sión, en 154 oportunidades, mientras que en el Corán no se la menciona ninguna vez. En la Biblia, el Salmo 137, expresa cabalmente su significado para el judaísmo: “Si me olvidase de ti, ¡Oh! Jerusalén, que olvide yo mi diestra. Si no te recordase, que mi lengua se pegue a mi paladar, si no es Jerusalén, superior a mi mayor alegría”.

El cántico del movimiento Sionista, que en 1948, se convirtió en el himno Nacional del Estado de Israel, el Hatikva, (La Esperanza) refiere “al Ojo que mira a Sión y de la esperanza milenaria de regresar a la tierra de Sión y a Jerusalén”, además de expresar un gran sentimentalismo, enfatiza sin duda, la relación y sentimiento indisoluble del pueblo hebreo, con su Capital eterna.

Para el Islam, Jerusalén no es una ciudad santa en el sentido en que la conciben los judíos. Los musulmanes tienen un lugar sagrado en Jerusalén y ello es suficiente para que la “ciudad santa” deba formar parte de “Dar al Islam”.
Jerusalén, ha sido capital de un Estado judío en cuatro períodos de la historia y nunca de un Estado árabe o islámico.

La relación histórica de los islamistas con Jerusalén comenzó en el año 638, cuando los musulmanes conquistaron la ciudad. Para los árabes, que rezan en dirección a La Meca dándole la espalda a Jerusalén, la importancia religiosa de ésta, data del año 691 EC, cuando el califa Al Malik construyó la Cúpula de la Roca y con la erección de la mezquita Al Aqsa en el año 71.

El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 181, conocida como el Plan de Partición de Palestina. En ella se recomendaba, la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío, con Jerusalén bajo administración internacional. El plan fue aceptado por los israelíes pero no por los palestinos ni por los Estados árabes vecinos.
En el Plan de Partición aludido anteriormente, Jerusalén recibió un status internacional especial, separado del Estado judío y del Estado árabe.
El quinto período de Jerusalén como capital de Estado se inició en el mes de diciembre de 1949 cuando el gobierno de Israel proclamó a Jerusalén capital de la nación y transfirió la Knéset, (El Parlamento) que había estado en Tel Aviv, al sector occidental de Jerusalén. La parte oriental de la ciudad fue conquistada en 1948 por Jordania, a cuyo rey, ni se le ocurrió, transferir su capital de Amán a Jerusalén. La ciudad permaneció dividida físicamente hasta el año 1967, cuando fue unificada como consecuencia de la Guerra de los Seis Días. Durante los 19 años que Jerusalén estuvo en manos árabes, los jordanos, contraviniendo los acuerdos, no permitieron que los judíos visitasen los lugares sagrados, destruyeron las sinagogas de la Ciudad Vieja, profanaron el cementerio judío y utilizaron las lápidas para construir letrinas. Al cartel que indicaba el camino al Kotel Hamaaraví, (Muro Occidental) el último resabio del Templo Sagrado de Jerusalén, conocido también como El Muro de Los Lamentos, los jordanos lo sustituyeron por otro donde se leía El Burak, que fue el equino con el que, según la leyenda musulmana, Mahoma cabalgó hacia los cielos.

La pretensión de los palestinos de erigir su propio estado unilateralmente, con Jerusalén Oriental como su capital, sin las indispensables negociaciones con Israel, constituye un repulsivo premio a la execrable masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023. La iniciativa que cuenta inicialmente con el repudiable respaldo de España, Irlanda y Noruega– necesita, para cobrar un carácter épico, pergeñar una historia fraguada que los vincule con la milenaria Tierra Santa y la citada ciudad judía, con las que tanto ellos como el Islam no tienen ninguna ligazón fehaciente, a pesar de su vasta imaginación para respaldar una torpe y mendaz inventiva. Se ha escrito profusamente acerca de la absurda y ficticia versión de la historia a la que son afectos los palestinos, particularmente sobre el origen de Palestina, que fue la Tierra de Israel y Judea, hasta que su nombre fue cambiado por los romanos en el año 135 de la EC. Los sobrevivientes de la rebelión judía del año 70 DC fueron sometidos a vejaciones y provocaciones similares a las que causaron otra rebelión en el año 132 DC. Los romanos vencieron otra vez, y la revuelta terminó en el 135 DC. El Emperador Romano Adriano (Publios Aelios Adrianos) castigó a los judíos sobrevivientes. Adriano renombró a Jerusalén con su nombre y como el dios Júpiter Capitolinos—Aelia Capitolina, e impuso la pena de muerte a cualquier judío que entrara en la ciudad. Algunos historiadores dicen que posiblemente en ese periodo, fue cuando los romanos le cambiaron el nombre a Judea, por el de Palestina. Otros creen que el cambio ocurrió más o menos como un siglo más tarde, después que Constantino estableció la parte del este, o la parte Bizantina del Imperio Romano. Así que, el término romano de “Palestina” llegó a la existencia mucho después que las Escrituras habían sido canonizadas. El término “Aelia Capitolina” no duró para Jerusalén, pero “Palestina” de alguna forma persistió y posibilitó que permaneciera en la región, incluida Judea y sus alrededores.

La palabra Palestina no aparece en el hebreo original o en la traducción griega de la Biblia. El término hebreo Pelesheth, se refiere a la tierra antigua de los Filisteos—Filistea.

Contrariamente a lo que muchos creen, nunca hubo un estado palestino. Cuando la ONU, en una resolución de 1947, ordenó la partición de la tierra en dos Estados, esto fue rechazado por la parte árabe (incluida la futura Palestina). Por consiguiente, de acuerdo con el Derecho Internacional, Palestina nunca existió. Israel declaró su independencia, el 14 de mayo de 1948; lejos de declarar la suya, la coalición árabe atacó al día siguiente al recién creado Estado de Israel.

La relación histórica de los islamistas con Jerusalén comenzó en el año 638, cuando los musulmanes conquistaron la ciudad. Para los árabes, que rezan en dirección a La Meca dándole la espalda a Jerusalén, la importancia religiosa de ésta, data del año 691 EC, cuando el califa Al Malik construyó la Cúpula de la Roca y con la erección de la mezquita Al Aqsa en el año 715. Para el Islam, Jerusalén no es una ciudad santa en el sentido en que la conciben los judíos. Los musulmanes tienen un solo lugar sagrado en Jerusalén y ello es suficiente para que la “ciudad santa” deba formar parte de “Dar al Islam”.

Jerusalén ha sido capital de un Estado judío en cuatro períodos de la historia y nunca de un Estado árabe o islámico.
No obstante la enorme acumulación de datos históricos, arqueológicos y religiosos, que demuestran inequívocamente la relación milenaria de los judíos con Jerusalén, los palestinos, maestros en el arte de la distorsión y la mentira, pretenden negar esos hechos y escribir su propia e inventada versión de la historia.

La capital del Estado judío de Israel está mencionada más de seiscientas veces en las Escrituras Sagradas, y ni una vez en el Corán. Su presencia en la historia judía es abrumadora. No hay una plegaria más conmovedora en la historia judía que la que expresa nuestro anhelo por retornar a Jerusalén. “Cuando un judío visita Jerusalén por primera vez, es un regreso a casa”. “Jerusalén debe continuar siendo la capital espiritual judía del mundo, no un símbolo de angustia y amargura, sino un símbolo de confianza y esperanza. Como dijo el maestro jasídico Rebe Najman de Breslov: “Todo en este mundo tiene un corazón; incluso el corazón mismo tiene su propio corazón”. “Jerusalén es el corazón de nuestro corazón, es el alma de nuestra alma”.

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