Juntos venceremos
martes 05 de noviembre de 2024

Irving Gatell/ Dos guerras y una carrera contra el tiempo

Son dos las guerras que están marcando esta década y, probablemente, vayan a dejar una huella profunda en la historia del siglo XXI. Por supuesto, se trata de las guerras en Ucrania e Israel, y la parte que más empieza a pesar en todos los bandos es el tiempo.

Empecemos con dos ideas básicas: Rusia no estaba preparada ni deseaba enfrentarse a una guerra prolongada en Ucrania, e Israel está enfrentando la guerra más larga de su historia después de la Guerra de Independencia (que, en términos reales, se extendió por más de un año y medio, aunque en diferentes fases).

Entendiendo esto, podemos apreciar la gran diferencia estratégica entre los militares de Moscú y los de Jerusalén: está sobradamente claro que el alto mando ruso no tenía un Plan B, e hicieron todos sus cálculos a partir del panorama más optimista posible. Craso error.

Habría sido distinto si hubiesen entendido una lección que Israel aprendió hace mucho: debes esperar lo peor, y desde allí hacer tus planes. Gracias a eso, una guerra contra Hamás y Hezbolá, que también se extendió mucho más allá de lo que nos imaginábamos todos, todavía tiene como característica fundamental la eficiencia y precisión de los ataques israelíes.

Ucrania no tenía modo de enfrentarse a Rusia, por sí misma. Putin confió en que Europa, sometida al suministro de gas ruso, se mantendría al margen del conflicto, y Kiev y Zelensky caerían en cosa de una semana. Incluso, se imaginaba al pueblo ucraniano saliendo a recibir con flores y aplausos a las tropas rusas.

Falló en todos sus cálculos, porque desde un principio Ucrania ofreció una feroz resistencia, y poco a poco la OTAN comenzó a reforzar su apoyo. A dos años y medio de distancia, incluso el negocio del gas ruso colapsó, y las sanciones económicas siguen incrementándose.

Justo el día de hoy ha entrado en vigor una sanción sobre el rublo, y esto ha provocado una severa caída en su cotización, además de un desfonde de la Bolsa de Valores rusa.

Esto apenas es un ejemplo de cómo se han volteado las cosas: ahora es Rusia quien juega contra el tiempo. Ucrania pasó un momento muy amargo entre finales del año pasado e inicios de este, debido a la parsimonia criminal con la que Europa y Estados Unidos retrasaron el envío de armamento, municiones y, sobre todo, la autorización para atacar objetivos militares en territorio ruso.

Las tropas de Moscú quisieron aprovechar ese lapsus para avanzar lo más posible, y Ucrania se tuvo que conformar con simplemente defenderse. Lo llamativo fue que, aun en esa situación, los rusos avanzaron muy pocos kilómetros, y eso a costa de gravísimas pérdidas, tanto humanas como de recursos militares.

En ese momento eran los ucranianos los que luchaban contra el tiempo, pero tan pronto comenzó a fluir la ayuda occidental, la Rueda de la Fortuna hizo su giro. Ahora es Rusia quien vuelve a enfrentarse a la molesta realidad de que prolongar esta guerra sólo puede derivarse en un deterioro de su economía. La esperanza de Putin era que occidente se cansara de esta situación, abandonara la lucha, y presionara a Ucrania para firmar un acuerdo de paz que habría sido totalmente suicida.

Occidente no pilló el anzuelo, y ahora es Rusia quien está en problemas.

En Israel las cosas no fueron muy distintas. En principio, el plan original de Hamás y Hezbolá (y de Irán, por supuesto) era desgastar a Israel para que se facilitaran las condiciones de un ataque múltiple. La estrategia israelí manejó muy bien la situación, y el ataque múltiple quedó conjurado.

Pese a que el conflicto se extendió ya a más de ocho meses, los ataques de Hezbolá siguen sin convertirse en un frente bélico abierto en el norte. Es una extraña guerra de baja intensidad que demuestra que ni siquiera Hassan Nasrallah se anima a una guerra total con Israel, porque sabe que está en desventaja.

De Hamás no hay mucho que decir. Está a punto del colapso total, y probablemente ellos son los que más están urgidos de algo que le ponga fin a la guerra (algo que parece que no va a llegar). Confiaban en que la presión internacional obligaría a Israel a detener su campaña militar, pero esto no sucedió.

Incluso, en los últimos meses lograron doblar a la inútil administración Biden para que la presión contra Israel se incrementara, y eso desde su principal aliado (los Estados Unidos). Con lo que Hamás no contó fue que, justo por su incompetencia característica, un viejo lobo colmilludo como Netanyahu supo mantener a raya a dos torpes políticos que entienden muy poco o nada sobre Medio Oriente, como Biden y Blinken.

Ahora, Hamás y Hezbolá están contando cada segundo y suplicándole al cielo que la guerra termine pronto. Se vienen las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, y todo apunta a que Donald Trump volverá a la Casa Blanca. Si eso pasa, el mustio apoyo estadounidense desaparecerá, e Israel tendrá plena libertad para llevar su guerra hasta las últimas consecuencias.

Hamás tal vez ya esté fuera de esa ecuación. Está claro que, tras fracasar en su estrategia de conseguir la presión internacional contra Israel, desaparecerá antes del otoño. Más bien, el asunto con miras a enero de 2025 (cuando debe tomar posesión el próximo presidente norteamericano), afecta más a Hezbolá y a Irán. Sin embargo, ninguno de los dos se arriesga a ampliar la confrontación.

La guerrilla libanesa ha ajustado sus estrategias y ahora se dedica a provocar incendios en el norte de Israel, y trata de atacar las fábricas militares que producen mucho del armamento israelí. A cambio, Taleb Abdullah —uno de sus oficiales de más alto rango, gente cercanísima a Nasrallah— fue eliminado por un ataque israelí dirigido contra una reunión “secretísima”, justo mientras los bombardeos israelíes destruían una gran cantidad de infraestructura de Hezbolá.

El grupo terrorista libanés sabe que si estira más la cuerda, Israel puede lanzar un bombardeo de niveles destructivos extremos, que provocará que todo Líbano entre en crisis. ¿Se arriesgaría Hezbolá a lanzarse a la guerra en ese caso? Parece que no. No lo ha hecho después de ocho meses de conflicto, así que parece que prefiere apostarle a que el tiempo desgaste a Israel.

El tiempo, otra vez el tiempo. Israel tiene más ventajas en este juego. Si logra aplastar de manera definitiva las capacidades operativas de Hamás —cosa que ya se huele a la vuelta de la esquina— puede parar su campaña militar en el sur, y eso tal vez desactive la escalada que se vive en el norte.

En ese caso, Israel habría ganado su guerra. Si Hezbolá insiste con las agresiones, tendría la desventaja de que, ya sin Hamás, todo el poderío militar israelí podría concentrarse en ellos. Punto en contra. Y si no logran que el panorama cambie de aquí a medio año, con Trump va a llegar un panorama todavía más cómodo para el estado judío.

La guerra es contra el tiempo también, y está claro que Rusia, Hamás y Hezbolá la van perdiendo.


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