Mucho se ha insistido en que una guerra entre Israel y Hezbolá parece inevitable. Así se aprecia desde la escalada de agresiones que se han visto en las últimas semanas. Pero si Hezbolá se atuviera a una conducta medianamente racional y sensata, no lo debería intentar. Tiene todo el panorama en su contra.
A lo largo de estos ocho meses de guerra entre Israel y Hamas, he señalado varias veces que uno de los grandes defectos del grupo terrorista palestino fue el estratégico. Diseñaron un plan. Sólo uno. Luego, esperaron a que ese plan funcionara al pie de la letra, y fallaron en sus cálculos.
Apenas a un mes de iniciados los combates, ya podían verse dos cosas. Una, que el plan de Hamas había fallado e Israel los iba a sorprender. Dos, que no tenían un plan B. Los últimos niveles de las consecuencias han tardado ocho meses en llegar, pero no hay plazo que no se cumpla, y Hamas está a punto de colapsar en Rafah.
Las estimaciones son que es cosa de dos a cuatro semanas para que esto suceda. Mientras, sus tropas siguen siendo aniquiladas o arrestadas, sus comandantes siguen siendo eliminados, sus túneles destruidos, sus depósitos de armas decomisados, y su infraestructura dejada en completo estado inoperante.
Conforme pasan los días, pareciera que Hezbolá está cometiendo el mismo tipo de error. Lleva ocho meses jugando a una guerra que no es guerra, sin dejar en claro qué es lo que realmente quiere.
El plan original de Hamas era crear una situación en la que Israel se viera atacado desde todos lados (Gaza, Líbano, Siria, Cisjordania, y en el óptimo de los casos, desde adentro mismo por los árabes israelíes), y en ello Hezbolá habría jugado un papel importante, al llevar a cabo una invasión terrestre similar a la que Hamas efectuó el 7 de octubre. Para ello, por supuesto, se requería que el ejército israelí se hubiese dispersado por todos los frentes.
No se logró, Hamas no tuvo un Plan B, y todo quedó en que el grupo terrorista gazatí fue abandonado por Irán y Hezbolá, por lo que ha tenido que enfrentar solo a Israel, con consecuencias funestas para ellos mismos.
Pero no es que Hezbolá se quedara en la inactividad total. Al contrario: ha mantenido una guerra de baja intensidad contra Israel, siempre intensificándose pero no tanto como para llegar a una verdadera guerra.
Y ahí empieza lo extraño: los ataques de Hezbolá no han afectado en absolutamente nada la campaña de Israel en Gaza. A efectos estratégicos, han sido inútiles. ¿Para qué mantenerlos, entonces? En términos prácticos, ha sido un conflicto de bajo nivel en el que Hezbolá ha perdido mucho más que Israel, tanto en combatientes, altos mandos y comandantes de campo, e infraestructura.
Ahora, la intensificación acumulada tras ocho meses de este estira y afloja han llevado la situación a un punto en el que muchos consideran que la guerra abierta y a fondo es inevitable.
Pero ¿no sería más lógico para Hezbolá lanzar la guerra ahora mismo que Israel todavía está activo en Gaza? Por lo menos se enfrentaría con un ejército dividido en dos frentes. Si Hezbolá espera hasta que Israel haya terminado de aplastar a Hamas, se tendrá que enfrentar a un ejército que podrá concentrar todo su poderío en el Líbano.
Nasrallah y todos los líderes de Hezbolá saben que no pueden contra eso. De hecho, tan saben que no tienen la capacidad de enfrentarse directamente a Israel, que por eso no han declarado una guerra abierta en todo este tiempo (y no estamos hablando de ocho semanas, sino de ocho meses).
Y volvemos al punto de inicio: el panorama ideal para Hezbolá sería que el ataque fuese múltiple, desde Líbano, Siria, Cisjordania, y en una de esas hasta desde Irak —donde operan más milicias pro-iraníes— o desde Yemen.
Pero volvemos también al punto final: todo eso les resultaría más fácil a todos si lo hicieran mientras Israel todavía tiene que concentrarse en Gaza.
Curiosamente, lo que está pasando es todo lo contrario. Es Hezbolá quien parece estar provocando nuevos frentes. Las falanges cristianas del Líbano ya han anunciado que tienen a 20 mil combatientes listos para atacar a ndesde adentro de su propio país en caso de que haya guerra.
Y apenas ayer Chipre lanzó una amenaza similar, señalando que están listos para que su fuerza aérea se una a la israelí para barrer a Hezbolá del Líbano. Todo, porque en un simpático gesto de insensatez masiva, en su último comunicado Nasrallah amenazó a medio mundo.
A juzgar por cómo pinta el panorama, en caso de guerra es más probable que fuera Hezbolá quien tuviera que enfrentar frentes múltiples, y todo contra un ejército israelí que podría concentrarse por completo en el Líbano, toda vez que Hamás ya estaría destruido.
Por todas estas razones todavía cabe la posibilidad de que Hezbolá tenga un arrebato de sensatez, y desactiven su guerra de baja intensidad en la frontera norte de Israel una vez terminada la guerra en Gaza.
¿Serán capaces de comportarse de manera racional? No lo sabemos. No olvidemos que son fanáticos religiosos.
Será por eso que nunca diseñaron un buen Plan B, y que por eso todos sus esfuerzos han sido inútiles y contraproducentes, y hoy se encuentran en una disyuntiva muy peligrosa, que puede derivar en el colapso de la mayor joya del terrorismo iraní.
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