Estamos a más de nueve meses del peor ataque a Israel desde su creación y del inicio de una ola antisemita en el mundo tremendamente preocupante.
Nueve meses donde el dolor, el espanto, la perplejidad frente a las reacciones del mundo que, en vez de ponerse del lado de las víctimas se ha posicionado a favor de los victimarios, solapando abiertamente las acciones de Hamás, una organización terrorista sanguinaria que, al día de hoy, después de más de 280 días, mantiene a 120 inocentes secuestrados, entre ellos, niños, mujeres y ancianos.
El dolor es inevitable y requiere tiempo para sanar, se prolonga todavía más este difícil proceso cuando pasan los días y no termina la guerra, no liberan a los rehenes y no se ve para cuando llegará la luz para lograr una paz duradera y definitiva en la región. La realidad es ciertamente incierta y los días se suceden uno tras otro sin respuestas. Aunado al panorama que se vive en Israel, la situación de los judíos en el mundo es cada vez más delicada.
Lo impensable es hoy una realidad, hemos visto quemas de sinagogas, ataques a embajadas de Israel, amenazas, atentados, motines en las universidades, entre tantas otras agresiones de diversas índoles en distintas partes del mundo. Y, lo peor, no sabemos donde esto va a parar y a qué va a llegar…
Sin embargo, a pesar de todo este triste panorama, el sol sigue naciendo a cada día, la vida sigue su curso, siguen naciendo niños, muriendo personas, cantando los pájaros, cambiando las estaciones…
Durante todo este tiempo a la pregunta de que cómo estoy, me costaba trabajo decir que bien, siempre predominaba un tono de tristeza en mi voz, en mi mirada, en mi sentir. Fue hasta hace unos días que una amiga que no veía hace un tiempo me preguntó: “¿Cómo estás?” y le dije: “BIEN”.
Hasta yo misma me sorprendí porque hacía mucho que no lo decía con tanta convicción. Revisé bien mi respuesta y sí llegué a la conclusión de que me siento mejor, que esta tristeza crónica ya no está presente, y en cambio siento una fortaleza adentro de mí, como si fuera una corraza que fue creciendo en mi interior para protegerme de la adversidad.
No es que la niegue, en ningún instante dejé de vivir el proceso, pasé por diferentes etapas, escribiendo, apoyando distintas causas, caminando todos los domingos para pedir la liberación de los secuestrados, voluntariado en Israel, entre otras acciones que me fueron ayudando a sanar el dolor tan profundo que sentí desde el 7 de octubre, aún cuando dichas acciones son mínimas, unas gotitas en el océano, pero a mí me ayudó.
Hasta que llegó este momento donde tengo la sensación de sentirme resistente a la adversidad, a la maldad, al peligro… y sin darme cuenta, me percibo mejor y veo que mi vida sigue su curso. No han desaparecido ni los peligros ni las preocupaciones, pero yo ya no estoy tan vulnerable, me siento más fuerte, más yo, algo así como un regreso a la vida.
Y esto es justamente lo que se llama la RESILIENCIA, cuando nos hacemos resistentes a la adversidad. Cuando no dejamos de reconocerla, no evadimos, no negamos, no la escondemos, simplemente aprendemos a vivir con ella, logrando aún frente a la misma, seguir sonriéndole a la vida, seguir conectándonos con lo que nos rodea, apreciando un café recién hecho, una puesta de sol, reconectando con nuestro alrededor y disfrutando de lo que sí tenemos.
Sí está la guerra, sí está el antisemitismo… pero también está la fe de seguir luchando por el derecho de existir, el escuchar las voces reconfortantes en contra del antisemitismo tan claras y contundentes de nuestros amigos (si las hay y muy valiosas)… porque mientras hay vida, hay esperanza.
Quizá esta sea una de las principales características del pueblo judío, a pesar de las persecuciones, de la maldad, de la adversidad presente en tres mil años de historia, seguimos vivos, seguimos luchando, seguimos existiendo y lo más importante seguimos floreciendo. Y no lo dejaremos de hacer porque en el fondo de cada judío existe una vocecita que grita fuerte: Am Isael Hai.
Definitivamente, estar mejor no significa dejar de promover acciones para contrarrestar el mal, para seguir luchando contra los prejuicios, la mala información y para estar al lado de Israel. Al contrario, estando mejor podemos hacer mucho más, pero ya sin tanto dolor.
Es así como, gracias a la resiliencia, transitamos de la oscuridad a la luz, de la tristeza a la serenidad, de la desesperanza a la esperanza, porque la vida simplemente tiene que seguir su curso.
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