Los judíos conmemoran todos los años un periodo de tres semanas recordando la destrucción de los templos de Jerusalén. Un templo que fue destruido el 9 de Av, una vez en el año 587 antes de la Era Común, y la segunda vez en el año 70 de nuestra era. Los babilonios del rey Nabucodonosor lo hicieron la primera vez, los romanos de Tito la segunda.
El templo era el centro de vida de la nación en la ciudad capital del reino de Israel y luego de Judá. Los feligreses acudían tres veces al año llevando las ofrendas pascuales y funcionaba todos los días con los sacrificios de rigor. Representaba el nexo indestructible de los hebreos con su Di-s, quien en un sentido figurado moraba en sus instalaciones.
La destrucción de los templos significó destierro para los israelitas, además de la muerte y desolación que tuvo lugar. El pueblo judío se convirtió en uno errante, calificativo colmado de tristeza y oprobio. Un pueblo añorando regresar no solo a un lugar, a un estadio de elevación espiritual.
En la larga historia de los judíos, el periodo de tres semanas que precede al 9 de Av, y más específicamente los nueve días del mes, han sido días de trágicos y tristes acontecimientos. Tanto para los judíos como para la humanidad. En ese periodo se decretó el castigo divino que condenó al pueblo a 40 años en el desierto luego de salir de Egipto. Diversas profanaciones ocurrieron en esos días previos a la destrucción misma. La expulsión de los judíos de España tuvo lugar por esas fechas, también lo relacionado con el lanzamiento de la
bomba atómica sobre Japón. Masacres muy señaladas ocurrieron durante ese periodo de tiempo en la Shoá, el Holocausto perpetrado por los nazis contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial. La ley judía recomienda cuidarse estos días, evitar celebraciones y aplazar cualquier pleito judicial entre partes. No son días de suerte ni bonanza.
Se atribuye las destrucciones de ambos templos a castigos por la conducta de los judíos y de la humanidad. En el caso del primer templo, se menciona el derramamiento de sangre, la promiscuidad y la creencia en falsos dioses. Para el segundo, el odio gratuito es la razón del castigo. Y la causa por la cual no se han dado las condiciones para reconstruir un tercer templo, es la persistencia de estas condiciones que no atinan a desaparecer.
Aunque parece un simbolismo, no es nada trivial.
El mundo de nuestros días está plagado de violencia. Violencia en lo personal y entre países y pueblos. Muchas confrontaciones en muchas partes del mundo, con saldo mortal y crueldad absoluta. La guerra sigue siendo un evento muy común, con toda su carga de muerte y dolor. Si es por promiscuidad, ciertamente vivimos una era de mucha relajación en valores y costumbres. Bajo la excusa de un liberalismo o progresismo mal entendido, se ha dado rienda suelta a un irrespeto que goza además de la transmisión en redes sociales y comunicaciones masivas. El valor de la familia como célula fundamental de la sociedad está algo así como en revisión. Los falsos dioses
han de ser ideologías perversas, aquellas que promueven los antivalores, aquellas que no incentivan el respeto al Creador, la solidaridad entre los seres humanos, aquellas que profesan el egoísmo y no se ocupan del necesario bien común.
El tema del odio gratuito es perturbador. Es algo que ocurre en las relaciones interpersonales, que son la base misma de la condición humana. Se asume como causa de la muerte de más de veinte mil eruditos, alumnos del legendario Rabí Akiva, la falta de respeto de unos y otros. Gente ilustrada fue capaz de caer en esta terrible conducta. Y las consecuencias no se hicieron esperar. Irrespeto y odio gratuito son severas causales de descomposición social.
Al ver el mundo de nuestros días, el mismo que se puede observar desde la pantalla de un teléfono u ordenador, nos podemos dar cuenta que las causas de las destrucciones de los templos están muy presentes, vigentes y hasta en crecimiento. Derramamiento de sangre, promiscuidad, antivalores, irrespeto, odio gratuito. En todos los ambientes, a toda escala. Templos que significan paz y tranquilidad, conexión con el Creador y causas justas, no pueden ser construidos ni mantenerse en un ambiente tal. No es la estructura física la que
falta, son las bases sólidas de una condición que haga honor al calificativo de humanidad.
Los templos destruidos ocurren en tiempos de destrucción. Tiempos que vivimos tratando de sobrevivir.
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