Ante el inminente inicio de la que tal vez sea la última posibilidad de negociación entre Israel y Hamas, con un marcado interés de muchos intermediarios en que las cosas regresen a la condición previa al 7 de octubre, la realidad es que Irán y sus aliados están colapsando en todo el mundo. El tiempo se les acaba.
Los imperios son mal negocio. Su naturaleza económica es extractiva (es decir, dependen del saqueo y la explotación), y esta sólo es redituable mientras se conquistan nuevos territorios.
Una vez que concluye la fase de expansión de los imperios, empieza la decadencia (que puede ser lenta o rápida; hay de casos a casos). Ningún imperio se ha salvado de esta maldición. Ni siquiera el Imperio Romano, acaso el prototipo de lo que debe ser un imperio.
El británico medio se salvó porque le tocó la época del desarrollo del capitalismo liberal e industrial, el modelo económico más eficiente que se ha conocido. Pero justo por lo que implica políticamente su implementación, el Imperio Británico dejó de ser imperio y evolucionó hacia lo que hoy se llama Commonwealth of Nations.
Por estas mismas razones, las guerras han evolucionado, y las dos más grandes potencias en este momento —Estados Unidos y China— prefieren involucrarse en sendos conflictos comerciales, antes que probar la posibilidad de un conflicto armado.
Es lógico. Ya entendieron que lo que hay que disputar son mercados, no áreas de explotación. Los mercados dejan muchas ganancias, así que el combate está allí, en la competencia por ver quién se queda con los mejores clientes y logra las mejores ganancias.
Si entiendes esto, entenderás también porqué los conflictos bélicos han evolucionado hacia un tipo de guerra que antes era impensable. Lo estamos viendo en Gaza. Ya no se trata de la clásica confrontación de ejércitos contra ejércitos en grandes campos de batalla (así, estilo Napoleón).
Ahora todo se centra más bien en los conflictos entre estados como Israel contra grupos terroristas como Hamás o Hezbolá, y en ese marco todas las reglas cambian. Lo que Israel ha tenido que combatir se define por paradigmas completamente nuevos. La Unión Soviética y Estados Unidos se enfrentaron a retos similares en Afganistán, pero intentaron combatir “a la antigua”.
¿Resultado? Fracasaron. Israel es el primer país que realmente diseñó e implementó una estrategia efectiva para la guerra urbana que implica el terrorismo internacional. Puede decirse, entonces, que la de Gaza ha sido la primera verdadera guerra del siglo XXI.
Lo curioso es que hay dos países que siguen sin entender estos cambios: Irán y Rusia. Países que, por cierto, forman un eje geopolítico que claramente está en guerra contra el mundo occidental.
A su favor tienen las modas intelectuales que tanto se han extendido en Europa, Estados Unidos y América Latina. Bajo el signo de la filosofía posmoderna, son ideas cargadas de resentimiento y frustración, ideales para gente con pocas agallas para responsabilizarse de sus propias vidas y fácilmente engatuzables para que propaguen que el sistema capitalista es una injusticia que hay que destruir, para luego tomar toda la generosa riqueza que hay en el mundo, y simplemente redistribuirla para que todos seamos felices.
Como parte del circo de estas ideas, el multiculturalismo flagelante europeo fomentó la llegada de millones de inmigrantes, principalmente musulmanes, a los que se les permitió reproducir los vicios de sus países de origen bajo el tonto pretexto de que “había que respetar sus culturas” y evitar todo tipo de conducta “colonialista”. ¿Resultado? Muchos lugares de Europa (los que más inmigrantes tienen) se han convertido en zonas inseguras, caóticas, y en las que no tarda en haber estallidos sociales graves.
Sería exagerado decir que Rusia e Irán están detrás de todo esto, como si fueran los cerebros de un oscuro complot para destruir a la civilización occidental. En realidad, el posmodernismo es un movimiento filosófico perfectamente lógico, propio de la posguerra y, sobre todo, del mundo que surgió tras la caída del régimen soviético. Rusia e Irán no lo diseñaron, pero tampoco es un secreto que le están sacando provecho.
Sin embargo, no parece ser que, a la larga, les vaya a ser de mucha utilidad, porque los errores que están cometiendo son de un alcance mayor a las ventajas que les pueda traer la crisis del mundo occidental.
El problema, en esencia, es que los liderazgos políticos de ambos países siguen creyendo en el viejo estilo imperial de expansión territorial. Desde el establecimiento de los ayatolas en el poder en Irán (1979), este país ha dirigido el proyecto imperialista más agresivo del mundo.
Después de casi medio siglo, han logrado conquistar una zona muy similar a la que, en su momento, tuvo el Imperio Babilónico. Rusia se había mantenido al margen de semejante tipo de imprudencias, pero los instintos zaristas vencieron a Vladimir Putin, y en 2022 se lanzó a la conquista de Ucrania.
Este fue el error decisivo. Hasta ese momento, la alianza de facto que tenía con Irán tenía problemas, pero todavía eran manejables. Calculando que Kiev caería en tres o cuatro días, Putin se lanzó a una aventura sin pies ni cabeza que hoy está en su peor momento.
No sólo no pudo conquistar Kiev, sino que se quedó estancado en una guerra suicida en el oriente de Ucrania (el famoso Donbass), en la que ha perdido una cantidad estrambótica de tanques y blindados, y donde han muerto ya más de 500 mil soldados rusos.
La situación llegó a su colmo hace dos semanas, cuando Ucrania —sorprendiendo a todos sin excepción— lanzó una invasión hacia territorio ruso, misma que no ha podido ser controlada hasta este momento. Por el contrario, sigue extendiéndose.
Las consecuencias han sido devastadoras para Rusia. Por una parte, su economía está seriamente afectada (pese a los intentos de los propagandistas pagados por Moscú que todo el tiempo se esfuerzan en convencernos de que no pasa nada), y por la otra, el apoyo a Irán empezó a menguar. De hecho, hay momentos o rubros en los que ahora es Irán quien apoya a Rusia (algo así como cuando tu mayordomo te presta dinero para que llegues a fin de mes).
La situación del gigante persa no era distinta. Su crisis económica ya es añeja y seria, culpa de todo el dinero que los ayatolas prefirieron gastar en proyectos terroristas, en vez de invertirlos en su propia sociedad.
Pero la crisis iraní llegó con Gaza. Tras el atentado del 7 de octubre del año pasado, la tan anhelada confrontación con Israel por fin se hizo presente en el terreno.
El detalle es que los resultados fueron todo lo contrario a lo que el régimen de Teherán deseaba, e Israel —pacientemente pero sin modo alguno para detenerlo— prácticamente ha destruido a Hamás. Esto representa una pérdida monumental para Irán. Miles de millones de dólares, y más de veinte años de esfuerzos, se han ido al caño en apenas diez meses.
Hezbolá también está debilitado (desde la guerra civil en Siria, por cierto), y los huthíes y las milicias pro-iraníes en Irak no han demostrado que puedan ser un factor decisivo al mediano o largo plazo de la guerra).
Para colmo, la extensión del eje ruso-iraní en América Latina, es decir, Venezuela, también está en riesgo de colapso. La absoluta y delirante ineptitud de Nicolás Maduro como gobernante —una patética caricatura que ni siquiera a Palomo, el autor de aquella memorable tira cómica llamada El Cuarto Reich, se le habría ocurrido— tiene a Venezuela al borde del colapso, y su sociedad ya se hartó de él.
Moscú, Teherán y Caracas se tambalean, resultado de lo que, a lo largo de la historia, ha sido la característica fundamental de todos los proyectos imperialistas: la ineficiencia.
Habrá quien diga que fueron muy eficientes para hacerse del poder, para influir en otros países, para desestabilizar a las ingenuas democracias occidentales. Y es cierto, pero eso no te hace ganar las guerras, a la larga. La eficiencia que necesitas es la económica (“es el dinero”, dirían los que saben más de estos temas). Hacer que tu imperio sea autosuficiente, no explotador.
Y ahí es donde ninguno de ellos ha sabido qué hacer, cómo optimizar los recursos. Al contrario: el gasto dedicado a interferir en otros países está empezando a pasar factura, y Putin, Khamenei y Maduro empiezan a ver que las cosas no son tan sencillas. Sus años de poder absoluto ya se fueron.
El eje está en crisis, y el torpe, ingenuo y bobalicón occidente no necesita hacer mucho más allá de defenderse, para esperar pacientemente su caída. Sería mejor que lo confrontaran bien y en serio, pero parece que semejante vocación proactiva sólo la tiene Israel.
De todos modos, pareciera que con eso basta. Al igual que en el siglo pasado, después de la campaña abrumadora de los regímenes autoritarios, avasalladores y aparentemente imbatibles, ya llegará su colapso y derrumbe estruendoso.
De la caída del eje Berlín–Roma–Tokyo hace un siglo surgió un mundo muy bizarro, enmarcado en la Guerra Fría.
A ver qué sale de la caída del eje Moscú–Teherán–Caracas. Francis Fukuyama se va a quedar lelo cuando lo vea.
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