No entiendo por qué hay un sector de la sociedad israelí que todavía insiste en que se debe intentar llegar a un acuerdo con Hamas para la liberación de rehenes. Es duro decirlo, pero no han aprendido nada de los últimos diez meses (o de los últimos dieciocho años).
Justo esta mañana de jueves, se ha filtrado la noticia de que Hamas endureció sus posturas, y va a agregar a sus exigencias asuntos de los que ni siquiera se había hablado en ninguno de los infructuosos intentos de negociación.
Es lógico. Su treta funcionó, aunque sólo hasta cierto nivel.
Asesinó arteramente a seis rehenes, y de inmediato una buena parte del mundo (incluyendo a Biden, por supuesto), la prensa, y la izquierda israelí, se le fueron a la yugular a Netanyahu.
¿Qué mensaje recibió Hamas? Sencillo: mata rehenes, total, no te van a reclamar a ti, no te van a presionar a ti, no te van a amenazar a ti. Todos los sectores mencionados tienen las suficientes carencias intelectuales como para suponer que, a quien tienen que meterle presión, es a Israel; y a quien tienen que destruir, es a su odioso Primer Ministro que nunca ha podido ser derrotado por la izquierda en las elecciones.
El resultado lo estamos viendo hoy. Hamas se endurece. Hamas quiere la rendición incondicional de Israel. Hamas lo quiere todo, y no está dispuesto a conceder nada.
Y es que ¿quién garantiza que Hamas va a cumplir con un eventual acuerdo? El 6 de octubre del año pasado había una condición de alto al fuego entre Israel y Hamas. Es decir, había un acuerdo, pero fue roto por el grupo terrorista palestina (y de qué manera).
Todos los que insisten en que se tiene que buscar un acuerdo con ellos, parten de la premisa equivocada de que Hamas se va a comportar —en algún punto— de un modo civilizado. Sueñan, o deliran, con la imagen de que alguien que se mete a tu territorio y asesina a 1200 personas (decapitando bebés, o calcinándolos en hornos de cocina, violando a mansalva, torturando y secuestrando), o que ejecuta a seis rehenes civiles (justo cuando se supone que se estaba intentando hacer una negociación), va a sentarse en una mesa y va a decir “oh, me gusta tu propuesta; perfecto, te entrego a los rehenes y listo, esto se acabó”.
Debo empezar a sospechar que toda esa gente, si no entendió de que va el asunto después de estos diez meses, básicamente no tiene remedio.
Alguna vez se cometió el error de entregarle más de mil terroristas a Hamas a cambio de un soldado. Sí, fue un error, porque desde ningún punto de vista de la doctrina militar la población civil debe ser usada para proteger a ningún integrante del ejército. Y eso fue lo que pasó: al liberar a esos terroristas —Yahiah Sinwar, entre ellos— se sentaron las bases para la masacre de civiles israelíes que ocurrió el pasado 7 de octubre.
Estos civiles murieron para que un militar fuera rescatado. Duele decirlo, es molesto, parece insensible, pero repito: la doctrina militar señala que eso es totalmente incorrecto. Que, en realidad, debe ser al revés. Es el ejército el que está para proteger a la sociedad civil.
Pero qué quieren. Hamas se dio cuenta en ese momento que un amplio sector de la sociedad israelí era débil, y podía meter presión por allí. Por eso enfocó sus planes en lograr un ataque que pudiera saldarse con el secuestro de israelíes de todo tipo: militares, civiles, ancianos, niños.
Los años le han dado la razón a la doctrina militar: los asuntos de guerra se tienen que decidir con el cerebro, no con los sentimientos. Habría sido profundamente doloroso perder a Gilad Shalit, es cierto. Nadie habría querido pasar por ese trance. Pero por hacer las cosas del modo no recomendado por el manual, ahora tenemos más de cien personas en esa misma condición, y ya casi un año de guerra con todos sus estragos. Acaso otra de las cosas más dolorosas —porque Israel nunca tuvo la intención de llegar a este extremo— es haber destruido casi por completo a Gaza.
Pero no lo olvides: la culpa es de Hamas.
La estúpida apelación de la izquierda extrema de que la culpa siempre tiene que ser de los halcones de la derecha, o cualquier otra categoría infantil que se hayan inventado, se desmoronó por completo cuando los primeros israelíes en ser masacrados fueron todos esos activistas pro-palestinos, amantes de la paz y convencidos creyentes de que Israel era el que tenía que ceder, que se fueron a vivir en la zona fronteriza con Gaza justo para dedicarse a ayudar a los gazatíes y, demostrar con ello, que se podían construir vínculos y puentes para la paz si tan sólo nos arriesgábamos a sobreponernos a las intransigentes políticas de “la derecha”.
Y mira a lo que se llegó: ahora, nuestros jóvenes se están jugando la vida en Gaza para tratar de rescatar a mucha de esa gente que, evidentemente, nunca entendió de qué va el asunto.
Lo indignante es que todavía haya gente que cree que hay que repetir el mismo error. Por alguna extraña razón, sospechan que el problema no volvería a repetirse, lo cual implica que creen —y sin darse cuenta— que Hamas se comportaría de un modo distinto.
Duele decirlo, pero no hay vuelta de hoja: la única manera de ponerle fin a una guerra es derrotando al enemigo.
Los líderes israelíes tienen que pensar como estadistas, con la mira en el largo plazo, y apostar por la destrucción total de las capacidades operativas de Hamas.
¿Pero no entorpecería eso las posibilidades de un acuerdo?
No. Acuérdense: es Hamas. No existen posibilidades de un acuerdo, salvo bajo los términos que ellos exigen, y que se tratan de la rendición absoluta e incondicional de Israel.
Y eso, cualquiera que tenga un poco de sentido común, sabe que no debe ocurrir.
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