Hace unos días seis rehenes, entre ellos Hersh Goldberg-Polin, fueron brutalmente torturados y asesinados a manos de Hamás. Sus cuerpos fueron recuperados y enterrados la semana pasada. El siguiente escrito apareció en el Jewish Book Council, es de Geula Geurts quien vive en Israel y desde sus palabras le da voz a esta gran tragedia nacional.
Geula Geurts – La noche anterior a que el cuerpo de Hersh Goldberg-Polin fuera rescatado, nuestra familia fue despertada temprano. A las tres de la madrugada, un sollozo incontrolable resonó en nuestro edificio. Es el sonido de un perro que se desgarra. Sobresaltada, me incorporo y recuerdo que estoy en el sillón. El perro es en realidad una mujer que se ahoga en sus lágrimas. Nuestro hijo pequeño está en nuestra cama, dando patadas a su padre. Esta vez soy yo la que está en el sofá. Cada noche, mi amor y yo nos turnamos para luchar con este pequeño cuerpo hecho de nuestros cuerpos. El sueño ya no es una isla de escape de la cegadora luz del día: la guerra diaria se ha filtrado en nuestras noches.
Me pregunto si el llanto viene de la vecina de arriba. Sé que sufre de migrañas. Me doy cuenta de que el ahogo viene de fuera, del parque que hay junto a nuestro edificio. Una mujer llora en la oscuridad de la mañana en una banca pública. Oigo a mi hija abrir la puerta de su habitación. Me encuentra en el sofá y me empuja para hacer espacio a su cuerpo hecho de mi cuerpo.
“Tuve un mal sueño”, susurra.
“¿Cuál era el sueño?” Le pregunto. “Si lo dices, perderá sus poderes”.
“Oí a una bruja”.
Una mujer en llanto se coló al sueño de mi hija, se transformó en bruja y la sacudió para sacarla del sueño. Un monstruo. No tengo fuerza para decirle que en la vida real hay una mujer sentada afuera, luchando con su propio cuerpo por la noche. Graznando. Infiltrándose. Asfixiándose. Una bruja. Un monstruo. Del latín monstrum, derivado del verbo moneo, “advertir, presagiar”. Un presagio de lo que traerá el día siguiente. El dolor personal de una mujer hecho público.
Mi hija me clava el codo en las costillas y vuelve a dormirse. El sillón es un bote pequeño a la deriva durante la noche. El sonido de los sollozos de la mujer me envuelve como olas, mientras me sumerjo en un sueño intranquilo.
Esa mañana, Rachel Goldberg-Polin se despierta como la madre de todos los niños perdidos. Todas las madres se despiertan como la madre de Hersh. Todos los niños se despiertan sintiendo que sus madres luchan con sus propios cuerpos, a la luz cegadora del día. Todos nosotros sentados en esa banca del parque, vomitando nuestras entrañas, los cuerpos hechos de nuestros cuerpos.
Esa mañana es el primer día del nuevo año escolar. Todas las madres se separan de sus hijos. Dejo a mi hijo de tres años en la guardería, gritando. Es su primer día en una escuela de puro hebreo. Su brazo derecho se mantiene fijo por un yeso apretado, está roto, desde una caída del tobogán que ocurrió durante las vacaciones de verano. Por semanas se ha estado retorciendo en su sueño, intentando encontrar una postura cómoda. Veo su brazo pequeño y pienso en el miembro fantasma de Hersh, en el brazo que le volaron del codo para abajo el 7 de octubre. ¿Cómo pudo Hersh dormir durante trescientos treinta días, en un túnel subterráneo sin aire, sin su brazo? Dejo a mi hijo mientras grita en la guardería.
Monstruo – significa: “el que se desvía de su forma, estructura o carácter normal”. Monstruosa. Una mujer que ya no se ajusta a su forma. Una madre que entierra a su hijo se vuelve irreconocible para sí misma. El cuerpo que nació de su propio cuerpo es ahora un miembro fantasma.
Al día siguiente nos unimos a la procesión de miles de jerosolimitanos que recorrieron los barrios de Baka y Katamon, acompañando a los Goldberg-Polin en su camino a dar el último adiós a Hersh. Madres, padres, niñas, niños, adolescentes, abuelos, todos agitando banderas, cantando salmos y canciones de consuelo mientras pasaban los coches de la familia.
Mi hija deja a un lado su bandera y se une a un grupo de niños apiñados en torno a una banca. Allí veo dos gavillas planas de corteza de árbol con montones de caracoles pegados unos encima del otro. Los niños están arrancando las conchas con la esperanza de encontrar a sus habitantes en el interior. Pero es el final del verano y los caracoles se han secado. Las conchas son todas cáscaras vacías, hogares abandonados, protectoras sin su camada. Aún así, los niños siguen despegando las conchas, siguen dándoles la vuelta para ver si esta vez, este único caracol aparece de su escondite, un fantasma, contra todo pronóstico.
Fuente: Jewish Book Council
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