Carol Perelman / Ser cabeza en Rosh Hashaná; un simbolismo que resulta más trascendente

Pienso que hemos entendido mal.

Recuerdo que, desde pequeña en las cenas de Rosh Hashaná, en que mi abuela servía la humeante cabeza de pescado para recitar la bendición que anhelaba ser “cabeza” y “no cola”, cerraba los ojos muy concentrada pidiendo con toda la fuerza de mi espiritualidad justo eso, “este año ser cabeza”. Una promesa descrita en la Torá, en el libro de Dvarim 28:13, que en su interpretación inicial dictaba usar una cabeza de cordero, para también recordar el sacrificio de Isaac durante la celebración de la cabeza del año.

Y sí, entre más lo pienso creo que he vivido un engaño.

De joven, una de las preguntas que me daban vueltas, y por fortuna siempre conseguía esquivar, era si prefería ser “cabeza de ratón” o “cola de león”, asumiendo que la metáfora se refería a si prefería encabezar un pequeño proyecto o ser el último eslabón de una gran empresa. Mi respuesta, abrumada por la confusión, siempre era “depende”.

Si estás en la cola de león quizás hay posibilidad de ascender. Y si eres la cabeza del ratón, pues ya eres cabeza al menos de algo, y hasta quizás lo puedes convertir en león. Nunca supe cuál era la respuesta correcta. Pero independientemente de ello, en realidad la disyuntiva se centraba en la preconcepción que tenemos los humanos sobre lo que significar dirigir, liderear, conducir.

Y por eso estoy segura de que vivimos un espejismo.

Al buscar la definición de líder en el diccionario de la lengua española encuentro posiblemente la causa de este grave error. La Real Academia  Española arroja dos definiciones, “persona que dirige…”, así como lo es un jefe o una autoridad, y “persona que va a la cabeza…”, como ser un campeón deportivo o un ganador.

Nada más erróneo que eso. (Disculpas respetuosas a los miembros de tan distinguida Academia.)

Quizás el sesgo nace de la cultura popular que baila rebosante al son de “follow the leader”, como si al líder hubiera que seguirlo. O por la figura de un comandante militar cuyos súbditos marchan a silbatazos según las instrucciones dadas, sin cuestionarlo.

Posiblemente porque a los mandatarios de los países les llamamos líderes en vez de gobernantes, que sería más apropiado. Incluso la apariencia deformada de líder está tan embebida en nuestro imaginario que, si cierras los ojos y piensas en “un líder” lo más seguro es que pintes en tu mente a una persona poderosa seguida de una multitud, cual pastor a su rebaño.

Creo que por eso estamos tan equivocados.

El ser líder no tiene nada que ver con todo lo anterior

El ser líder tiene que ver con el compromiso que éste asume para que los demás consigan el éxito, asegurándose de que siempre lo logren. Como un maestro que lo da todo para que sus estudiantes tengan las herramientas y habilidades necesarias para labrar sus caminos.

El ser líder significa escuchar al prójimo con atención, no sólo oírlo, para entender sus más profundos miedos y necesidades, ayudándole a abrir su camino. Como los padres que con su inmensurable amor incondicional apoyan a sus hijos, y con dedicación, sacrificio y esfuerzo procuran su independencia y que puedan alcanzar sus anhelos, siempre.

Una persona que realmente es líder va sigilosamente detrás, y no delante de sus colegas, asegurándose de que nadie quede rezagado. El ser líder es exactamente lo contrario a imponer y con autoritarismo exigir, como lo hacen los dictadores. El verdadero líder piensa en generosamente dedicarse a lo que se requiere de él, en vez de priorizar su propia y egoísta agenda. El líder nunca es víctima, nunca cuenta el relato como si se tratara de él.

Líder es el voluntario que hace sin esperar nada a cambio. Es el desconocido que está atento, observando, y se adelanta haciendo lo que necesitabas. Un líder muchas veces es invisible, no es ni el más gritón, ni el más escandaloso, observa y con ingenio procura el bienestar de su equipo. El líder contagia al resto con su actitud, cambiando así la cultura, el ambiente, y logrando los objetivos colectivos que antes parecían inalcanzables. Un líder pone a los demás al centro, provocando que la motivación sea genuina, el progreso ocurra, y como efecto colateral logrando también así sentirse realizado y contento. El líder está en el presente, es activo, ejecuta.

Aprendamos a explícitamente ser líderes siempre, y en todo momento, como una forma de vida, líderes de hábito, practicándolo, entregándonos al desarrollo ajeno, y cambiando justamente la perspectiva tan errónea que tenemos de lo que es un líder, para así sembrar semillas de transformación y de bien. Como lo dice el autor Adam Grant en su libro “Dar y Recibir” con su idea de los “givers” que se ven a sí mismos como medio (no como fin) para empoderar a los otros.

¿Será entonces que no estábamos en lo incorrecto?

Quizás la tradición tan simbólica de Rosh Hashaná es mucho menos literal y se alinea a esta misión tan profunda. Y este año, cuando recitemos la bendición de “ser cabeza” será doblemente significativa, con hincapié en el “ser” y el “hacer”. Sabiendo que todos podemos, si lo decidimos, ser líderes. Siendo ésta quizás la idea trascendental tras nuestra costumbre milenaria: desear que este año seamos aquellos lideres que hacen lo requerido para que otros crezcan y triunfen, sabiendo que como consecuencia de ello lograremos nosotros mismos plenitud, y estaremos satisfechos.

En resumen, practicar constante y continuamente el Tikun Olam.

Shaná Tová

Publicado en el CDI


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