Con absoluta ignorancia, el actor Javier Bardem se alínea con el terror y desconoce los ataques que padece Israel todos los días desde hace casi un año. Sólo reconoce las víctimas de Gaza porque para él, Israel no tiene derecho a defenderse.
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Aquí unas clases de historia al señor Bardem:
En 1854, estalló la Guerra de Crimea, que enfrentó a Rusia contra el Imperio Otomano y sus aliados europeos, Karl Marx escribía en el New York Daily Tribune.
Como la guerra de Crimea comenzó con una disputa religiosa centrada en la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, Marx dedica un párrafo a la ciudad y a su población. Comienza afirmando que su “población sedentaria asciende a unas 15.500 almas, de las cuales 4.000 son musulmanes y 8.000 judíos”.
Marx continúa:
“Nada iguala la miseria y el sufrimiento de los judíos de Jerusalén, que habitan el barrio más sucio de la ciudad, llamado haret-el-yahoud … entre Sión y Moriah… [Son] el objeto constante de la opresión y la intolerancia musulmanas, insultados por los griegos, perseguidos por los latinos [católicos] y viviendo sólo de las escasas limosnas transmitidas por sus hermanos europeos”.
Casi 100 años después el 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel. Los judíos locales vieron la liberación, muchos judíos europeos hubieran preferido regresar a sus casas en Polonia y Alemania, pero sabían que eso era imposible y aceptaron el trato, sabiendo que ningún lugar en la tierra era totalmente seguro para un judío.
Ese mismo día, los ejércitos de los países árabes vecinos atacaron el nuevo Estado judío y dieron comienzo a la primera guerra árabe-israelí.
Los árabes perdieron, algunos aceptaron y se quedaron en Israel, otros decidieron alimentar su rencor y más de 700.000 refugiados de la extinta Palestina se fueron hacia las zonas que les fueron concedidas -la Franja de Gaza y Judea y Samaria o Cisjordania- y hacia otros países árabes como Siria o el Líbano. De facto, Egipto tomó Gaza y Jordania, Judea y Samaria.
En la historia de este conflicto, Israel siempre sale victorioso en las guerras pero siempre a medias, siempre presionado para hacer acuerdos.
Israel no puede permitirse perder ni una sola guerra, porque el día que eso pase, Israel desaparecerá. Pero siempre que Israel consigue la ventaja, el mundo interviene para exigir un compromiso, el cual dura hasta que viene la nueva amenaza, el nuevo ataque terrorista.
El trato que ofrece Hezbolá en apoyo a Hamás sólo trae destrucción y muerte. Árabes y judíos merecemos algo mejor. Mientras la población israelí piensa en el fin del conflicto, la vuelta al trabajo, a la normalidad, a la paz, los extremistas musulmanes sólo saben construir y alimentar maquinaria para continuar la guerra.
En la Torá se menciona al pueblo de Amalek como prototipo del pueblo malvado, sediento de violencia. Hay tres preceptos en la Torá que se ocupan de Amalek. Recuerda lo que te hizo Amalek en el camino, a la salida de Egipto». El segundo «No lo olvides». El tercer precepto: “habrás de borrar la mención de Amalek de bajo los cielos”.
Hay que recordar el ejemplo del Eje Berlín – Roma – Tokio en la segunda guerra mundial. No fueron los acuerdos ni las promesas lo que trajo la paz, fue la victoria definitiva de los aliados lo que ha hecho hoy de Alemania y Japón países prósperos y amigables.
No puedes negociar con quien tiene como propósito supremo tu destrucción.
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