Dejemos de lado el hecho de que, pese a haber lanzado alrededor de 9 mil cohetes o drones contra Israel en los últimos 11 meses, Hezbolá no ha alterado en lo mínimo el desarrollo de la guerra en Gaza. Es decir, su esfuerzo ha sido inútil. Pero eso no es lo peor. Hay otros aspectos que nos muestran que Hezbolá está hundido en una severa crisis.
La Línea Maginot es uno de los esfuerzos militares más inútiles de la historia. Fue una enorme inversión económica hecha por Francia para defenderse de Alemania, que consistió en una monstruosa red de búnkers y sitios estratégicos en la frontera entre ambos países, literalmente imposible de traspasar. Si todo hubiera dependido de esa línea, Alemania jamás habría invadido a Francia.
Pero los galos cometieron un error: su formidable línea de defensa no abarcaba su frontera con Bélgica. Alemania hizo lo lógico: primero invadió Bélgica, y desde allí invadió Francia. En resumen, sólo tuvo que rodear la Línea Maginot. Francia cayó casi de inmediato ante el embate de los nazis.
Algo bastante similar le está pasando a Hezbolá en su actual guerra contra Israel.
Básicamente, a causa del resultado de la guerra de 2006, el grupo terrorista chiíta ha cometido dos severos errores que le están costando carísimo.
Con aquella guerra de 2006 pasó algo curioso, y no por primera vez. Pareciera que es una tradición militar de los países árabes: declarar una victoria sobre Israel, pero desde auto-exigencias muy laxas, limitadas, o incluso bobas.
Ya había pasado en la llamada Guerra de Desgaste entre Egipto e Israel, entre 1968 y 1970. Tras dos años de esporádicos pero feroces ataques entre unos y otros, cuando Estados Unidos metió presión para la firma de un armisticio, Nasser se declaró ganador de la guerra —y el pueblo egipcio se lo creyó— sólo porque habían sido varios choques militares contra Israel, y Egipto no había perdido más terreno. No le pusieron mucha atención al hecho de que Egipto había perdido más soldados, más equipo militar, más aviones o más recursos. El puro hecho de no perder territorio le pareció a Nasser motivo de celebración triunfal.
A Hezbolá le pasó algo similar en 2006. En términos técnicos, perdió esa guerra. Tuvo más bajas, le destruyeron más infraestructura, lo obligaron a replegarse, y no encontró más alternativa que detener sus ataques contra Israel. Es decir, lo perdió todo. Pero el objetivo de Israel había sido destruirlos, y como eso no sucedió, Nasrallah no se cansó de promulgar una gran victoria contra el odiado enemigo sionista.
Y sí, mediáticamente lo fue. Pero un estratega responsable habría entendido que eso no cambiaba la realidad militar, esa en donde Israel había trapeado el piso con Hezbolá.
Desde entonces, los terroristas libaneses empezaron a prepararse para la siguiente batalla (esa que ha llegado en estos días), y ahí fue cuando cometieron los dos errores.
O, para ser más precisos, un solo error pero con dos consecuencias funestas.
El error es que se prepararon a conciencia para volver a pelear contra Israel, pero exactamente en los mismos términos que en 2006. En resumen, tener lista a las Fuerzas Radwan para lanzar invasiones terrestres y secuestrar soldados o civiles, llenar sus depósitos de armas con miles y miles de misiles, y establecer una compleja red de túneles y de bases militares en toda la zona sur (entre el río Litani y la frontera con Israel).
¿Por qué no, si con esa misma estrategia habían ganado la guerra de 2006? Pero, espera, Hezbolá no ganó esa guerra. No en lo militar (que, en realidad, es lo único). ¿Te das cuenta? Engolosinados por el discurso triunfalista de Nasrallah, Hezbolá se preparó para repetir la estrategia que les había hecho perder una guerra con Israel.
¿Cuál es el único resultado posible de semejante imprudencia? Volver a perder y, en el mejor de los casos, aspirar acaso a ganar la guerra de narrativas.
El asunto es peor: el segundo problema inherente a prepararse para repetir la estrategia de 2006, es que no estamos en 2006, sino en 2024. Han pasado muchas cosas en estos 18 años. La tecnología militar ha avanzado muchísimo, e Israel es uno de los países más desarrollados en la materia.
La evidencia en el terreno de batalla ha demostrado que Hezbolá está tratando de pelear esta guerra como si fuera la de hace casi dos décadas. Las Fuerzas Radwan, la posible invasión terrestre, los misiles, las bases militares en el sur del Líbano. Cero cambios, cero innovación, cero creatividad.
Los resultados los estamos viendo: no sólo han sido incapaces de alterar la estrategia de Israel en Gaza, sino que colapsaron de manera estrambótica tan pronto Israel les apretó el pescuezo. En menos de una semana, todo el liderazgo de las Fuerzas Radwan quedó eliminado; luego fueron eliminados los principales clérigos del grupo terrorista. Ni qué decir de la brillante operación que hizo estallar los beepers y los walkie-talkies, ataque que dejó a casi 900 muertos, y a miles de heridos.
En el ínter, Israel ha lanzado la más feroz campaña de bombardeos, destruyendo una gran cantidad de depósitos de armas y de lanzaderas de Hezbolá. El famoso inventario de algo así como 150 mil misiles “listos para ser disparados contra Israel” ya no existe. Un altísimo porcentaje fue destruido en sus bodegas, y las lanzaderas disponibles y funcionales cada vez son menos.
Hezbolá está acorralado, y se sabe por fuentes tanto libanesas como iraníes, que Nasrallah no tiene intenciones de ir a una guerra masiva contra Israel.
Craso error: la decisión ya no depende de él. Ahora es Israel quien tiene la iniciativa, y si quiere llevar el asunto a las últimas consecuencias, lo hará aunque Nasrallah vaya a lloriquear a Irán o a la ONU.
Por el momento, el saldo ya es catastrófico. Israel ha hecho retroceder a Hezbolá por lo menos diez años en materia de recursos. Es cuestión de tiempo para que también lo haga retroceder en materia de geografía, si es que acaso no termina de desmantelarlo.
Irán, por su parte, no sabe qué hacer. Toda su inversión en Líbano fue para que Hezbolá se hiciera cargo de lidiar con Israel. Incapaces de conceptualizar un Plan B, los ayatolas en Teherán nunca se imaginaron que llegaría el día en que ellos tal vez tendrían que entrar a defender a su brazo terrorista principal.
En apenas dos semanas (o mes y medio, si ponemos como inicio del punto de quiebre la eliminación de Fuad Shukar, el principal general de Hezbolá), Israel ha cambiado las reglas del juego.
El problema de Hezbolá es que no se ha dado cuenta, y sigue repitiendo la misma estrategia de siempre, esperando que llegue con ansias el momento de volver a pelear la guerra de 2006.
Esa que perdió, pero que quiere repetir exactamente igual sólo porque Nasrallah, en un gesto completamente delirante, les vendió el cuento de que la habían ganado.
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