El problema con el nuevo antisemitismo es que no se ve a sí mismo como antisemitismo en absoluto.
Los nazis asumían un odio absoluto al judío, un odio esencial e incausal: odiaban al judío porque era judío. Mientras que los nuevos antisemitas, que odian a los judíos no porque sean judíos sino porque sospechan que son “sionistas”, negarían, con la mano en el corazón, que practican el más mínimo odio.
Dicho de otro modo, el nuevo antisemitismo es una versión del odio a los judíos que se persuade a sí misma de ser un ejercicio de tolerancia.
Lo que lo hace mucho más difícil de combatir.
Porque sus heraldos pueden difundir la propaganda de Hamás (y ahora de Hezbolá) hasta el punto de exhibir sus símbolos (el famoso triángulo rojo invertido), pero también están difundiendo los tropos antisemitas más antiguos (desde el judío que envenena los pozos hasta el judío financiero), aplauden a los estudiantes que expulsan a los judíos de un aula, utilizan la imagen soraliana [por el gurú antisemita Alain Soral] de los “dragones celestiales” [manera críptica de referirse a la dominación mundial de los judíos aludiendo *al manga One Piece] para hablar de los judíos, hacen una lista de los judíos que consideran nocivos, hablan de Israel como de una “entidad sionista”, abuchean a una asociación de feministas empeñadas en que se reconozca la violación de mujeres judías, sospechan que el Crif [agrupación representativa de la comunidad judía] gobierna Francia en secreto o que Benjamin Haddad está “a favor de la política de Netanyahu” simplemente porque es judío.
Todos ellos, desde [sigue enumeración de dirigentes de la izquierda radical La Francia Insumisa] David hasta Ersilia, Thomas, Louis, Alma, Manuel, Aymeric, Mathilde, Sébastien, Jean-Luc y Rima, se indignan, algunos sinceramente, cuando se les acusa de antisemitismo.
Pueden validar un pogromo presentándolo como un acto de “resistencia” y adoptar, palabra por palabra, la retórica de una organización terrorista cuyos estatutos exigen la eliminación de todos los judíos, pero que conste: ¡no son antisemitas!
¿La prueba? No les gustan los nazis y se oponen firmemente a las nuevas ediciones de Mein Kampf y a los panfletos de Céline. Es un alivio.
¿Cómo se puede ser tan espectacularmente antisemita y, sin embargo, saber tan poco al respecto? ¿Cómo se puede odiar a los judíos sin darse cuenta? Diferenciando entre el judaísmo como “religión” y el “sionismo” como “proyecto colonial”.
En otras palabras, dicen, no atacan a los judíos, atacan a los “sionistas”… No importa que no sean lo mismo. Como nos hemos dado una buena razón para enfadarnos con ellos, como nos hemos convencido de que los odiamos por lo que hacen y no por lo que son, podemos hacer nuestro agosto sin sentirnos culpables de nada.
El “sionismo” es la coartada bien pensante de un antisemitismo vergonzoso que persiste en presentarse como víctima de su presa. Los nuevos antisemitas cazan judíos como los nazis cazaban “cucarachas”, pero lo hacen en nombre de la lucha del oprimido contra el opresor.
Eso es maravilloso. “El antisionismo es el milagroso hallazgo”, escribe Vladimir Jankélévitch, “la providencial bonanza inesperada que reconcilia a la izquierda antiimperialista y a la derecha antisemita; el antisionismo da permiso para ser democráticamente antisemita”.
En resumen, si los sionistas no existieran, los antisemitas los inventarían”.
Publicado en la revista Franc-tireur
Traducción de Alejo Schapire.
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