A muchos tal vez les sorprenda la relativa facilidad con la que Israel está domando a sus dos peores enemigos: el régimen de los ayatolas en Irán, y Hezbollá en Líbano. No deberían sorprenderse. Ahora, en retrospectiva, podemos apreciar cómo estos dos grupos terroristas y extremistas han sido incapaces de aprender algo de su propia historia.
La información que fluye desde Líbano confirma que los líderes de Hezbollá que todavía viven tienen un severo problema: no tienen a dónde ir, y por eso se mantienen en el barrio de Dayieh, en Beirut, el único lugar donde Hezbollá construyó bases, búnkers, cuarteles o centros operativos. Eso los deja expuestos a los ataques israelíes, y sólo así se explica la facilidad con la que Israel ha eliminado prácticamente a todos los altos mandos del grupo terrorista.
¿Cómo es posible que cometieran semejante error? Porque es un error. Es una falta de previsión injustificable si estamos hablando de una milicia beligerante. Máxime, si es una milicia que toda la vida soñó con ir a la guerra contra Israel, la máxima potencia militar del Medio Oriente.
La lógica de los líderes de Hezbollá ahora luce ridícula: creyeron que Israel —que ya ha bombardeado Beirut en otras guerras— no bombardearía Beirut mientras Hezbollá no bombardeara Tel Aviv.
A ver, estamos hablando de la guerra. No es cualquier cosa. Es un tema serio, así que no te puedes dar el lujo de presuponer absolutamente nada respecto a tu enemigo. Sobre todo, si sabes que tu enemigo va a tener ganas de destruirte en caso de llegar a eso que, por cierto, se llama guerra.
No fue un error aislado. El finado Hassán Nasrallah dejó entrever que ha sido una conducta recurrente. En una entrevista en 2008, señaló que nunca se imaginaron que en 2006 la respuesta israelí al secuestro de dos soldados asesinados, fuera a ser tan dura. Incluso, Nasrallah señaló que de haberlo sabido, no habrían realizado el ataque que detonó la Segunda Guerra del Líbano.
Pero ¿cómo se les ocurre suponer que el enemigo no va a reaccionar con tanta fuerza? ¿Acaso existe un sistema de medición para decir “te agredo de esta manera, así que tu respuesta va a ubicarse en estos niveles; ni más arriba, ni más abajo”? Es obvio que no. Fue un error de cálculo por parte de Hezbollá, y eso le costó una severa derrota militar.
Claro, la situación a nivel de propaganda fue distinta. Hezbollá vendió esa guerra en 2006 como una gran victoria contra Israel, básicamente porque Israel no logró su objetivo —destruir a Hezbollá—, y se vio obligado por la presión internacional a detener sus ataques, replegarse, y luego simplemente mirar cómo la ONU permitía que Hezbollá se rearmara en el sur del Líbano (cosa que había prohibido terminantemente la Resolución 1701 de la ONU, pero ¿quién se preocupa por lo que diga ese organismo inútil y oneroso? Hezbollá no, por supuesto).
Esto llevó el prestigio de Hezbollá a su máximo histórico. Podría decirse que esos fueron sus mejores años, entre 2006 y 2011. Ahí la cosa empezó a cambiar: su urgencia por involucrarse en la Guerra Civil Siria llevaron al grupo terrorista libanés a romper su compromiso de nunca combatir musulmanes, y sus acciones contra los enemigos de Bashar el-Assad fueron incluso sanguinarias.
Pero no hubo demasiado problema. Hezbollá tenía la fuerza y tenía el poder, así que se mantuvo con el control del Líbano, preparándose para la siguiente guerra con Israel (porque, al final de cuentas, ese siempre fue su objetivo; para eso nació).
La guerra llegó hace un año, y Hezbollá demostró no estar listo para el reto. Básicamente, se preparó para repetir la guerra de 2006. Extraño, porque aunque fue una guerra ganada en lo propagandístico, fue una guerra perdida en lo militar. ¿Y quién puede ser lo suficientemente tonto como para tratar de repetir una guerra que perdiste en lo militar? Pues Hezbollá. Inconsciente de que los avances tecnológicos le habían dado una fisonomía radicalmente distinta al mundo, preparó lo mismo de siempre: los misiles, los túneles, los rifles de asalto, la estrategia para invadir Israel, asesinar gente y secuestrar civiles.
Israel cometió muchos fallos en la primera década de este siglo. Era de esperarse. Las reglas del conflicto habían cambiado, y las guerras contra Irán y sus lacayos no eran remotamente similares a las que, en otras épocas, se habían enfrentado contra Siria o Egipto, o más recientemente, contra la OLP, Yasser Arafat y sus terroristas.
La diferencia fue que Israel sí se dedicó a analizar lo bueno y lo malo, los aciertos y los errores, y aprovechó luego ese laboratorio que fue la Guerra Civil en Siria, para entrenar los modos de reventar las infraestructuras iraníes e interrumpir las cadenas de suministro de Hezbollá.
Cuando se llegó a la guerra que ha llenado todo el último año, Israel estaba listo para desplegar muy variadas estrategias contra las que Hezbollá no ha podido siquiera meter las manos.
A Irán no le va mejor. Su principal error —en esencia, el mismo que el de Hezbollá— fue creer que podía mantener la guerra lejos de su territorio. Por eso nunca se preocupó por instalar un sistema de defensa anti-aérea medianamente funcional, ni almacenó arsenales casi infinitos de misiles o drones.
Ahora se sabe que Irán poseía unos 600 misiles de máxima potencia. La semana pasada disparó 200 de ellos contra Israel, y no logró absolutamente nada. Sólo los desperdició. Lo que pueda lograr con los otros 400, evidentemente, no es mucho. Acaso nada, otra vez. Tiene algo así como otros 2000, pero son de mediana potencia. Nada que signifique un reto excesivo para Israel.
Lo que sí logró, contrario a sus deseos, fue darle a Israel un casus belli legítimo, y ahora toda la tensión en Teherán gira alrededor de en qué momento Israel va a lanzar su respuesta, cuáles serán sus características y cuáles serán sus alcances.
Justo lo que Irán nunca quiso, nunca planeó, y para lo que nunca se preparó. Una guerra en su propio territorio.
Y todo, por no entender algo tan elemental de que en la guerra (igual que en el amor) todo se vale.
Quien va a la guerra debe estar listo para todo, no nada más para lo que se te ocurra que va a pasar. No debes descartar ninguna situación. Debes tener Plan B, Plan C, etc., todo el alfabeto si es necesario. Y, sobre todo, debes aprender de tus propios errores.
Israel lo hizo. Irán y Hezbollá, no. Los resultados son evidentes ahora. Irán ha comenzado a presionar a Hezbollá para que se negocie un alto al fuego, prácticamente sin condiciones. Les urge para poder replegarse y recomponerse. Por supuesto, Israel lo sabe y, por ello, no ha dado ninguna señal de que vaya a aceptar semejante negociación (desde la eliminación de Nasrallah que Hezbollá comenzó a mandar señales de que podía negociarse un alto al fuego incondicional).
Cómo cambian las cosas. Hace tres meses, la postura de Hezbollá era que no iba a dejar de atacar a Israel hasta que no se detuviera la guerra en Gaza. Ahora es Israel quien tiene la postura de que no va a negociar nada hasta que Hamas no se rinda por completo, entregue a los rehenes, y Hezbollá se desarme y desaloje todo el sur del Líbano.
Mientras eso pasa, Irán puede sufrir un ataque devastador.
He ahí la importancia de analizar la realidad desde los hechos objetivos, y no desde las ficciones ideológicas que invaden las cabezas, pero no resuelven los problemas.
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