Esta es la prédica del Rabino Marcelo Rittner en Yizkor 5785.
“Ke-she ha lev bojé, rak Elohim shoméa. Cuando el corazón llora; solo Dios escucha. El dolor sube desde dentro del alma. El hombre cae y con una pequeña plegaria corta el silencio: Shema Elohai, Escucha mi Dios, Tú todo lo puedes. Me diste la vida, me diste todo. Mis ojos están llenos de lágrimas. Mi corazón llora en silencio. Y cuando el corazón está en silencio, el alma grita. Escúchame, Dios, ahora estoy solo, hazme fuerte, mi Dios. Haz que no sienta temor. El dolor es tan fuerte que no tengo dónde huir; haz que se termine, porque ya no tengo fuerzas. Cuando el corazón llora, el tiempo queda detenido, el hombre ve de repente toda su vida, a lo desconocido no quiere ir y a Dios él llora: Escucha Israel mi Dios, Tú todo lo puedes. Mi corazón llora en silencio. Y cuando el corazón está en silencio, el alma grita. Shemá Elohai, ahora estoy solo, hazme fuerte mi Dios, porque ya no tengo fuerza”.
Sentí que no podía omitir este poema de Shmuel Albaz en esta hora, de este día, de este momento.
Un corazón que llora, así como un corazón quebrado son lo que nos permite ser humanos en su máxima expresión. Y esta hora es un momento sagrado, en lo sagrado de este día. Y este año, todos sin excepción llegamos aquí con un dolor personal que se entremezcla con un dolor nacional.
Es cuando más me dueles Israel. Es cuando más me dueles, vida mía.
Y en cada año por cuatro décadas les he repetido que en esta hora nos volvemos una comunidad más numerosa, porque al evocar a nuestros seres queridos, los acercamos y ellos se hacen presentes con más intensidad para sentirnos juntos en un momento sublime de nuestra liturgia. Este espacio en nuestra tefilá fue creado porque Yom Kipur tiene que ver con el destino, con la muerte y la vida, y la muerte tiene algo muy importante que enseñarle a la vida.
Y como cada año, y como un enlutado más, me uno a ustedes en la evocación y la melancolía de esta hora. Una vez más nos reunimos en Izcor, el momento de la soledad colectiva, de la memoria solitaria en comunidad.
Cada uno con su melodía de infancia, sus recuerdos o historias que les contaron. Cada uno revisitando sus cicatrices del corazón. En idish es una profunda expresión, “tzebrojene neshomes”. El momento de las almas rasgadas, rotas.
Alguien sabio escribió:
“No se pierde a alguien una sola vez. Se pierde a alguien una y otra vez, a veces muchas veces al día. Como cuando la pérdida, olvidada momentáneamente, se acerca sigilosamente y te embiste por detrás. Nuevas oleadas de dolor cuando te das cuenta de que se ha ido. Otra vez.
No se pierde a alguien una sola vez, se pierde cada vez que se abren los ojos a un nuevo amanecer; y cuando uno se despierta, también lo hace la memoria, y también lo hace el rayo que te desgarra el corazón, que se ha ido. Otra vez.
Perder a alguien es parte de un viaje, no es algo único. La pérdida no tiene fin. Sean amables con quienes navegan en este mar tormentoso, tienen siempre un viaje por delante, y un shock diario para el sistema cada vez que se dan cuenta de que se han ido. Otra vez. No se pierde a alguien solo una vez, se pierde todos los días, durante toda la vida”.
Pero, así como les dije en Rosh Hashaná, este es un día de confesiones. Y les confieso que desde el 7 de octubre extraño a gente que nunca conocí y mi corazón se consume por ellos. Ellos son mi familia grande.
Mis héroes y lo recuerdo a todos, porque sé que sería lo que mis padres me dirían: “Hijo, no te olvides de ellos, son los verdaderos héroes”. No, no me olvido, no puedo, pero hace ya más de un año que cada día mi familia aumenta. Y sus historias hoy se entrelazan con las tuyas, las mías, las nuestras. Porque somos Am Ejad im Lev Ejad.
Los nombres son tantos… Las vidas cortadas han sido tantas y tan valiosas, que ha lev boje, el corazón llora de ver sus rostros en las fotografías.
Bebés, niños, adolescentes, jóvenes, tantos jóvenes, adultos, ancianos. Al eile ani boje. Por ellos lloro hoy.
Quiero hablarles del hijo de Alón Mesika, Adir, de 23 años que fue asesinado en el Festival Nova junto con la mayoría de sus mejores amigos. Murió tratando de defenderse y de proteger a su novia, Yuli, quien finalmente sobrevivió. Adir era un ávido surfista y viajero que estaba en proceso de iniciar su propio negocio de joyería, siguiendo los pasos de su padre y abuelo, joyeros.
Poco después de terminar la Shiva, Alón se dijo a sí mismo que necesitaba mantenerse ocupado. Casualmente, escuchó de uno de los amigos de Adir que había un soldado que esperaba proponerle matrimonio a su novia en TuBeav y que estaba buscando un anillo de regalo. Alón lo invitó a su oficina en la Bolsa de Diamantes en Tel Aviv para recoger un anillo de compromiso, sin saber que, meses después, estaría entregando su diamante número 81 y sin planes de detenerse. Para honrar la memoria de Adir, que era su hijo primogénito, su papá decidió hacer algo extraordinario. Donar anillos de compromiso de diamantes para los jóvenes jaialim que planeaban comprometerse.
La respuesta fue inmediata. En apenas 6 minutos desde que fuera publicado en Facebook, Alón recibió su primer pedido. Hasta el momento ya fueron entregados más de 80 anillos. Su padre declaró: Mi hijo Adir ya no podrá construir un hogar en Israel. Pero por su sacrificio, muchas parejas podrán hacerlo. Alón Messika terminó diciendo: “Este es mi consuelo y es mi victoria. También lo es para nuestro pueblo y para cada uno de nosotros”.
Como rezamos: ¿Umi ke amja Israel? Dios, ¿Quién es cómo tu pueblo?
Y quiero contarles la historia de Eyal, escrita por su primo. Eyal nació creció en el moshav Bet Gamliel, cerca de Rehovot. Se unió al ejército, se convirtió en oficial de los Tzanjanim, los paracaidistas. Fue enviado a Gaza días después del 7 de octubre. En enero, Eyal murió en batalla y su familia se vio sumida en la oscuridad y el duelo. La catástrofe nacional se había convertido en una catástrofe personal. Después de la muerte de Eyal, diferentes grupos comenzaron a crear y dedicar cosas en su nombre. Tarjetas de bendición para encender las velas de Shabat. Ediciones de sidurim y Salmos. Y una calcomanía. En ella el rostro de Eyal, vestido de uniforme, cargando equipo pesado.
Lo que se destaca en la imagen es su sonrisa. Y un mensaje que él repetía continuamente: “IM OSIM ET ZE, AZ BEJIUJ”; Si lo vas a hacer, hazlo con una sonrisa”. No solo lo dijo. Lo vivió.
¿Cómo puede su madre llorar b’jiuj? ¿Con una sonrisa? Pero si está de luto por Eyal…
No elegimos los momentos históricos que vivimos. Lo que podemos elegir, lo que debemos elegir, es cómo los vivimos. Tal vez, inspirado por Eyal, b’jiuj, o tal vez como el padre que honra a su hijo, asegurando la continuidad de nuevas familias.
“Debes vivir en el presente, lanzarte a cada ola, encontrar tu eternidad en cada momento. Los tontos se quedan en su isla de oportunidades y miran hacia otra tierra. No hay otra tierra; no hay otra vida más que ésta”.
Henry David Thoreau
Me inspira, pero me resulta difícil. Algo de este desafío personal, espiritual y nacional se encuentra ante cada uno de nosotros. Y el mensaje recorre nuestro presente y nuestro pasado.
Las historias nacionales y tus historias personales se entrelazan en esta hora. La de un padre o una madre, o ambos, una esposa o un esposo, un hijo o una hija, una hermana o un hermano, abuelos, amigos, o los seres queridos que perdiste a lo largo de tu vida. Las historias que se entretejen para enseñarnos acerca de nuestra vida y cómo la vivimos.
No podemos ceder a la desesperación. Od lo avdá tikvateinu. No hemos perdido nuestra esperanza. No perderemos nuestra sonrisa, no perderemos nuestros sueños.
De paso, al final del artículo aparece una fotografía muy reciente. Shiri, la mama de Eyal sonríe mientras sostiene en sus brazos a su nueva nieta, hija de un padre que está de luto por su hermano. De una abuela que está de luto por su hijo. Yo estoy seguro de que este bebé también algún día sonreirá. Como su tío Eyal.
Vivimos en dos mundos, el universo y nosotros mismos.
Nuestra tarea es vivir lo mejor que podamos. Y el optimismo es una herramienta mejor que la esperanza. Oramos por la vida, no por la muerte.
El dolor de una nación se une al de cada vida en nuestra comunidad. Ellos y nosotros no abandonamos los sueños de días mejores en la tierra. Al tishkaj et ha tikvá. No olvides la esperanza. No olvides que el amor es más fuerte que la muerte. Ellos esperan que nosotros vivamos con plenitud, porque por nuestra vida, por el recuerdo, por la lágrima y la memoria, damos continuidad a sus propias vidas y sus sueños truncados.
Izcor, el momento cuando nuestras almas se afinan para la plegaria más profunda y sincera que nuestros corazones pueden crear. Cada uno con sus recuerdos, cada uno con sus imágenes.
Al eile ani boje… Por ellos llora nuestra alma. No se pierde a alguien solo una vez, se pierde todos los días, durante toda la vida. Cada uno de ellos vive en nosotros, cuando los recordamos. ¿Por quién lloran tus lágrimas? “IM OSIM ET ZE, AZ BEJIUJ”; Si lo vas a hacer, hazlo con una sonrisa”.
¿Es hora de partir? No. Es hora de vivir. Y a quienes recuerdas y lloras a través de ti misma, de ti mismo.
Por ellos lloramos, mientras los recordamos… Yizcor.
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