En el segundo día de la fiesta de Sucot, mucha gente acude al Kotel (Muro de los Lamentos) en la ciudad vieja de Jerusalén para hacer los rezos correspondientes y con la ayuda de las herramientas especiales que dictan las escrituras para esta ocasión.
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La entrada está a un costado y abajo de la mezquita de Al Aqsa, con su cúpula que data del año 700 y más al centro, está el templo del llamado Santo Sepulcro del siglo 14.
Todos en paz.
Las religiones que derivaron del judaísmo procuran estar cerca del lugar que originó todo.
El Kotel, también conocido como el muro de los lamentos, es testimonio de que tras sus murallas existía el Sanctasanctórum o Kodesh Ha Kodashim, su nombre original en hebreo, el lugar más sagrado de la tierra en donde hasta hace casi 2000 años, 70 naciones enviaban ofrendas para los sacrificios.
No hay templo pero quien puede, viene al peregrinaje al Kotel como lo marca la Torá en esta fiesta.
Venimos con el Lulav que es rama de palmera datilera, con hadás o mirto, aravá o sauce y el etrog, un cítrico parecido al limón pero con menos pulpa.
Venimos para agradecer por las cosas buenas que tenemos cada día, también para pedir por lo que no tenemos ahora, todos coincidimos en que nos urge la paz duradera.
Hace unos días el ejército de Israel eliminó al máximo culpable de la masacre del 7 de octubre y todo lo que han sufrido hombres, mujeres y niños. Sin embargo, esa situación no es relevante para el rezo.
A diferencia de los fundamentalistas que basan su vida en el conflicto, aquí en el Kotel se procura que los rezos traspasen el tiempo y el espacio.
Elevar la voz más allá de nuestra condición de humanos
Cuando los secuestrados fueron llevados a Gaza, se les humilló, escupió, golpeó, violó, sin importar si estaban vivos o muertos.
El líder de Hamás, cuyo nombre no mencionaré por el momento, fue levantado con respecto, sin humillación ni violencia.
Esa es la diferencia, conservar la calidad humana, aunque se trate de un criminal cuyo nombre deba ser borrado de la faz de la tierra.
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