A principios del siglo XX se publicó en Rusia un texto sumamente antisemita: “Los Protocolos de los Sabios de Sion”. El objetivo era poner al descubierto a los judíos y para el lector, todo cobraba sentido.
Lo que la población no vio es que los Protocolos no llevaban el nombre de ningún autor, y por lo tanto, estaban ante un escrito anónimo del que nadie se responsabilizaba.
Lo que los lectores no notaron es que Rusia atravesaba una crisis política complicada, en la que una joven agrupación nombrada “Los bolcheviques” hacía enfurecidas críticas al Zar poniendo su monarquía en riesgo.
Sin duda, redirigir la atención y el odio hacia los judíos fue un acto astuto por parte del gobierno, el cual volvió a publicar el texto en 1905, pero ahora con el sello oficial del imperio.
Sin embargo, el plan se tropezó con una inesperada complicación: no todos tenían acceso a comprar el libro. Ante esto, el gobierno resolvió el desafío y puso extractos de los Protocolos en ligeros y gratuitos panfletos.Con esta forma de distribución, no había forma de frenar el incendiario texto.
Aunado a ello, se le pidió a los sacerdotes de Rusia que leyeran parte de los Protocolos en las respectivas misas, no había forma de no enterarse de las “intenciones judías” y era imposible escapar de esa pandemia antisemita.
Así, completamente engañada, la población rusa se lanzó contra las comunidades judías de una manera despiadada. En Kishinev, una ciudad que en aquel entonces formaba parte de Rusia, la multitud se lanzó a un pogromo que terminó con la vida de 45 judíos, un violento motín en el que fueron destrozadas más de 300 casas y establecimientos comerciales.
El 8 de noviembre de 1905 el escenario de tornó mucho más agresivo, pues en la ciudad de Odessa fueron masacrados más de 1,000 judíos.
Cuando parecía que las cosas no podían empeorar, los Protocolos fueron traducidos a otros idiomas.
Henry Ford lo tradujo al inglés, lo incorporó a otro texto llamado el Judío Internacional y lo introdujo en Estados Unidos. La sociedad norteamericana admiraba a Henry Ford, lo que los hizo pensar que si el texto estaba apoyado por él, sin duda se trataba de algo auténtico.
El magnate empresario, no se conformó con introducir al país norteamericano un libro antisemita y falso, sino que además de ello, financió la traducción del texto a 16 idiomas más. Sin duda, el antisemitismo de Henry Ford quedó demostrado para siempre.
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