Juntos venceremos
martes 03 de diciembre de 2024

Irving Gatell/ Los arquetipos bíblicos y la guerra en Gaza

La Biblia es un texto sagrado no sólo porque haya dos comunidades de creyentes (judíos y cristianos) que mantengan la creencia de su origen divino, sino también porque juega un poderoso papel social y cultural, en el sentido más humano posible. Tan es así, que nos permite entender muchas de las cosas que están ocurriendo actualmente en la guerra de Gaza.

Dejando de lado la perspectiva religiosa —esa les corresponde explicarla a los rabinos, y yo no lo soy—, un rasgo del texto bíblico que es una verdadera genialidad es que sus relatos nos brindan una gran cantidad de información, pero siempre dejan los suficientes huecos para que nuestra imaginación se alborote, especialmente porque los tema que toca son de máxima relevancia para el ser humano: la vida, la muerte, el dolor, la esperanza, la guerra, la violencia (por mencionar apenas algunos).

Un texto sagrado debe ser así. ¿Por qué? Porque lo que no está especificado en sus páginas, de manera natural lo rellenamos nosotros con lo que traemos en el alma (tanto a nivel individual como a nivel colectivo). Y eso es lo que nos provoca la perturbadora sensación de que el texto sagrado nos está hablando a nosotros, aquí y ahora, pese a haber sido escrito hace miles de años.

Pero es que sí, así es. Nos está hablando a nosotros mismos, aquí y ahora, e incluso nos obliga a dialogar con nosotros mismos, a enajenarnos —en el buen sentido del concepto de volvernos ajenos— para que podamos contrastar los pros y los contras, los claroscuros más sutiles, o lo luminoso y lo oscuro, de cada cosa que nos inquieta.

No creo que tenga que explicar todo lo que nos ha inquietado la guerra que, desde hace un poco más de un año, libra Israel contra Irán, Hezbollá y Hamas.

Acaso lo tranquilizante es que hoy, más que nunca, está claro que la victoria es para Israel, y de modo contundente. Hamas está destruido y convertido en escombros; Hezbollá, descabezado y dando tumbos, confirmando que todavía es un agresor peligroso, pero demostrando que ya no tiene estrategia ni futuro; e Irán, aterrado, porque los ayatolas no se prepararon nunca para una situación como esta, ya que no creían que esto pudiese ocurrir.

Ante ese panorama, es inevitable remitirnos a uno de los pasajes más desconcertantes del libro del profeta Zacarías: el capítulo 12.

Los últimos tres capítulos de Zacarías son un añadido tardío al libro, y hablan de eventos futuros que resulta muy difícil —si no es que imposible— contextualizar y ubicar en la historia.

El capítulo comienza así: “Profecía de la palabra del Señor acerca de Israel. El Señor, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho: He aquí, yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Yehudá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella. En aquel día, dice el Señor, heriré con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Yehudá abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera. Y los capitanes de Yehudá dirán en su corazón: tienen fuerza los habitantes de Jerusalén en Adon-i Tzevaot, su D-os” (vv. 1-5).

No se requiere de mucha reflexión para ver la similitud con nuestro momento actual: las naciones rodeando a Jerusalén (sinécdoque de Israel), los enemigos enloquecidos y aterrados, el pueblo judío encontrando fuerzas donde parecía que ya no las había.

Los detalles del conflicto se amplían en los vv. 8 y 9: “En aquel día, el Señor defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como D-os, como el Ángel del Señor delante de ellos. Y en aquel día, yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén”.

Pero acaso lo más desconcertante es el siguiente párrafo, que introduce un tema debió ser bien conocido en los tiempos en los que esto se escribió, pero que hoy nos resulta un misterio: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración. Y mirarán al que traspasaron, y llorarán como se llora por un hijo único, afligiéndose por él como quién se aflige por su primogénito. En aquel día, habrá un gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadad-rimón en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Natán por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Levi por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de Simei por sí, y sus mujeres por sí; todos los otros linajes, cada uno por sí, y sus mujeres por sí” (vv. 10-14).

¿Quién fue Hadad-rimón? No lo sabemos. El único dato que sobrevive es que, de un modo u otro, fue el protagonista de una escena muy dolorosa en Meguido, un valle que frecuentemente sirvió como campo de batalla. ¿Fue él la víctima? ¿O fue quien lloró por las víctimas? Porque alguien allí fue la víctima, y se le menciona como alguien a quien “traspasaron”.

Imposible reconstruir los datos precisos de la anécdota, pero las ideas generales parecen claras: hubo un evento en el que alguien fue herido o muerto, casi con toda seguridad en una batalla. Su muerte fue muy dolorosa, y ello provocó un llanto generalizado en “todos los linajes” del pueblo judío.

Como el 7 de octubre de 2023.

Me atrevo a decir que desde el Holocausto, un dolor compartido no había unificado de un modo tan claro a la abrumadora mayoría del pueblo judío (lástima que nunca falte alguien que se disocie, pero ni modo; pasa en las mejores familias).

Hay un vínculo intrínseco entre las dos ideas principales de este capítulo: la fuerza con la que el pueblo judío enfrenta a sus enemigos y los derrota, y el dolor provocado por la muerte de alguien. Si ponemos las ideas en orden, pareciera describir lo que hemos vivido en este último año: el dolor que nos causó el ataque terrorista, y la convicción con la que Israel salió a pelear y a destruir a sus enemigos.

Es cierto que el texto no dice eso. No ubica el orden de los acontecimientos de ese modo. Deja todo en un delicioso modo de ambigüedad, y justo eso es lo que hace que nosotros nos proyectemos allí, volvamos nuestro el pasaje, nos entendamos a nosotros mismos a partir de lo que allí se nos dice.

Este texto provocó la creatividad de muchos sabios antiguos. En la era talmúdica, fue el origen de las especulaciones sobre un personaje al que se le llamó Mashiaj ben Yosef, o Ungido del Linaje de Yosef. En concreto, ese personaje fue creado como reacción al trauma que provocó la derrota de Simeón bar Kojba, el gran caudillo militar del que se esperaba que nos liberara del yugo romano.

En la narrativa talmúdica, el Mashiaj ben Yosef es un príncipe de la tribu de Efraim que morirá en batalla. Es decir, el traspasado de Zacarías 12. El dolor que provocará su muerte hará que todo Israel se una primero en el llanto, pero luego en la victoria, que estará a cargo del Mashiaj ben David.

¿Por qué el traspasado habría de ser un príncipe del linaje de Efraim? Nuestros sabios contestaron: porque fue un príncipe del Linaje de Efraín —Rejavam— el que provocó la división de Israel al rebelarse contra el linaje de David; luego entonces, la muerte de un príncipe del linaje de Efraim será la que vuelva a unir el corazón de todos los judíos.

No fue una creencia que se arraigara en el judaísmo. Hoy por hoy, la gran mayoría de los judíos nunca ha oído hablar de ello, y muchos rabinos la consideran simbólica.

Sin embargo, es muy llamativo el arquetipo al que apela: la muerte o martirio de un judío como factor detonante de la unidad del pueblo, y la guerra inherente que se salda con la derrota contundente de los enemigos de Israel.

Tal y como lo estamos viendo desde hace un año.

Aunque el texto de Zacarías 12 está planteado como una profecía, no tenemos noticia alguna de que dichos eventos hayan ocurrido tal y como allí se relatan.

Eso es lo más interesante de todo. Tal vez es una profecía en el sentido más profundo del término —porque “profecía” no necesariamente se limita a “predicción”; va más allá—.

Tal vez, más bien, es un retrato del alma judía.

Un retrato de un pueblo que llora con dolor a sus muertos, pero que —ante la amenaza de la guerra— se levanta para derrotar a sus enemigos.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío. Reproducción autorizada con la mención siguiente: @EnlaceJudio

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