Alex Oznaya y David Pshisva son mexicanos- israelíes. Ambos hicieron Aliyá hace pocos años y son soldados de las FDI y han estado en Gaza y Líbano.
Aprovechando que se encuentran de licencia y en México, conversamos con ellos para conocer su punto de vista sobre una guerra que ya se prolonga por más de un año y a la que ninguno de ellos le vislumbra final.
Pshisva, quien sirvió un total de siete meses en Gaza, es un mexicano que hizo Aliyá desde 2018. Acabando el Ulpan (escuela de hebreo), hizo su servicio militar. Fue soldado y miembro de la infantería en el Negev. Entró a luchar a Gaza como reservista, después de los soldados regulares. Vive en Rishon Letzion.
Pshisva habla sobre los eventos del 7 de octubre. Lamenta “que no hubiéramos estado preparados, el que nos hayan agarrado (muchos en Israel lo dicen) con los pantalones abajo”. En plena celebración religiosa, unos, y pagana otros. Pero también que las FDI no hayan reaccionado a tiempo.
No quiere hablar sobre teorías de la conspiración pero le cuesta entender cómo esa frontera que él conoce tan bien haya podido resultar tan porosa. “Lo que sí puedo decirte es que yo estuve en una base cerca de Gaza y yo conozco un poco sobre la reja. Y yo sé que si algo se acerca, ya sea un conejo, y toca la reja, se activa una alarma y en dos segundos llegan tres camionetas, soldados armados hasta los dientes para ver qué pasó”.
No sabe por qué nadie le hizo caso a quienes dieron la voz de alarma temprana, cuando detectaron el desfile de 100 camionetas pic-up artilladas, tripuladas por hombres enmascarados que portaban armas largas. Asegura que en Israel no ha habido tiempo de entender lo que ocurrió ese día porque el país fue arrastrado a una guerra de la que todavía no puede salir.
Alex Oznaya, por su parte, hizo Aliyá en 2019 y fue combatiente en las FDI, como comandante y sargento en la Brigada de Rescate de Israel ( Pikud Haoref). Desde que fue liberado del ejército, llegó a la Unidad de Reservas como sargento. A partir de la guerra, ha sido reclutado 60 días en 2023 y 67 días en 2024. Pero cuando se le pregunta lo que más le ha impresionado de la guerra, no habla de las situaciones de combate sino de la sociedad en la que vive.
“Creo que la parte que más me ha sorprendido desde que empezó la guerra, dejando de lado el Sábado Negro y lo que fue es, por un lado, el cambio que hubo radical de la situación, que había en un aspecto social y político en el país. Un día, el 6 de octubre, el país estaba a un punto de quiebre, de empezar una guerra civil, en parte por el conflicto político y en parte por un conflicto social religioso”.
“A partir del 7 de octubre el país se unió y toda la tensión que había hasta ese entonces, por problemas de la reforma judicial y demás aspectos políticos del país, se apaciguó. De la misma forma me impresionó cómo todo ese fuego que ya estaba ardiendo antes de empezar la guerra fue pasando el tiempo y se fueron haciendo más opiniones hacia un lado o hacia otro lado con soluciones para el conflicto; ese fuego se convirtió básicamente… los campamentos que habían antes de ‘sí a la reforma judicial’, ‘no a la reforma judicial’, se convirtieron a ‘sí a un cese al fuego’, ‘no a un cese al fuego‘.
“Y de la misma forma que eso me sorprendió para mal, me sorprendió para bien que los primeros días, meses de guerra, todo el país, quien no estaba con uniforme puesto y con el arma en las manos, estaba viendo cómo llevar comida, cómo llevar ropa, cómo conseguir equipo que el ejército no tenía, cómo proveer de repente chalecos antibalas y gente consiguió chalecos antibalas.
“No se puede explicar. Es gente que dio todo lo que podía. En el momento más oscuro es donde salió el lado más lindo de la sociedad israelí para mí”.
“Solo quiero entrar a trabajar”
No fue en su primera entrada al conflicto sino en su segunda cuando Alex Oznaya vio las escenas que más lo impresionaron. Y no fueron muertos o desmembrados, lluvia de metralla o truenos de granada, sino jóvenes palestinos que, arriesgando sus vidas, intentaban cruzar la frontera hacia Israel, saltando la barda perimetral que la protege más celosamente que nunca.
El “tipo que se está tratando de saltar la barda a las 03:00 de la mañana, en fin de semana para que no lo vean y te dice ‘por favor, déjame pasar, sólo voy a trabajar, les pinto la base, les construyo algo nuevo, lo que necesiten, les arreglo algo en la base’, tratando de dar mordida porque no está yendo a hacer algo malo”.
Para Oznaya, hay gente mala y buena a los dos lados de la frontera, del conflicto. No todos los palestinos son violadores y asesinos, y no todos los judíos son héroes que dan la vida para salvar a los otros. Hay fundamentalistas del lado israelí, y también palestinos que solo quieren llevar comida a la mesa de su familia en medio de un escenario de destrucción casi absoluta.
Esa situación “te rompe muchos estigmas y muchos paradigmas que tenías de antes. Te hace pensar en el hecho de que nadie quiere estar en el conflicto en el que estamos, pero todos nos tenemos que enfrentar a él porque una de dos: o te enfrentas a él o colapsas con él“.
David Pshisva se siente afortunado porque, en todas las misiones en las que ha participado hasta ahora, las cosas han salido bien. Le parece un milagro que “nunca nos tuvimos que enfrentar contra algo. O que nunca nos ha explotado un edificio o que nos hayan salido de un túnel y que todos los que nos metimos, ya sea de mi equipo, haya salido con vida, sin problemas, sin balazos, sin una falta de pierna o brazo. Y ahí digo ‘bueno, ya está muy obvio que estamos con un milagro aquí, que estamos saliendo los que entramos’.”
Pero lo que más le ha impactado del campo de batalla ha sido, según sus palabras, el poder de Israel. Porque si bien su gobierno advirtió que Hamás vería un ataque inédito, él ha podido ver la destrucción generalizada de Gaza. Cerca de 70% de las zonas urbanas de dicho territorio son ahora escombros o ruinas, cúmulos de cenizas, derrumbes o baldíos.
El factor rehenes
Al batallón de Pshisva no lo han tomado por sorpresa en sus incursiones urbanas. “Algo que hace Israel que está muy bien (es que) antes de entrar en un edificio. Disparan a ese edificio por si se están escondiendo ahí (los terroristas). Entonces llaman a la Fuerza Aérea, llaman a barcos que disparen y ya podemos entrar. Entonces nosotros estamos esperando a que limpien la zona. Y una vez limpia, entramos y pasamos. Y son bombardeos que pueden durar cinco minutos de puro misil”.
Aunque no han entrado en los túneles que constituían una segunda ciudad bajo la ciudad, esa vasta red subterránea en la que Hamás escondía armas, explosivos y víveres, Alex y David saben de la complejidad que aquellos añadían a un conflicto de por sí peligroso para el ejército israelí.
En esa complejidad, el factor de los rehenes ha sido fundamental. “No puedes decir ‘vamos a explotar el túnel’ porque no sabemos si hay un secuestrado ahí”, dice David.
Agrega Alex: “Muy al principio salieron dos opciones por parte de los cuerpos de ingeniería del ejército que hubieran sido, uno, conectar un ventilador a un túnel y empezar a llenarlo de humo a que se salgan (los miembros de Hamás). Pero dijeron ‘OK, ¿qué tal si no hay forma de que salgan y lo que pasa es que se quedan los secuestrados ahí?’.
“La otra opción que habían dicho en paralelo era hacer un canal desde el mar hasta el túnel más cercano que encontraran para inundarlo todo. Pero seguía siendo el mismo problema. Lo hacían una vez que veían que estaba completamente vacío”.
Gaza y Líbano: múltiples escenarios de una misma guerra
Con experiencia tanto en Gaza como en Líbano y en los territorios de Cisjordania, la pareja de soldados abunda sobre las características que hacen especial a cada distinto escenario, desde los escarpados paisajes del norte hasta las intrincadas y laberínticas calles palestinas.
“Lo primero que tiene es un aspecto geográfico, para empezar”, explica Oznaya. “Es muy diferente lo que te encuentras en el terreno en Líbano (…). Es montaña. Es terreno muy matoso, muy lleno de árboles, de arbustos. Lo cual hace que sea muy difícil atravesarlo y muy difícil observarlo desde lejos.
“Esa es la dificultad que tiene en específico Líbano, que se dice desde hace años. Fuera de lo que sea en específico, donde se vea que hay un misil que sale y ahí tirarle una bomba, todo el resto va a ser entrar con soldados o con pinzas, buscar entre los arbustos entradas a cuevas, refugios y cuarteles. El problema que tiene Gaza en diferencia es que como el problema con el Líbano no es con el país Líbano, sino con Hezbolá, el grupo proxy de Irán, tenemos una facultad de decirle al Líbano ‘mueve a tus ciudadanos‘.
El objetivo principal de la guerra: que no haya nada entre el río Litani y la frontera de Israel
“Con Gaza no tenemos opción porque está controlado por quién está peleando contra nosotros la guerra. Entonces en Líbano, hoy, por ahora, me parece algo así como arriba de 25,000 desplazados que se movieron hasta arriba de la línea del río Lítani, que es el objetivo principal de esta guerra. Que no haya nada entre él y la frontera de Israel. Pero en todo ese terreno hay gente que se está desplazando, que los están forzando a quedarse en el mismo lugar como un escudo humano.
“Tan pronto como el ejército entiende, aquí ya no queda población civil, pueden empezar a atacarlo como lo que es un objetivo de guerra, tanto por el aspecto de los tratados de Génova como desde el aspecto de que ‘aquí yo sé que estoy yendo contra un grupo armado de Hezbolá’. Y los territorios, por otro lado, tienen un aspecto de complicación por cómo quedó estipulado en los Acuerdos de Oslo.
“¿Qué significa? Va a haber terrenos dentro de los territorios donde puedes hacer ciertas cosas y donde no puedes hacer otras cosas. Y va a haber otros territorios donde si estás ahí tienes el pie en el piso, eres policía, eres lo mismo que si fueras un policía deteniendo una persona. Tienes que hacer la inspección de la persona, tienes que llevarlo al doctor si necesita para antes de llevarlo a la cárcel, tienes que procesarlo con gente de investigación que lo va a llegar a investigar. Es tal cual. La zona de territorios tiene un aspecto no tanto de ser soldado, sino más un sentir de estoy aquí como gendarme, como policía“.
En Gaza no hay que preocuparse por la orografía sino la incidencia de enemigos ocultos tras las paredes. Así lo explica David: “En Gaza es plano todo, está todo al nivel del mar. Y el único problema, ya digamos, sería los edificios grandes que están pegaditos a otro, que entrar ahí como un soldado (implica que) no sabes si te van a atacar de otro edificio muy cercano, entonces ese es un problema”.
Las distinciones entre civiles y milicianos están mucho más difuminadas en Gaza que en Líbano. En la Franja, por ejemplo, las FDI “han sacado una cantidad de municiones, de equipos de guerra, de armamento dentro de casas”, dice David. Por su parte, Alex relata una situación diferente en Líbano.
“De nuevo, la gente no quiere estar en esa guerra. Líbano, como país, está en una situación muy difícil en todos los aspectos, mucho más desde la explosión que hubo en 2020 en Beirut, que les vació el puerto. Es un país que le grita a todo lo que puede a Hezbolá y a Irán: ‘¡No podemos entrar en una guerra contra Israel. Nos vamos a ir a la ruina!’.”
En Líbano, “la población civil busca alejarse tanto como puede. Entendiendo que si me estoy yendo de mi casa, probablemente me la destruyan, porque abajo de mí hay un túnel de Hezbolá. Pero prefiero que me destruyan la casa y no a mí”.
¿Se acabará pronto la guerra?
Nuestros entrevistados no parecen optimistas, ni respecto al final de la guerra ni sobre las consecuencias que el 7 de octubre tendrán en la relación a largo plazo entre judíos y palestinos.
“Hay una severa caída de confianza, de creencia dentro de la sociedad israelí. Del otro lado, no sé hablar porque no estoy en ese lado, pero sé que dentro de la sociedad israelí hay una cámara de eco muy fuerte: no hay forma de hacer paz con violadores de mujeres y niños, que esa es una herida que va a tomar mucho tiempo. Por eso todo lo que pasó en ese día cambió todo lo que se puede pensar sobre el conflicto, sobre el conflicto árabe-israelí, palestino-israelí y en específico de la Franja de Gaza”.
Acentúa David: “Muchos amigos que conozco que son de izquierda y ven todo el asunto que pasó y se pasaron a derecha (no extrema, pero…) sí dicen: ‘no, pues los árabes…’, porque ahora si fue no nada más Hamás, sino fueron también civiles de Gaza que se pasaron a Israel y ellos fueron también los que hicieron vandalismo, que fueron a robar, fueron a pintar, fueron a quemar, fueron a violar, fueron a secuestrar. Y hoy por hoy a los secuestrados no los encuentran por lo mismo: no están con Hamás, están con civiles”.
“Yo quiero mantener mi idea de que es una facción radical”, matiza Álex. “No quiero pensar en quién está a favor o en contra de Israel, o de judíos o demás. Pero sí la facción más radical se radicalizó todavía más y convenció a la mayor gente que pudo. Estamos en una época extraña en el mundo, me parece a mí. No solo con lo que pasa en Israel: lo que pasa en todos lados es que la gente se está radicalizando en sus ideas y rodeándose de gente que solo los deja escuchar sus ideas”.
Las redes sociales podrían estar contribuyendo a esa radicalización, como ya lo señalan varios estudios. Esa tendencia, a decir de Alex, puede ser aprovechada por líderes como Sinwar, quien habría “firmado un cheque” que terminaría por pagar todo su pueblo. Un cheque de sangre y destrucción.
Asegura que la misma gente que el 7 de octubre salió a las calles de Gaza a celebrar el ataque contra su odiado enemigo hoy detiene a los soldados para suplicarles que maten a los líderes de Hamás que quedan vivos.
“Nosotros queremos vivir, tenemos que trabajar…”, les dicen. “O sea, no los quiero ver como pobrecitos. Pero sí son gente que se quedaron atorados en una guerra entre Hamás e Israel y que se fueron alineando más al lado de Hamás”.
Los soldados hablan, finalmente, de un tema tabú: la sociedad israelí se niega a darse cuenta de que vive un estado de estrés postraumático. No hay una generación que no haya conocido la guerra. Ahora, además, los israelíes sufrieron la profanación de su suelo.
“Un genocidio sí que se produjo el 7 de octubre. Llegó de madrugada y sorprendió a todos “con los pantalones abajo”.
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