¿Quién le teme a Netanyahu?/ Desde las calles de Israel

El 15 de marzo del año 44 a. e. c. -en los idus de marzo, según el calendario romano-, asesinaron a Julio César apuñalándolo en el Senado. En nombre de la libertad, un grupo de senadores hundieron una y otra vez sus dagas en el cuerpo de un hombre de cincuenta y seis años, en su cuello, su espalda, su pecho y su vientre.

Viendo puñales levantados por todas partes, el último movimiento de César fue un gesto de pudor. Al borde de la muerte, cegado por la sangre, se preocupó de estirar su túnica sobre las piernas para caer más noblemente, sin enseñar su sexo.

Las dagas siguieron asestándole salvajes picotazos mientras yacía indefenso. Recibió veintitrés puñaladas, de las que, según Suetonio, solo una fue mortal.

Así relata la escritora Irene Vallego la historia del asesinato político más famoso de la historia.

La causa fue, según los perpetradores, la libertad, porque Julio César estaba acaparando mucho poder y había riesgo de que la República, la democracia, se convirtiera en un imperio. Así mismo, se le acusaba de provocar un genocidio en las Galias que es el nombre romano dado a la región de la Europa Occidental actualmente formada por Francia, Bélgica, el oeste de Suiza, el norte de Italia y zonas de Alemania y los Países Bajos al oeste del Rin. También las islas británicas, (Gales, Inglaterra Escocia e Irlanda) e Hispania.

Pero el motivo real del asesinato era la envidia.

Los asesinos no eran mejores que Julio César, lo asesinaron para que el César no se convirtiera en emperador. Pero al asesinarlo, enterraron la República y el sucesor del César, Augusto, instauró la monarquía imperial.

De la misma manera, la Corte Penal Internacional emitió orden de arresto contra el Primer Ministro Netanyahu y el ex ministro de Defensa Yoav Gallant.

Según ellos, se encontró una base razonable para creer que tienen responsabilidad penal por el crimen de guerra de atacar a una población civil. Es decir, bajo un supuesto, bajo una sospecha, dictan una orden de aprensión sobre un país en el que no tienen jurisdicción.

En la práctica inmediata la decisión del alto Tribunal implica que ni Netanyahu ni Gallant podrían viajar o hacer escala en cualquiera de los 120 países que firmaron el acuerdo de Roma. Si lo hacen, quedarían presos.

Como respuesta al debatible fallo de la Corte Penal Internacional, el viceprimer ministro de Italia, Matteo Salvini, se pronunció en contra de la decisión del Tribunal de La Haya de emitir órdenes de arresto contra Netanyahu y Gallant, afirmando que “Israel no sólo se defiende a sí mismo, sino también a las democracias, las libertades y los valores occidentales”.

Por su parte, otro político,  el parlamentario Ariel Kellner, presidente de la delegación de la Knesset en el Parlamento Europeo, llamó a Salvini y le agradeció su postura en apoyo a Israel. Los dos coincidieron en que Salvini llegará pronto a Israel al frente de un grupo de miembros del Parlamento Europeo.

La misma postura es la de los diputados checos que iniciaron el proceso de suspensión de su país en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

También recomiendan se suspenda la contribución financiera de la República Checa al funcionamiento de la Corte Penal Internacional.

La Corte Penal Internacional, al igual que los asesinos de Julio César, se disfrazan de justos, de legales, cuando en realidad siguen sus propios intereses.

No les interesa la paz, la existencia de Israel, ni siquiera la situación de los gazatíes.

Sólo quieren frenar la defensa de Israel, perpetuar el terror islámico y a la larga, provocarán la caída del mundo occidental.

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