“Lo que más me duele” , me dice Nadeem Amar, alcalde de la ciudad drusa de Julis en el norte de Israel, “es que los sitios de las masacres se están volviendo sitios turísticos”.
Me lo comenta cuando un cómodo autobús amarillo desembarca a mujeres altisonantes en el sitio donde un cohete de Hezbolá asesinó a 12 niños drusos que jugaban futbol. Alrededor del cráter causado por el cohete de fabricación iraní, los padres han puesto memoriales con las caritas de los niños y sus objetos favoritos. Niños siguen jugando en la cancha. Los visitantes se toman fotos en el sitio.
Del turismo de guerra, pasamos al turismo de la muerte.
Los guías de turistas se han tenido que reinventar: ahora, en vez de datos geográficos, números de fallecidos. E historias. Historias de asesinados, historias de héroes y de sobrevivientes.
Otros autobuses en Reím, sitio del festival Nova. Allí, sobre estacas, caras de jóvenes asesinados arteramente cuando estaban bailando, se cubren de polvo del campo. Biografías. Gente dando vueltas entre los rostros. Algunos llegan con flores. Otros están sentados, la mirada perdida. Otros más rezan. Santuario.
Dos basureros enormes son parte de la muestra del Nova, pues cuentan la historia de cómo los jóvenes intentaron esconderse bajo los residuos, hasta que un terrorista se dio cuenta del subterfugio y acudió a terminar su funesta tarea. Fotos de los últimos mensajes de WhatsApp que los jóvenes enviaron a sus padres, hasta que la conversación se interrumpió para siempre.
En Netiv Haasará, un pueblo en la frontera con Gaza, un soldado recrea el ambiente de miedo y persecución creado por los asesinos en parapente que cruzaron la reja, precisamente volando sobre la entrada, decorada con la palabra “Shalom” y una paloma de la paz.
Allí, Micha, sobreviviente del ataque, explica cómo, una por una, 20 personas que estaban en su baño, en su cocina, en su jardín, fueron asesinadas. En un cuarto blindado, a oscuras, hace imaginar al oyente el terror de los residentes mientras escuchan acercarse los pasos de los asesinos, el dedo sobre el gatillo de su pistola.
Algunos refugios se volvieron trampas mortales cuando los terroristas lanzaron granadas a los jóvenes escapados del Nova que se escondían dentro. Dichos refugios, que muestran impactos de balas y restos de explosiones, no pueden ser pintados como los otros, para conservar la memoria de quienes murieron dentro.
En Sderot, un nuevo monumento reemplaza la estación de policía, que fue bombardeada por el ejército israelí, pues no lograba neutralizar a los terroristas atrincherados dentro. Una pareja con dos niños creyó que la estación de policía era el lugar más seguro y dirigió hacia allá su coche. Asesinaron a los padres. En el asiento de atrás, la niña de 6 años resguardó durante horas a su hermano de meses entre los asientos. En el monumento, se puede escuchar audios del momento en que los niños son rescatados.
El Sur está lleno de memoriales, hombres y mujeres que allí se encontraban, o que vinieron a salvar familiares y desconocidos y cayeron bajo la rabia asesino de quienes solo podían redimir su odio mediante la sangre.
Los sitios de la masacre se han vuelto parte del patrimonio nacional, como Masada, la fortaleza sobre el Mar Muerto que recuerda el heroísmo judío suicida frente a Roma.
La presencia de los rehenes de Hamás está por todas partes. Los listones amarillos están en el centro de la estrella de David. Las caras de los secuestrados surgen en cada calle, en cada esquina. El slogan “Bring Them Home Now” en cada garganta. Los terroristas, periódicamente, vuelven a abrir la herida al mostrar videos difíciles de fechar de los secuestrados, al anunciar la muerte de uno de ellos, trasladando a los familiares de la desesperación a la esperanza y vice versa, en un compás de infinito dolor.
Enloquecidos por la angustia, no saben más a quién culpar y se vuelcan a la calle en manifestaciones o gritan mensajes a través de la reja maldita que separa a Israel de Gaza, con altavoces, esperando ser escuchados por sus hijos , padres o hermanos.
En el sur, en el norte, la frontera es una gigantesca herida purulenta.
Y mientras que el turismo muere, el turismo de la muerte prospera.
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