Unos días antes de cumplir 30 años de edad, el cubano Jasiel “Papi” Rivero Fernández despertó con la noticia que para entonces ya le daba la vuelta al mundo: un grupo de militantes de Hamas había cruzado la frontera sur de Israel para cometer una masacre. Hacía meses que el joven se encontraba en ese país, jugando basquetbol para el Maccabi Tel Aviv.
Recuerda que el 8 de octubre de 2023 “fue un día normal”. A pesar de la situación, “todo el mundo fue a la playa, salió a la calle…”.
Quizá por eso, los israelíes le recuerdan mucho a los latinos, “encantadores, carismáticos”, dice Jasiel Rivero desde las alturas mientras observa sonriente la cámara de Enlace Judío.
Rivero mide dos metros y es de piel negra. Su sonrisa es perenne y apenas se apaga un poco cuando se le pregunta si no teme que a su equipo le pase algo cuando sale a jugar a la EuroLeague. Hace no mucho que los aficionados del equipo de futbol del mismo club sufrieron el famoso ataque de Ámsterdam.
“Son cosas que pasan y, si piensas en esas cosas, no vas a poder salir a jugar”, razona. Luego aclara: “Nosotros normalmente tenemos seguridad y estamos atentos a todas las situaciones. En los países que nosotros jugamos tenemos seguridad y ninguna de esas cosas pasan”.
Sin embargo, Rivero está consciente de que el conflicto entre Israel y Hamás ha acarreado un incremento considerable en las expresiones antisemitas, pero a estas, dice, las “dejamos pasar de largo”.
Hace nueve años que Rivero hizo su debut profesional en la liga argentina. Primero con el Estudiantes Concordia y después con Boca Juniors, donde alcanzó un promedio de anotaciones de 18.1 por partido. Desde entonces ha jugado en Brasil y España, antes de desembocar en el improbable destino donde este medio se encontró con él.
“Todos los veranos regreso a Cuba porque ahí tengo a toda la familia, estoy con los amigos de la infancia y eso es algo lindo. A mí me encanta Cuba”. Así ataja cualquier duda respecto a si piensa regresar a la isla que, vista desde fuera, pareciera un sitio en el que nadie querría pasar la vida.
Sobre Israel dice que le parece lindo, “tiene todas las condiciones para poder disfrutar”, pero “es muy caro”. Según nos cuenta, Rivero aprovecha sus ratos libres para hacer una de esas cosas que pocos pueden hacer como los cubanos: bailar.
“Hay un club, el Havana Club, donde se baila salsa y bachata. De vez en cuando paso para enseñarles”, porque esa habilidad “se lleva en la sangre”. Y como los israelíes no llevan precisamente el ritmo caribeño en la sangre, “se les complica pero hacen algo para aprender”.
Rivero tiene el deseo de permanecer en el club “varios añitos más”. Apenas cursa el segundo año de su aventura israelí, pero ya ha hecho muchos amigos nuevos, especialmente entre la población latina. Sin embargo, está claro que algún día volverá con los suyos. Atrás habrá quedado su aventura en Medio Oriente.
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